El día que mi hermana sintió que ya se iba al encuentro con el Padre Eterno, recostada en su cama, mirando hacia el techo repetía: “¡La Virgen, la Virgen!”, a la vez que nos pedía insistentemente a las personas que estábamos con ella: “Recen”…ahora y en la hora de nuestra muerte”. Igualmente, los días y noches anteriores, en medio de su debilidad y casi sin energía para hablar, nos pedía también que rezáramos el Santo Rosario, buscando alivio para los terribles dolores que tenía como resultado del cáncer que había invadido todo su cuerpo.
Efectivamente, mientras escuchaba el rezo del Santo Rosario, se quedaba muy tranquila y parecía dormirse. Cuando parábamos porque creíamos que se había dormido, abría sus ojos y nos decía: “No, no me he dormido, sigan rezando”.
El Santo Rosario, que había aprendido desde niña y que rezó diariamente toda su vida, inclusive con su esposo, cuando él todavía vivía, le concedió el milagro de que la Virgen la ayudara a través de las luchas diarias y de su vida, y la acompañara a enfrentar y luchar con paz y entereza su enfermedad de catorce años.
Finalmente, la Virgen la ayudó a tener una muerte digna, llena de paz, invocando el nombre de Jesús, rodeada de todos sus seres queridos, con tiempo para dar la bendición a cada uno de sus hijos y para recibir la de nuestra mamita, de cuya mano se sostuvo en sus últimos momentos.
Mi hermana Pepita y yo crecimos juntas. Recuerdo muy bien que las monjitas, las maestras de nuestra escuela, nos inculcaron un profundo amor a María y nos enseñaron que Dios contesta las peticiones que hagamos a través del rezo del Santo Rosario y que de premio nos concedería además una buena muerte a nosotros y a todos por los que pidiéramos.
Desde entonces, empecé a pedir mucho por mi papá, pues me preocupaba que si moría sin convertirse y sin tiempo para arrepentirse, no iría al cielo. La Madre me concedió el milagro. Mi papá no murió del infarto al corazón que tuvo siendo todavía joven. Dios permitió que después del diagnóstico del cáncer agresivo viviera un año y medio más, tiempo que él aprovechó para poner su vida en regla, pedir perdón, reconciliarse con Dios y con los demás.
Cuando mi sobrina cayó en coma y con un pronóstico posible de muerte súbita, amigos y familiares nos apresuramos a rezar de rodillas el Rosario, en cadena de oración. Ha pasado más de un año, todavía no despierta, pero sigue con vida y cada día mejora. Seguimos, en oración, confiados en el amparo de la Madre y de su Hijo Jesús.
Los milagros de conversión, recuperación y buena muerte, por el rezo del Santo Rosario, son incontables en nuestra historia personal, de familias, de grupos y aún a nivel mundial. Nuestro mundo latino está convencido de esta realidad. Por eso hay parroquias que han hecho el compromiso con la Virgen de llevar el Rosario a las casas diariamente durante este mes de octubre.
Hay otras que lo llevan a las casas a través del año como medio de evangelización. Es la oración preferida en todos los velorios. Muchos grupos carismáticos empiezan el grupo de oración con el rezo del Santo Rosario. Los hermanos de la Legión de María se dedican a rezarlo y propagarlo. ¿Cuál es tu milagro del rezo Santo Rosario? Compártelo y transmítelo a las nuevas generaciones.