Hay quienes viven atados al pasado y a diario lamentan lo que fue, lo que no pudo ser y lo que pudo haber sido. Otros no logran librarse de la ansiedad de lo que el futuro traerá, o lo que temen pueda ocurrir y lo que esperan que se dé, a veces hasta por arte de magia. Cuando vivimos enfocados en el ayer y el mañana, nos perdemos la oportunidad de cuidar nuestro presente y ocuparnos en las tareas del momento, que realmente son las semillas que sembramos a diario en nuestras vidas.
Algunos grandes pensadores del mundo nos aseguran que el pasado ya no existe y el futuro nunca llega, y que el aquí y ahora es la oportunidad única de crear, construir y labrar nuestras vidas con cada paso y cada acción. Mi abuela siempre me decía: “No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”. En sus sabias palabras se encerraba una verdad contundente que, traducida al mundo de ahora, me inspira a vivir el presente con todas mis energías y saboreando cada momento con sus contrastes agridulces y sus altibajos constantes.
Vivir en el ahora también es vivir en estado de gracia, esa virtud que Dios nos concede a diario como un favor inmerecido que nos brinda la fe y la confianza de que estemos donde estemos en nuestras vidas, somos protegidos por la voluntad del Padre.
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Meditemos entonces, sobre el presente: lo que nos rodea, lo que queremos cambiar en nuestras vidas y aquello que muchas veces pasamos por alto y no agradecemos por estar extrañando el pasado o esperando lo que el futuro nos traerá. “Esfuérzate y sé valiente…” (Josué 1:6-8), es el empujoncito de Dios para que pongamos manos a la obra en el presente, sin sentarnos a sufrir el ayer o a esperar que nos llegue del cielo el futuro deseado.
Cuando ponemos todo nuestro empeño en el aquí y ahora, aprendemos a disfrutar de las situaciones, nos dedicamos en cuerpo y alma a lo que estamos haciendo y cambiamos nuestra percepción del mundo que nos rodea porque nos convertimos en cuidadosos observadores de cada detalle de nuestro entorno. Pero, ¿cómo aprendemos a vivir en el aquí y ahora en toda su plenitud? Hay varias recomendaciones que puedes considerar:
Renuncia al deseo de tratar de controlar las situaciones. Cuando queremos controlar lo que nos rodea, nos llenamos de tensión y estrés innecesarios.
Acepta que hay muchas cosas que no puedes controlar y deja que fluyan las circunstancias. Así podrás relajarte y permitir que la gracia de Dios te presente oportunidades.
Acepta lo que llegue a tu vida. Aunque lo que se manifieste sea triste o desagradable, vívelo sin etiquetarlo. No juzgues la situación o la persona. Ten presente que la mayoría de las cosas que nos ocurren no son ni negativas ni positivas, sino que son tus expectativas, experiencias vividas y percepciones las que juzgan la situación. Experimenta con el único acto de observar lo que ocurre y observar tus reacciones internas.
Haz a un lado lo preconcebido y los prejuicios. Estos hábitos del pensamiento te impiden disfrutar el aquí y ahora porque vives cada experiencia basada en ideas preconcebidas que no dan lugar a la espontaneidad.
Ahora que llega el otoño, deja que tu árbol interno se vista de colores y permite que las hojas secas de pensamientos obtusos vayan cayendo. Observa este proceso natural de desechar lo que no fue o lo que ya pasó. Ocupa tu mente con el presente vivo y observa sin juzgar lo que llegue a tu vida. No olvides de vivir en gratitud. Siempre gratitud. ¡Feliz otoño!