QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS EN CRISTO:
El miércoles impusimos las cenizas repitiendo las palabras: “Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás”. Estas palabras son un recordatorio de la inevitable realidad de que cada uno de nosotros algún día dejará de existir. La Cuaresma es un tiempo en el que aprendemos a morir en nosotros mismos a través de la oración, el ayuno y la limosna, a la vez que nos preparamos para nuestra eventual muerte.
En estos días, todos estamos preocupados por la epidemia de coronavirus y rezamos para que no se convierta en una pandemia. Nos encontramos en un momento en que debemos estar muy preocupados por la salud de todas las naciones del mundo. Al inicio de una epidemia, desafortunadamente, aparecen personas que buscan culpar a otros. Quizás a un país por retrasar la información sobre el virus, o en este caso, a cualquier persona de ascendencia china que de alguna manera podría ser considerada responsable del virus. Al comenzar esta Cuaresma, debemos reflexionar sobre nuestra manera de percibir a nuestros vecinos.
Una historia que quizás podría poner en perspectiva cómo podemos reaccionar ante las pandemias —que son una crisis de salud mundial— puede ser importante en la situación del mundo hoy. Cuando era un niño de nueve o diez años, noté que cada año un hombre venía a visitar a mi abuela materna, Angelina, y le llevaba un pequeño regalo. Un año, le pregunté: “¿Por qué este hombre viene a verte todos los años?” Entonces mi abuela me contó la historia de por qué la visitaba año tras año. La gripe española de 1918 a 1919 fue una terrible epidemia a causa de la cual solo en los Estados Unidos murieron 600,000. En todo el mundo, la cifra de fallecidos ascendió a millones. En la vecindad donde vivía mi abuela en Newark, Nueva Jersey, un matrimonio vecino murió de gripe y dejaron a su único hijo huérfano. Ese hijo era el hombre que venía a visitar a mi abuela todos los años para agradecerle y recordar que ella fuera la única persona en el edificio dispuesta a preparar los cuerpos de las víctimas de la gripe para darles sepultura, en especial el de sus propios padres. Mi abuela Angelina, una mujer analfabeta pero muy inteligente, de apenas 5 pies de estatura, había sido criada en una granja en Italia, y no temía a nadie ni a nada. Ella también tenía un gran regalo de amor para los demás. La puedo imaginar en ese momento de voluntaria, haciendo todo lo posible por ayudar a otros, donde fuera más útil durante esa terrible situación. Es interesante señalar que mi madre, Grace, nació en octubre de 1919, cuando la pandemia comenzaba a desaparecer porque estalló en octubre de 1918 hasta la primavera de 1919. Angelina se arriesgó a ser contagiada incluso durante su embarazo. Solo podemos imaginar su motivación para tal acción heroica.
Hoy en día, debemos reconocer que no se puede juzgar la culpa. Cada año, cuando llega la Cuaresma, reconocemos nuestra pecaminosidad. No culpamos a nadie más por nuestros pecados. Debemos asumir la responsabilidad de nuestras faltas. Nuestro Santo Padre, el papa Francisco, en su mensaje para esta Cuaresma, nos dice que el fundamento de la conversión es volver continuamente al misterio pascual, lo que significa que aceptamos la vida y la muerte de Jesucristo. Jesús ofreció su vida por todos y cada uno de nosotros. En cierto sentido, también debemos estar dispuestos a ofrecer y sacrificar la nuestra por los demás. Este tiempo de Cuaresma, bajo las circunstancias actuales, nos brinda una gran oportunidad para ponerlo en práctica este año.
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El papa Francisco continúa mencionando la urgencia de la conversión. Solo podemos cambiar cuando le pedimos ayuda a Dios. Es por eso que la oración es tan importante durante la Cuaresma. El Santo Padre dice: “Más que un deber, nos muestra la necesidad de corresponder al amor de Dios, que siempre nos precede y nos sostiene”. La oración es nuestro medio de conversión y cambio. El papa Francisco nos recuerda qué oportuno es para nuestra situación actual: “A pesar de la presencia, a veces dramática, del mal en nuestra vida, al igual que en la vida de la Iglesia y del mundo, este espacio que se nos ofrece para un cambio de rumbo manifiesta la voluntad tenaz de Dios de no interrumpir el diálogo de salvación con nosotros”. Dios nos está invitando constantemente a regresar a Él. El Santo Padre nos afirma, citando a Mateo 5,43-48: “En efecto, Dios ama también a sus enemigos”. Cuán cierto es que debemos amar a nuestros enemigos como Dios nos ama. No debemos enemistarnos con otros, debemos encontrar en ellos siempre un amigo.
Finalmente, el mensaje de Cuaresma del Santo Padre nos recuerda que debemos ayudar a los más necesitados mediante la limosna. El Santo Padre dice: “Compartir con caridad hace al hombre más humano…” Y sí, si esta gripe se convierte en una pandemia puede que llegue un punto en que necesitemos ofrecer caridad. Sabemos que la Santa Sede ha enviado material a China para ayudar a contener el virus.
A medida que nos adentramos en esta Cuaresma, nuestro trabajo es de oración, ayuno y abstención de lo que no necesitamos, y tal vez, entonces, devolver a los demás en caridad. Esto nos recuerda a todos que este mundo desaparecerá y que nosotros también dejaremos de existir. Pero es un llamado de atención de que tenemos el deber de apoyarnos unos a otros como hijos de Dios, sin importar en qué parte del mundo nos encontremos.
Oremos especialmente por todas las víctimas del coronavirus.