OZONE PARK – Convertirse en diáconos nunca formó parte del plan de los hermanos José Jr. y Diego Oviedo. A pesar de que su padre era un diácono distinguido, nunca sintieron una fuerte vocación hacia ese ministerio. Pero cuando su padre, José, murió en 2019, algo cambió. Oyeron la llamada.
En los años transcurridos desde entonces, tanto José Jr, de 54 años, como Diego, de 49, iniciaron el proceso de cinco años para convertirse en diáconos permanentes. Con una diferencia de edad de exactamente cinco años, los itinerarios de los dos hermanos son paralelos. Ambos son aspirantes, la primera etapa de la formación, en su segundo año, y esperan convertirse en candidatos el año que viene.
José (padre) fue ordenado en 2007 y trabajó en la iglesia católica de San Silvestre, en Cypress Hills, a tres kilómetros de la parroquia de Diego, Santa María Puerta del Cielo, en Ozone Park. Su profundo amor por la comunidad y su devoción al ministerio prevalecían en su vida diaria.
“Sé que me observa. Sé que está orgulloso de mí y de lo que hago”, dice Diego.
Al pasar juntos por el programa, Diego y José Jr. se apoyan mutuamente a través de conversaciones telefónicas, ya que este último vive en Carolina del Norte. Ya están planeando cómo estarán en las ceremonias de ordenación del otro, y cómo en cada una quieren llevar las vestiduras que su padre llevó durante su propia ordenación.
“Es realmente un modelo a seguir. Cuando necesito un consejo, me acuerdo de él. Cada palabra que me dijo. Cada cosa que me enseñó. Eso realmente me ayudará a seguir adelante con esto”, dijo José Jr.
El viaje de José Jr. comenzó después de ver a su padre en fase terminal hacia el final de su vida. Decidió asistir a un retiro a través de Cristo Renueva su Parroquia, donde escuchó el testimonio de “hermanos compañeros” de Centroamérica y México sobre cuando emigraron a través de la frontera.
“Realmente escuché a Cristo cuando me dijo que tenía que ayudar a estas personas”, dijo José Jr. Poco después, tomó dos años de cursos de ministerio laico, pero todavía sentía que había algo más a lo que estaba llamado, y después de una conversación con su esposa, decidió comenzar el programa de diaconado. Se sorprendió cuando recibió la llamada de su hermano, diciéndole que se sentía llamado a hacer lo mismo.
José Jr. y Diego, dos de nueve hijos, heredaron su fe de sus padres, como muchos en la comunidad hispana. Nacieron en Colombia, un país predominantemente católico, antes de emigrar a Nueva York en 1986.
“Creo que ésa es una de las mayores cosas que me impulsan al diaconado: unir a la comunidad hispana con otras comunidades”, dijo Diego.
Según un informe publicado en abril por el Pew Research Center, los latinos tienen el doble de probabilidades que los adultos estadounidenses de identificarse como católicos. El informe también muestra que el 65% de los latinos dicen que fueron criados como católicos.
Esta tendencia se refleja en la diócesis de Brooklyn, según datos del diácono Julio Barreneche, secretario para el personal del clero. Casi la mitad del diaconado, 96 de los 206 en total, es hispano.
Para convertirse en diáconos, José Jr. y Diego deben tomar clases sobre temas como teología, filosofía y espiritualidad diaconal, además de retiros periódicos. Si completan el proceso, podrán asistir a la liturgia eucarística, ser testigos de matrimonios, dirigir vigilias en funerales, administrar bautismos y predicar. Los hijos de José Jr. ya han empezado a insinuar que quieren que oficie las bodas de sus nietos cuando sean mayores.
“Están muy contentos de tener a alguien en quien confiar y con quien hablar de las cosas”, dice José Jr.
La gran mayoría de los diáconos están casados, y sus esposas desempeñan papeles importantes en la iglesia. La esposa de Diego, Jenny Oviedo, participa en las horas santas, en los grupos de matrimonios y es catequista en Santa María Puerta del Cielo. Sus raíces en la parroquia se remontan a décadas atrás: es la iglesia en la que se casaron hace 21 años.
“Parecía algo natural”, dice Jenny, de 47 años, sobre la decisión de su marido de hacerse diácono. “Aunque no pensamos en ello de antemano, cuando recibimos la llamada [de Dios] y la escuchamos, creo que todo encajó. Sabíamos que iba a ser un trabajo duro, pero creo que Dios iba a abrir las puertas”.
Al interactuar con sus compañeros latinos en Santa María Puerta del Cielo, Diego pasa sin problemas a hablar en español, una habilidad que, según Daisy Mendoza, una feligresa, está infravalorada. Inmigrante de El Salvador, Mendoza dice que Diego es perfecto para el ministerio, “si Dios quiere que sea diácono”.
Mendoza, de 57 años, es feligresa de Santa María Puerta del Cielo desde hace 27 años y ha sido catequista durante cinco años junto a Jenny.
“No hay duda de que será un buen diácono”, dijo ella. “Estamos muy, muy contentos. Estoy rezando por esto”.