1 de mayo de 2020
San José Obrero
A los fieles de la Diócesis en Brooklyn y Queens:
El leer esta carta, nosotros estamos en medio de la celebración de la Pascua. Nos regocijamos en Jesús resucitado y en lo que esa resurrección significa para nosotros quienes somos miembros de su cuerpo. Por su cruz y resurrección, Cristo nos ha liberado.
Sin embargo, por mucho que creamos y nos regocijemos en ese misterio pascual, estamos celebrando en un momento muy difícil y desafiante. Nuestra observación de la Cuaresma este año estuvo marcada por penitencias inesperadas y desagradables que no solicitamos. La Pascua se ve empañada de la misma forma. Siempre confiamos en Jesús y en su promesa de estar con nosotros siempre y en su mandato a nosotros de no temer.
La pandemia que estamos experimentando ha hecho muchas cosas. En primer lugar, nos ha quitado algunos de nuestros seres queridos. Muchos de nosotros hemos experimentado el sufrimiento de tantas personas enfermas. Al mismo tiempo, también hemos visto la fuerza y la resistencia de muchos de nuestros equipos de primeros auxilios, médicos, enfermeras y otro personal médico, y muchos más que consideramos trabajadores esenciales. Esto nos ha llevado a sentir y expresar una gratitud que quizás deberíamos haber expresado previamente. Lloramos a nuestros seres queridos, seguimos rezando por los enfermos entre nosotros y agradecemos a quienes nos ayudan con valentía.
Nuestras vidas espirituales también han cambiado. Hemos experimentado el cierre de nuestras iglesias. Qué doloroso es esto para nosotros, que sentimos que la Iglesia es un “segundo hogar” en muchos sentidos. No hemos podido recibir los sacramentos. Estoy pensando especialmente en el Sacramento de la Penitencia y la Eucaristía.
Permítame reflexionar sobre esto por un momento. Los sacramentos son, de hecho, la forma en la cual Jesús eligió permanecer en nuestras vidas y la forma como continuamos experimentando su presencia y su trabajo entre nosotros. Nada puede reemplazar eso para nosotros. Esto es especialmente cierto en la Eucaristía, donde Jesús está presente de manera real y sustancial para nosotros, lo experimentamos de una manera única e insustituible. Sin embargo, esta experiencia también nos ha enseñado que Jesús no puede ser limitado. No puede ser contenido. Podemos y lo experimentamos de muchas maneras diferentes. Un acto de contrición sincero y una comunión espiritual, aunque no reemplazan a los Sacramentos, son formas de permitir que Jesús entre en nuestras vidas. Incluso no hemos podido llorar a nuestros difuntos de la forma en que estamos acostumbrados a hacerlo. Si bien esto es desgarrador, sabemos que la misericordia de Dios es contundente y podemos orar por nuestros seres queridos en todo momento.
El cierre de nuestras Iglesias ha sido inevitable, ya que Brooklyn y Queens han tenido cerca del 60% de todos los casos en la ciudad de Nueva York. Aunque hay muchos que dudan e incluso hablan públicamente en contra de las decisiones tomadas para cerrar Iglesias y mantener el distanciamiento social, sepan que decisiones como estas no se han tomado a la ligera, especialmente en esta Diócesis donde Brooklyn y Queens están literalmente en el epicentro de la crisis en la ciudad de Nueva York, que es el epicentro de los Estados Unidos. Hemos tenido que recurrir a estas medidas desesperadas para evitar una mayor pérdida de vidas y la propagación de enfermedades. La vida es el gran regalo de Dios y debemos protegerla.
Esta es la razón por la cual nuestras iglesias permanecerán cerradas hasta que sea seguro reabrirlas, una decisión que será tomada por la Diócesis de Brooklyn, con la ayuda del señor Joseph Esposito (ex comisionado de la Oficina de Emergencias de la ciudad de Nueva York) y junto con las autoridades de salud pública. Cuando nuestras iglesias vuelvan a abrir, en el futuro cercano, desafortunadamente no podremos reanudar la vida de la Iglesia como la vivíamos antes. Habrá cambios para mantener a todos saludables y protegidos. Responderemos como siempre, como pueblo fiel de Dios, a los desafíos que se nos presenten. Pido que todos nos esforcemos por comprender, adaptarnos y hacer frente a estos desafíos.
Quiero agradecer a nuestros sacerdotes y diáconos que han aprendido nuevas formas de servirle a ustedes: con Misas y retiros, homilías y charlas, y varios otros eventos interesantes transmitidos en las redes, que nos ayudan a permanecer unidos como familias parroquiales y mantener nuestros espíritus levantados como cristianos llenos de alegría.
Continuamos orando por nuestros seres queridos que han fallecido y le pedimos a Dios que descansen en su eterna gloria; por nuestra familia, amigos, sacerdotes, diáconos y religiosos y por los enfermos para que experimenten la presencia de Cristo el Sanador; por nuestros trabajadores esenciales y líderes gubernamentales; por nuestros líderes religiosos y por todos nosotros. Que el Señor, quien es la misericordia misma, nos guíe fuera de este momento difícil y hacia un tiempo de buena salud y vida nueva.
El mes de mayo está dedicado de manera particular a nuestra Santísima Madre. Nuestro Santo Padre, el Papa Francisco, nos ha pedido rezar el Rosario más fervientemente este mes para poner fin a esta pandemia. Confiamos en la intercesión de María y de su bendito esposo San José, cuya fiesta celebramos hoy, 1 de mayo. María, Madre de la Iglesia, ruega por nosotros. San José, Patrono de la Iglesia Universal, ¡ruega por nosotros!
Con la promesa de mi continuo recuerdo de ustedes en oración,
Sinceramente en Cristo,
Reverendísimo Mons. Nicholas DiMarzio, Obispo de Brooklyn