Para escribir este artículo me inspiré en dos imágenes lindas y especiales. La una es la de la misma Virgen de la Providencia. La figura de la Madre sosteniendo en su regazo a su bebé, mirándolo con dulzura infinita mientras sostiene su manito, es una imagen que toca el corazón de todo ser humano. La otra, es la de mis amigos puertorriqueños. Cuando llegué a este país, hace cuarenta y cinco años, los únicos hispanos que encontré en el vecindario de Brooklyn al que llegué eran de Puerto Rico. Ellos, con la hospitalidad que los caracteriza, al identificar en mí una recién llegada, asustada y desorientada, se acercaban a mí, me extendían su mano con una amplia sonrisa e iniciaban una amena conversación.
Cuatro décadas después, con más gratitud que nunca, les doy las gracias por su cariño, apoyo, legado y puertas abiertas que nos han dejado a los hispanos de otros países. Hoy, ya muchos se han mudado a otros estados, han regresado a Puerto Rico o se han ido al cielo. Los que siguen
en Nueva York continúan con el legado que les dejaron las primeras generaciones. El desfile puertorriqueño y la fiesta de Nuestra Señora de la Providencia se dejan sentir cada año.
La Madre acompaña y sostiene a su pueblo a donde éste vaya. Al puertorriqueño lo acompañó en la década del cincuenta, cuando muchos, debido a la situación económica en su tierra, empacaron sus maletas, subieron a un avión y se aventuraron a vivir en tierra estadounidense. La nostalgia, el deseo de protección y la búsqueda de identidad los hicieron afianzar lo que, sin haber empacado, había venido con ellos: su fe en Dios y su amor por la Madre, la Virgen de la Providencia.
Ella, bajo esta misma advocación, había acompañado a otros, en otras tierras, muchos siglos antes. Se la conocía en Italia desde el siglo XIII. Luego, otros hijos llevaron la devoción a España en donde le construyeron un Santuario en Tarragona, Cataluña. A Puerto Rico llegó en la mitad del siglo XIX con monseñor Gil Esteve y Tomás, un catalán que fue nombrado obispo de Puerto Rico. El Obispo encontró la catedral en ruinas y su diócesis con grandes necesidades económicas. Confiando en la Divina Providencia trabajó en su reconstrucción y en cinco años el templo estuvo listo para afianzar la devoción a la Virgen de la Providencia. Este título se lo había puesto san Felipe Benicio, quinto superior de los Siervos de María, en Italia, quien al invocar la protección de la Virgen, implorando alimentos, encontró a la puerta del convento dos canastas repletas de ellos.
El papa Pablo VI proclamó a Nuestra Señora de la Divina Providencia como patrona principal de la isla de Puerto Rico el 19 de noviembre de 1969. También decretó que la solemnidad de la Virgen debía trasladarse del dos de enero, aniversario de su llegada a la isla, al 19 de noviembre, día del descubrimiento de la isla por Cristóbal Colón. Así se juntaron dos llegadas históricas que cambiaron la historia de la isla Boriquen, su nombre indígena.
El 19 de noviembre no es sólo la fiesta de los puertorriqueños. Es la fiesta de la misma Madre que acompaña a sus hijos donde quiera que vayan o que estén. Es la fiesta de todos los hijos de la misma madre. Es la fiesta de la gratitud hacia un pueblo que con su fe, su hospitalidad y su gran espíritu luchador nos ha abierto puertas en los campos de la fe, de la educación y de la política.
Gracias, Madre de la Providencia, gracias, amigos y hermanos puertorriqueños.