Siguiendo la antigua tradición romana de las “estaciones cuaresmales” el Papa Francisco inició este tiempo litúrgico presidiendo la procesión penitencial, junto con los cardenales, los obispos, los monjes benedictinos y los frailes dominicanos, desde la iglesia de Sant’Anselmo hasta la Basílica de Santa Sabina, donde celebró la Misa del Miércoles de Cenizas.
Durante la homilía el Pontífice explicó cómo el signo de las cenizas representa nuestra insignificancia de frente a la infinitud del universo, “somos polvo, tierra, arcilla, pero si nos dejamos moldear por las manos de Dios, nos convertimos en una maravilla. Somos el polvo amado por Dios.”
También advirtió que “la Cuaresma no es el momento de derramar moralismos innecesarios sobre los otros, sino de reconocer que nuestras miserables cenizas son amadas por Dios,” y desde esta perspectiva, aceptando la “mirada amorosa de Dios sobre nosotros y, al mirarlo, cambiar la vida.”
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Pero mientras este pasaje nos permite ir “del polvo hacia la Vida”, el Santo Padre advirtió que también existe un camino inverso que nos lleva “de la Vida hacia el polvo” y que se manifiesta en las estructuras sociales, familiares o eclesiales que se tornan destructivas. por lo que se hace necesario “limpiar ese polvo” siguiendo el llamado de San Pablo en la segunda lectura de la Liturgia de hoy “Te suplicamos en el nombre de Cristo: déjate reconciliar con Dios”, permitiendo que la cuaresma sea también un “tiempo de curación.”
Francisco concluyó su reflexión dejándonos dos consejos para vivir este tiempo penitencial: “En el camino a la Pascua podemos dar dos pasos: el primero, del polvo a la vida , de nuestra frágil humanidad a la humanidad de Jesús, quien nos cura. Podemos pararnos frente al Crucifijo, quedarnos allí, mirar y repetir: “Jesús, me amas, transfórmame … Jesús, me amas, transfórmame …”. Y después, […] el segundo paso, para no caer de la vida al polvo, ir a recibir el perdón de Dios, en confesión, porque allí el fuego del amor de Dios consume las cenizas de nuestro pecado.”