Los pueblos se levantaron, protestaron y en varios casos tiñeron de sangre las calles de sus ciudades durante las violentas manifestaciones que exigían justicia, transparencia política y cambio en este fin de década que marca un despertar popular.
Se trata de la explosiva sacudida sociopolítica que remeció al continente latinoamericano en este año y que no distinguió alineaciones de derecha ni izquierda, ya que aparentemente a los gobiernos se les olvidó desmantelar la desigualdad social y las nuevas generaciones del “no me dejo” decidieron apostar su suerte en las calles con pancarta en mano y la poderosa arma de las redes sociales.
“Hay una gran demanda hacia las élites de que la democracia funcione mejor, de que no funcionan los partidos políticos, hay crisis de representación, poca fe en las instituciones y alto nivel de corrupción”, según comentó ante la prensa hace unos meses Marta Lagos, directora de la encuesta regional Latinobarómetro, que se ha dedicado a realizar sondeos del sentir de la ciudadanía en los diferentes países latinoamericanos donde se producen manifestaciones masivas.
En Bolivia, la mecha popular del cambio detonó el mes pasado con la sorpresiva renuncia de Evo Morales, quien había enfrentado severa oposición a su intento de permanecer en el poder por un cuarto término consecutivo, dos más de lo que señala la Constitución de ese país, invocó que era su “derecho humano” volver a postularse a la presidencia y se declaró ganador el pasado 21 de octubre.
Los bolivianos se manifestaron masivamente por 21 días denunciando el mismo fraude electoral que observadores de la Organización de Estados Americanos había denunciado durante los comicios ante las irregularidades detectadas. Poco más tarde, el sangriento saldo de decenas de muertos y heridos del bando de la resistencia y las insistentes exigencias de los líderes militares y de la policía fueron el jaque mate de Morales, quien fue a parar a México donde Manuel López Obrador le ofreció asilo político.
“Sugerimos al presidente del Estado que renuncie a su mandato presidencial, permitiendo la pacificación y el mantenimiento de la estabilidad por el bien de nuestra Bolivia”, indicó el comandante de las Fuerzas Armadas, Williams Kaliman, a la prensa a pocas horas de la dimisión de Morales.
Antes de irse, Morales tuiteó, “Mi pedido al pueblo es garantizar la convivencia pacífica y acabar con la violencia para el bien de todas y todos. No podemos estar enfrentados entre hermanos bolivianos”.
Más al sur, en el país que por décadas fue modelo de estabilidad económica regional, también corría la sangre de cientos de hermanos chilenos que decidieron tomar las calles en protesta por la desigualdad social entre la mayoría del pueblo y la minoría del gobierno y el sector privado que lleva las riendas del país.
El cambio exigido por estos manifestantes destapó una dolorosa verdad en Chile, donde de acuerdo a las encuestas de Latinobarómetro, el progreso económico del país no incluía a la mayoría de la población que indicaba en un 70 por ciento sentirse estancada.
Estos datos del sentir del pueblo fueron sorprendentes para muchos en una macroeconomía que señala que los ingresos del país van aumentando en una tasa anual de 2.5 por ciento, algo admirable en tiempos de vacas flacas para las demás economías latinoamericanas.
“El problema es que más de la mitad de la población vive con 600 o 700 dólares al mes y no le alcanza para llegar a fin de mes, y ese dato estaba oculto debajo de estas brillantes cifras macroeconómicas que el mundo no quiso ver”, señaló Lagos, de Latinobarómetro, indicando además que sus sondeos muestran que los pueblos están abriendo los ojos y comenzando a exigir garantías sociales. “Eso es lo que los pueblos de América Latina están demandando hoy y lo hacen en sociedades mucho más abiertas, educadas, con aumentos de la clase media, más información, más capacidad de organizarse”.
El presidente de Chile, Sebastián Piñera no tuvo más remedio que dar cara al pueblo. “Pido perdón por esta falta de visión”, dijo en un anuncio nacional tras varios días de masivas manifestaciones contra su gobierno que ahora trabaja en un paquete de reformas y enmiendas para restaurar la paz por medio de nuevas medidas de la inclusión social.
La fórmula de las manifestaciones masivas en las calles ha probado funcionar en lugares como Puerto Rico, donde el pasado julio el pueblo logró con dos semanas de protestas masivas que el gobernador renunciara tras destaparse un hilo de corrupción entre las élites del gobierno; y en Ecuador, donde de manera masiva, los indígenas del país también lograron en doce días de manifestaciones que su presidente restaurara en octubre los subsidios a combustibles que había cancelado el presidente Lenín Moreno días antes de las protestas.
En Chile, aprendieron rápido la lección. “Saben que hoy día vale estar en la calle: están siendo escuchados. Aquí hay una élite que se quedó atrás y no comprende esta demanda de democracia”, señaló Lagos.
Se puede deducir que Latinoamérica cierra el año y la década con nuevas exigencias y expectativas de democracia e igualdad. El 2020 podría ser el inicio de esa nueva era donde los gobiernos deberán aprender a escuchar a la mayoría, que, conectada en las redes sociales, se ha empoderado con el sentido de la unidad y sabe que en las calles consigue respuestas, aunque cueste la vida de algunos.
“Vamos a seguir con estas manifestaciones hasta que los pueblos tengan la convicción de que se gobierna para ellos y no para un puñado”, concluyó Lagos.
Concluyo con estas palabras de un tuitero (usuario de Twitter) de Bolivia que repitió los reclamos de un manifestante de La Paz:
“O acaso vos? ¿dejarías que alguien gobierne eternamente en tu país, o acaso vos? Dejarías que cambien la constitución política del estado por conveniencia política.
¿O acaso vos? No harías respetar tu voto frente a una elección fraudulenta. ¡¡¡Si no los haces, sos un cobarde!!!”