Columna del editor

El mártir incómodo de Brooklyn

BishopFord02

El día después de Navidad, tras sobrevivir las compras de regalos y las celebraciones de rigor, comenzamos a pensar en el Año Nuevo, en el futuro. Algunos de nuestros vecinos anglos sacarán ese mismo día 26 el arbolito para que se lo lleve el camión de la basura. Pasa la Navidad y miramos ya al año que estrenaremos. Y pensamos, claro, en la próxima fiesta, la del 31 de diciembre.

Al otro día de Navidad, el santoral católico recuerda a san Esteban, el primer mártir de la fe. Es otra manera de recordar que el Niño Dios nacido en un pesebre de Belén está destinado a morir clavado en una cruz como un criminal. Y que seguirlo puede llevarnos a compartir su suerte.

La historia del cristianismo está marcada por el martirio desde su mismo inicio, quizá por eso la Iglesia recuerde al primer mártir de la fe al otro día de celebrar el nacimiento del Mesías.

En este día en que nuestros ojos están puestos en el año entrante, en el futuro, en nuestros planes, la Iglesia nos recuerda a quienes renunciaron a todos los años por venir, a todos sus planes y su futuro por ser fieles al Evangelio. Y es bueno recordar entonces que el martirologio de los cristianos, tras un recorrido de veinte siglos, llega hasta el presente.

Hace unas semanas, Mons. Nicholas DiMarzio, durante la misa por el 100 aniversario de la ordenación sacerdotal de Mons. Francis X. Ford, anunció públicamente el inicio de su causa de canonización. La Diócesis de Brooklyn ha propuesto formalmente llevar a sus altares a uno de sus hijos.

Mons. Francis X. Ford

Recorte de periódico chino. Se cree que esta foto muestra a Mons. Ford en el campo de castigo donde pasó los últimos meses de su vida.
Recorte de periódico chino. Se cree que esta foto muestra a Mons. Ford en el campo de castigo donde pasó los últimos meses de su vida.

Fue un pastor eficaz y un misionero ejemplar. Practicó y predicó el respeto por la cultura china. Aprendió la lengua y las costumbres de su rebaño. “Nuestro Señor nunca fue condescendiente y nunca debemos considerar nuestra cultura mejor que cualquier otra”, escribió.

En 1949, los comunistas tomaron el poder en China. El régimen encabezado por Mao Zedong, que terminaría llevando a la muerte a sesenta millones de personas, desencadenó una brutal persecución contra la religión en general y contra la Iglesia católica en particular. Seguían así el guión que se repetiría en cada país donde los comunistas lograron tomar el poder.

En diciembre de 1950 el nuevo gobierno chino puso a Mons. Ford bajo arresto domiciliario. Unos meses después vinieron a buscarlo para pasearlo por la ciudad mientras era increpado y golpeado por una muchedumbre.

Durante los meses siguientes, sus torturadores lo fueron llevando por todas las ciudades donde había predicado el Evangelio para ser públicamente humillado y torturado de la misma manera. Terminó en un campo de concentración en Cantón, donde moriría el 21 de febrero de 1952.

Poco se sabe sobre los últimos meses de prisión de Mons. Ford, ni de su muerte. Tampoco se sabe dónde fue enterrado. El gobierno chino construyó una autopista sobre el sitio que servía de cementerio a los prisioneros asesinados en aquel campo de castigo.

Mons. Ford es una cuenta más del rosario de mártires que dejaron los dos regímenes genocidas y ateos del siglo XX: el comunismo y el nazismo. San Maximiliano Kolbe, sacerdote polaco nacido dos años después que Mons. Ford, fue víctima del régimen nazi: murió en el campo de concentración de Auschwitz en 1941. Juan Pablo II lo elevó a los altares en 1982.

El camino de Mons. Ford a la canonización será más arduo. Mientras que los nazis fueron expulsados del poder al final de la Segunda Guerra Mundial, el régimen que torturó y asesinó a Mons. Ford sigue hoy en el poder. El régimen chino continúa persiguiendo a la Iglesia Católica, y sigue manteniendo una red de campos de castigo en los que puede terminar cualquier persona que consideren enemiga del régimen.

Canonizar a Mons. Ford podría resultar en un recrudecimiento de la represión contra los católicos en China. Mons. Ford es un santo tan actual que quizás no pueda llegar a los altares. Y por eso debemos rezar para que pueda llegar al lugar que le pertenece por haber derramado su sangre por la fe, por haber dado la vida por sus amigos. Porque no hay santos más necesarios que los santos incómodos.

En estos tiempo en que la persecución y el genocidio son parte de la realidad cotidiana para millones de cristianos del Medio Oriente, el ejemplo de fidelidad heroica al Evangelio de Mons. Ford es necesario y edificante. Cada día deberíamos recordar —y tratar de imitar— a quienes se tomaron tan en serio el mensaje de Jesucristo que estuvieron dispuestos a todo, absolutamente a todo, por ser fieles a ese mensaje.

En esta época de relativismo sofocante, en que tanto se duda de la utilidad de la evangelización, deberíamos tener presentes a quienes eligieron ir a morir al otro extremo del mundo para dar a conocer el mensaje de salvación de Jesús de Nazaret. Francis X. Ford, nacido en Brooklyn, fue uno de ellos.