Por: Cruz-Teresa Rosero
El eclipse solar del 8 de abril de 2024 fue una experiencia única. A las 3:23 pm, hora del este de EE. UU, en aproximadamente 4 minutos, pasamos de la luz a la oscuridad total y luego a una luz mucho más brillante. El río San Lorenzo, al pie del cual estábamos, en Chippewa, frontera con el este de Canadá, reflejó la sombra de la luna, el atardecer, el amanecer, todo, casi al mismo tiempo. En el silencio de la noche breve se escuchó el canto intenso de las gaviotas como preguntándose entre ellas el porqué de una noche inesperada. Algunas inclusive descendieron de su vuelo a posarse en el agua a preparar su sueño.
Muchas reflexiones de los eclipses pueden ser aplicables a nuestras vidas al ir en búsqueda de un eclipse solar total. Para experimentarlo, nueve miembros de mi familia viajamos en carro seis horas. Mientras viajaba me deleité en la naturaleza, y al observar los árboles que al ojo humano parecen correr más que la velocidad del carro pensé en lo rápido que la vida se pasa en frente de nosotros, sin que nos demos cuenta. El viaje de seis horas se me figuró como el viaje de nuestras vidas hacia nuestro eclipse final. Reflexioné en mi bella sobrina en coma que ha pasado once años en un eclipse de oscuridad. Para la familia han sido once años que se nos han pasado como los árboles que al ir manejando los vemos en un segundo y al siguiente vemos otros. Sin embargo, el recorrido ha sido intenso y doloroso, especialmente para sus padres. Pareciera que en todo este tiempo hemos vivido un eterno invierno con árboles sin hojas y sin flores, como los que vi en el camino, esperando con ansia la primavera que no llega. Por otra parte, igual que los árboles siguen de pie, nosotros también seguimos de pie, en medio de fuertes vientos de miedo, angustia, soledades y esperanzas. Pasamos de la oscuridad a la luz, de amaneceres a anocheceres. Algunos, como mi sobrina, siguen en el anochecer, en un eclipse perenne. Y nosotros, sus familiares, seguimos caminando con ella y con sus padres en amor, apoyo y oración.
Los eclipses son parte de la vida de nuestro planeta. Dicen los científicos que un eclipse total se produce aproximadamente cada año y medio en algún lugar de la Tierra. Un eclipse parcial, o sea, cuando la luna no recubre por completo al sol, se produce al menos dos veces por año, en algún lugar de la Tierra. Para experimentar este eclipse 2024, millones de personas viajaron buscando un lugar preciso para experimentarlo mejor. Es interesante que viajamos en grupo porque son eventos transformadores que hay que experimentarlos acompañados. Así es nuestra vida. Viajamos en caravana hacia nuestro eclipse final, mientras experimentamos en el medio otros eclipses, unos felices y otros dolorosos. La lección es que nos acompañemos, ya sea para disfrutar el camino o para apoyarnos en la desgracia, recordando siempre que, en medio de la caravana, en cada eclipse está el Señor de los eclipses acompañándonos en nuestro diario caminar por la vida. El Salmo 23,4 nos afirma esta verdad: “Aunque camine por valles oscuros y tenebrosos, no tendré miedo, porque Tú estás a mi lado: tu vara y tu cayado me sostienen.” (Salmo 23,4)
Los eclipses son fugaces. Sin embargo, la intensidad del sol antes del eclipse y después puede herir nuestros ojos si lo miramos directamente sin gafas especiales. Igualmente, para enfrentar los problemas de la vida, enfermedades o situaciones dolorosas como un coma o muerte de un ser querido, necesitamos gafas divinas que protejan nuestra mente, nuestra alma y todo nuestro ser para enfrentar ya sea un eclipse parcial, o un eclipse final con la convicción de que Dios camina con nosotros en la misma caravana que van nuestros amigos y familiares.
El Creador del universo nos espera más allá del eclipse final para que pasemos de la obscuridad a la luz eterna viviendo eternamente Él.