El mayor regalo que puedes darle a alguien, sin duda alguna, es el estar presente. No es comprar un regalo, sino estar simplemente allí́, físicamente. ¿Cuándo fue la última vez que pasaste tiempo con alguien sin tener una agenda específica o tener algo previamente planeado? ¿Por qué será que nos cuesta aceptar que por más que queramos, oremos o deseemos, no tenemos el poder de cambiar a nadie?
Cuando un amigo se enferma o está pasando por un tiempo difícil y vas a visitarlo, trata de observar tu comportamiento cuando estás allí con él y le dices: “¿Puedo comprarte algo de comer?, ¿puedo abrirte una ventana?, ¿puedo llamarte a alguien?, ¿te cambio de posición?” Y es que al darte cuenta de que no puedes aliviar el sufrimiento de otra persona, sueles sentirte impotente y es tanto así, que prefieres hacer algo a simplemente estar allí presente. Preferimos salir corriendo de ese lugar lo más rápido posible, al no poder ser capaces de cambiar o aliviar el sufrimiento de ese ser querido. Queremos demostrar que nos importa, pero nos sentimos desesperados ante la enfermedad y la tragedia.
Dios, siendo Dios, entiende el poder de estar presente en las buenas y en las malas, en los altibajos, la abundancia, la carencia, la salud y la enfermedad. En el Antiguo Testamento, vemos cómo Dios se hace visible y presente entre el pueblo. En Isaías 57,15 se comenta: “Porque el Altísimo, el que vive para siempre y cuyo nombre es santo, dice: ‘Yo vivo en un lugar alto y sagrado, pero también estoy con el humilde y afligido y le doy ánimo y aliento’”.
Dios se hace visiblemente presente viviendo entre el pueblo, tal como se nos dice en Éxodo 33,7: “Moisés tomó la tienda de campaña y la puso a cierta distancia fuera del campamento y la llamó tienda de encuentro con Dios. Cuando alguien quería consultar al Señor iba a la tienda, la cuál estaba fuera del campamento”. Dios no se conformó con solo hacerlo en forma de nube o fuego (Éxodo 13,21): “De día, el Señor los acompañaba en una columna de nube, para señalarles el camino y de noche, en una columna de fuego, para alumbrarlos. Así pudieron viajar día y noche”.
Luego se hace visible a través de Jesús, utilizando el vientre de una mujer, María. El Verbo se hizo carne con la finalidad de estar entre nosotros, darse a conocer y dejarnos saber cuánto nos ama el Padre (Lucas 1,29-33): “María se sorprendió de estas palabras y se preguntaba que significaría aquel saludo. El ángel le dijo: María, no tengas miedo, pues tú gozas del favor de Dios. Ahora vas a quedar en cinta: tendrás un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será un gran hombre al que le llamarán Hijo del Dios altísimo y Dios el Señor lo hará Rey, como a su antepasado David, para que reine por siempre sobre el pueblo de Jacob. Su reinado no tendrá fin”.
¿Te imaginas? Dios no extendió la mano para ayudarnos, envió a su Hijo para salvarnos. Como si eso fuera poco, tanto es lo que Él nos ama que nos ha dejado su presencia en la Eucaristía (Juan 6,32-33): “Jesús les contestó: ‘Les aseguro que no fue Moisés quien les dio a ustedes el pan del cielo, sino que mi Padre es quien les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan que Dios da es el que ha bajado del cielo y da vida al mundo'”.
Definitivamente, Dios entiende la importancia de estar presente. ¿No crees que ya sea tiempo de que nosotros también lo entendamos?
Tómate el tiempo para estar presente. El pasado mes de mayo celebramos el Día de las Madres y este mes de junio el Día de los Padres. Quizás estás pensando: ¿Qué le regalo?, ¿qué le compro? Piénsalo bien. El consumismo está apoderándose de nuestras vidas a tal grado de hasta quedarnos endeudados. ¡No caigamos en esa trampa!
Con razón el Santo Padre, nuestro papa Francisco, nos exhorta a que “podamos combatir el encanto de un materialismo que ahoga los auténticos valores espirituales y culturales, así como el espíritu de la competencia desenfrenada que genera egoísmo y lucha”.
Nuestro regalo más precioso es sólo estar presente. Regálale hoy a tu madre y a tu padre el mejor de los regalos: ¡Tú! Te aseguro que no lo devolverá o intercambiará por otro mejor. ¡No existe! ¡Tú eres el mejor “tú” que existe!, ¡créelo!