Columna del editor

Masacre de primavera

Hace un año escribíamos aquí sobre las ordenaciones sacerdotales y sobre la matanza ocurrida unos días antes en Iglesia Episcopal Metodista Africana Emmanuel, de Charleston, Carolina del Sur.

Vuelven las ordenaciones, San Juan, el 4 de Julio… y otra matanza. Alguien podría pensar que las matanzas de decenas de personas son ya un suceso recurrente, como la llegada del verano o el fin de año. Los datos del horror más reciente son conocidos: en la madrugada del 11 al 12 de junio, un joven de 29 años, nacido en Estados Unidos, musulmán y de padres afganos, entró en un club nocturno gay en Orlando, Florida, y asesinó a 49 personas, dejando heridas a más de cincuenta.

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¿Estaba Omar Mateen tan poco integrado a la sociedad norteamericana, a la cultura occidental, que decidió seguir los llamados del Estado Islámico y matar a 49 personas en un club gay? ¿O era, en cambio, un producto típico de la sociedad norteamericana, un hombre que decidió un buen día comprarse un fusil semiautomático y matar a la mayor cantidad de personas, como han hecho otros tantos?

Quién sabe. El hecho es que la noche terminó con 49 personas muertas, 53 heridas y un país crispado. Algunos no ven relación alguna entre el crimen y el fácil acceso a las armas de fuego. Otros no perciben en él las huellas del terrorismo islámico. Y aun otros no parecen tener consciencia de que fue un ataque contra la comunidad gay. Cada grupo parece ignorar una parte del horror. Pero la masacre de Orlando fue una amalgama de locura y maldad donde todos esos ingredientes se confunden.

Buena parte de los miembros de la NRA, por ejemplo, nos dicen que restringir la posesión de armas no disminuiría la cantidad de asesinatos múltiples que se cometen en el país. Algunos consideran cualquier límite a la tenencia de armas como una violación de la Segunda Enmienda. Pero la lógica sugiere que cuantas más armas haya entre la población, más homicidios se cometerán con ellas.

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¿La Segunda Enmienda permite que haya un misil tierra-aire en cada casa? ¿Cómo nos sentiríamos entonces al subir en un avión? ¿Tiene cada persona derecho a comprar una pequeña bomba atómica para defensa propia? Es obvio que ciertos límites son imprescindibles. No es posible vivir en sociedad sin regular la tenencia de armas. No es serio decir que cada propuesta de regulación es inconstitucional.

Debe haber un diálogo continuo en que todas las partes participen responsablemente.

Por otra parte, la industria de armamentos y sus defensores públicos se oponen a cualquier restricción. Cada nuevo control puede suponer miles de millones de pérdidas. ¿Es posible tener un diálogo serio sobre el tema cuando hay voces poderosísimas tratando de evitarlo?

La actual Administración, por su parte, y ciertos sectores liberales de la sociedad americana, están convencidos de que la matanza de Orlando no fue un ejemplo de terrorismo islámico. De hecho, al publicar transcripciones de las conversaciones que sostuvo Omar Mateen con la policía durante el sitio del club Pulse de Orlando, el Departamento de Justicia borró las referencias a ISIS y al Islam, y reemplazó las menciones de “Alá” con “Dios”.

Sabido es que la actual administración se niega a usar la frase “terrorismo islámico” al referirse a sucesos como los de Orlando o París. Una cuota de cortesía, se dice, es siempre eficaz. La mutilación de la transcripción de las llamadas de Omar Mateen parece indicar una ceguera voluntaria. La idea de que las maneras corteses o la negación de la realidad son la estrategia apropiada para enfrentar el terrorismo de inspiración islámica es una ilusión peligrosa.

Hemos escuchado también en estos días a muchos líderes religiosos condenar la masacre. Junto a la compasión y la solidaridad con las víctimas, sin embargo, se nota a veces cierta reticencia a decir claramente que ésta fue una masacre planeada y realizada contra la comunidad gay. Es una comunidad que se siente particularmente vulnerable y devastada, porque los gays y lesbianas durante siglos han sido víctimas de discriminación, acoso y rechazo.

En general, ni los católicos y ni los hispanos hemos sido ejemplo de caridad cristiana en la manera de tratar a los gays y a las lesbianas. En estos días de dolor y temor, se hace más necesario que nunca ofrecer nuestra solidaridad y oraciones a quienes no siempre hemos tratado como hermanos.

La inmensa mayoría de las víctimas de esta carnicería fueron jóvenes hispanos. Como se ha dicho antes en esta columna, todas las tragedias resuenan en la Diócesis de Brooklyn, porque en su policromía es como un retrato del mundo. Esta vez, la masacre nos toca muy de cerca a los que hablamos con Dios en español.

Y la oración es la respuesta primera del cristiano ante el horror. Pero la oración puede convertirse en un ejercicio de piedad vacía si no se traduce en actos. En el Año de la Misericordia hemos asistido a una carnicería inmisericorde. Una carnicería donde se mezclan muchos de los pecados que como sociedad cargamos. La respuesta cristiana supone también la disposición a reconocer lo que debemos cambiar, a solidarizarnos con quien sufre y a tratar de remediar las causas de su sufrimiento.

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