Cruz Teresa Rosero

Peregrinaje a la Puerta Santa

Debido a un tumor cerebral, mi sobrina Liz entró en estado de coma a los 23 años. Dos años después, su mejoría es notable, pero todavía no sale totalmente de este estado. Ella permanece en su casa bajo los cuidados de sus padres, especialmentedesumadre,que le dedica cada minuto del día.

Cada vez que viajo a Ecuador, su mamá me pide que vaya a orar a su casa. La pasada Navidad me hizo la misma invitación. Le propuse llevarla a ella, a mi madre, de 95 años, y a otros familiares a un peregrinaje especial.

Caminaríamos desde la mitad del parque hacia la Puerta Santa de la Catedral de nuestra ciudad, designada así en este Año del Jubileo Extraordinario de la Misericordia.

Se entusiasmaron mucho, fijamos el día y la hora, y allí, en medio del parque, con el corazón lleno de esperanzas, sosteniendo a mi madre con su andador y a Liz en su silla de ruedas, familiares y amigos escucharon con atención el significado de palabras como puerta, indulgencia, peregrinaje y jubileo.

Estamos en el parque, les dije. Éste es un lugar bonito pero profano. Aquí no nos sentimos seguros, porque es un terreno público donde muchas cosas pueden pasar. Al rato queremos entrar a un lugar seguro. Miren la Puerta Santa de la iglesia. Al otro lado está la seguridad, la paz, el ambiente sagrado que da la presencia de Dios, la certeza de que estamos en su santuario. Para entrar allí debemos atravesar la Puerta. Es el mismo Jesús que nos invita a entrar en su redil.

Él lo dice en Juan 10, 9: “Yo soy la puerta; el que entre por mí, estará a salvo”. En Apocalipsis 3,20, el apóstol Juan nos revela: “Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo”. El profeta Isaías nos anuncia en 60,11: “Tus puertas estarán abiertas de continuo; ni de día ni de noche se cerrarán, para que te traigan las riquezas de las naciones, con sus reyes llevados en procesión”.

Jesús nos invita a atravesar la puerta y cenar con Él. Nos asegura que seremos salvos si así lo hacemos. Sin embargo, nada ocurrirá si no tenemos consciencia de lo que estamos haciendo. Sabemos que Jesús nos pide conversión, quiere nuestro corazón. Por eso, para que esa fusión de amor se dé entre Él y yo, es preciso tomar la decisión de entrar por esa puerta con el corazón dispuesto, es decir, arrepentido, abierto a recibir las gracias que el Señor nos quiere regalar.

El papa Francisco nos aconseja acercarnos al sacramento de la confesión y al de la Eucaristía y orar por sus intenciones para recibir las indulgencias otorgadas al atravesar la Puerta Santa.

El artículo 1471 del Catecismo de la Iglesia Católica dice: “La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados, en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia”. En otras palabras, se nos perdona o indulta ante Dios la pena que debemos pagar como consecuencia de nuestros pecados.

Este año, las puertas de las catedrales y de algunas iglesias selectas, han sido declaradas Puertas Santas. Todos estamos invitados a ir a ellas en peregrinación. Peregrinar es caminar en comunidad como reflejo de nuestra vida, que es un camino hacia Él.

Desde el 8 de diciembre de 2015 hasta el 20 de noviembre del 2016, el Santo Padre ha declarado un Año Jubilar Extraordinario de la Misericordia. En la Biblia y en la historia de nuestra Iglesia, un año jubilar es un año de perdón y penitencia por los pecados de cada uno, un año de amor y reconciliación.

En frente de la iglesia, terminada la explicación, encendidos por el calor de un sol brillante y por la disposición de los corazones abiertos, pedimos perdón, oramos, caminamos y, cantando alabanzas al Señor, atravesamos como familia la Puerta Santa de la Catedral de nuestro pueblo. ¡La Misericordia y el Amor de Dios se derramaron dentro del Santuario! A todos nos inundó profundamente la presencia de Dios. Liz parecía escuchar y hacer esfuerzos por hablar. Su madre, postrada de rodillas, pedía clemencia. Mi madre se gozó del “mejor paseo” de su vida, como ella lo expresó. Y todos salimos de allí con nuevas fuerzas, fe y esperanza.

Jesús está a la puerta y te invita a ti también.