De repente nuestro estilo de vida cambió. Una presencia extraña, el Covid-19 llegó silenciosa e invisiblemente creando una situación extraordinaria. La justa necesidad de la cuarentena, el confinamiento o la reclusión forzada -según se la llama en diversas latitudes- se impuso como un límite que regula y condiciona profundamente nuestro ritmo de vida. Todo cambia sin que podamos ver ni menos entender qué dio lugar a esta extraña situación, ¿Qué está sucediendo? ¿Qué está cambiando? ¿Qué puede cambiar?
En síntesis hay varios desafíos que atender. Por un lado, una saturación de informaciones de todo tipo. Queremos conocer y controlar, hallar certezas, y nuestra mente se siente cansada y confundida. Experimentamos la ambivalencia de nuestro mundo emotivo que fluctúa entre alegrías y tristezas, satisfacciones y preocupaciones. En definitiva, como no sabemos bien qué nos pasa, ni cómo nos sentimos, el desconcierto y el estupor terminan mareando. Ofertas cotidianas de actividades, cursos, oraciones y reflexiones online que abren tantas posibilidades que a su vez contrastan con el desgano y el hastío personal que dispersa. El mundo relacional trastocado: los cercanos y los lejanos. Aquellos con quienes compartimos las 24 horas del día en cuarentena, con las exigencias y desafíos que el cara a cara supone —sin entrar en dinámica relacionales más complejas. Y los lejanos a quienes nos acercamos a través de un mensaje o una video llamada para experimentar alivio y compañía, para sentir que amigos, colegas y familiares están bien. Ahora ¿qué producen estos desafíos a los que nos enfrentamos? ¿Qué es lo que nos puede estar pasando?
El virus nos asusta y tenemos miedo. Aún más, el miedo ante una amenaza presente y real despierta angustias profundas de soledad y vulnerabilidad: nuestra vida —y la de muchos— está expuesta a un riesgo. Eso toca fibras profundas de nuestra historia personal. De ahí posibles agitaciones, ansiedades, dificultades para conciliar el sueño, preocupaciones. La pérdida de libertad para salir de casa, ir a dar un paseo, visitar familiares, incluso poder compartir un abrazo o un beso con quienes queremos, supone para nuestro mundo psíquico un luto. Una pérdida que puede suscitar estados de tristeza, nostalgia y melancolía. Para complicar este panorama, está la angustia de la incertidumbre: ¿Cuándo terminará esta cuarentena? ¿Cuándo podré retomar mis actividades? No lo sabemos a ciencia cierta. Estos sentimientos pueden abrumar y encerrarnos aún más internamente.
Una experiencia singular
Si bien es cierto que la pandemia nos afecta a todos, imponiéndonos limites y restricciones, no es menos cierto que ofrece a cada uno la posibilidad para hacer de esta situación global una experiencia singular. Puede ayudar preguntarnos: ¿Qué espero después de todo este tiempo? ¿Cómo imagino que puedo ser después de esta cuarentena? ¿Qué me gustaría que esta experiencia transforme en mi vida, en mis relaciones, en mi familia y en mi comunidad? En este dilema presente puede estar la llave para abrir un horizonte de esperanza y potencial aprendizaje.
Sin embargo, como todo aprendizaje, no está exento de esfuerzo, fatigas, frustraciones, además de satisfacciones, confianza y entusiasmo. Para conseguirlo se requiere iniciativa personal, osadía y creatividad. El día a día te ofrece la densidad de toda la situación que vivimos, pero también la posibilidad de gestionar la tensión con creatividad, apertura y flexibilidad. Te ofrece la posibilidad de abrir y compartir las propias preocupaciones, sentimientos y experiencias a otros. El día a día te ofrece la posibilidad de aprender un juego, una nota musical, una receta culinaria, de ponerte en contacto con un ser querido, retomar una carta, proponer una reunión virtual. El día a día te ofrece la posibilidad de tender una mano hacía aquellos que menos tienen. Te ofrece un tiempo precioso de volverte a Dios en la oración, como hijo frágil que vuelca su corazón al Padre amoroso. Cada día nos vuelve una pregunta personal, que abre horizontes y anima aún en la incertidumbre: ¿Qué es para ti lo importante en este tiempo? ¿Qué posibilidades te ofrece a ti cada día? Un consejo: “No exijas más de lo que te ofrece”.
No sabemos cuándo ni cómo terminará esta pandemia. Quiero imaginar un gran abrazo que nos una en una renovada experiencia de fraternidad universal. Seguir confiando con esperanza en esa humanidad que puede aflorar y fortalecerse en las experiencias extremas; para acercarnos en las distancias, para acompañarnos en nuestros miedos y vulnerabilidades, para hacer de la extraña pandemia una posible oportunidad para crecer y cambiar.
El padre Lucas Smiriglia es estudiante de Psicología en la Pontificia Universidad Gregoriana.