PROSPECT HEIGHTS – Un Año Santo, o jubileo, es un «gran acontecimiento religioso» en la tradición católica. La Santa Sede lo describe como un tiempo de «perdón de los pecados y también de las penas debidas al pecado… de reconciliación entre adversarios, de conversión y recepción del sacramento de la Reconciliación, y por consiguiente de solidaridad, esperanza, justicia, compromiso de servir a Dios con alegría y en paz con nuestros hermanos».
Pero, sobre todo, es «el año de Cristo, que trae vida y gracia a la humanidad», según la Santa Sede.
El concepto de jubileo tiene su origen en la Biblia, concretamente en el libro del Levítico 25, 10-14. En ese pasaje, la Ley de Moisés prescribía un año especial para el pueblo judío. Según describe, el jubileo bíblico, o el de la tradición hebrea, se centra en la liberación de los esclavos.
«Declararéis santo el año cincuenta y promulgaréis por el país liberación para todos sus habitantes. Será para vosotros un jubileo: cada uno recobrará su propiedad y retornará a su familia. El año cincuenta será para vosotros año jubilar: no sembraréis, ni segaréis los rebrotes, ni vendimiaréis las cepas no cultivadas. Porque es el año jubilar, que será sagrado para vosotros.»
La interpretación cristiana, sin embargo, se centra en la liberación de los pecados. El primer jubileo ordinario, tal y como lo celebran los cristianos, se promulgó bajo el gobierno del Papa Bonifacio VIII en 1300. Proclamó que durante ese año, y cada centenario posterior, habría perdón de todos los pecados e indulgencias plenarias para los peregrinos que visitaran las iglesias de San Pedro y San Pablo.
Las personas que vivían en Roma debían visitar las iglesias una vez al día durante 30 días, y los peregrinos procedentes de otros lugares durante 15 días. Tras el primer jubileo ordinario, llovieron las peticiones para que el siguiente se celebrara antes de 1400. Finalmente, en 1343, el Papa Clemente VI dio su consentimiento, fijó un nuevo periodo de 50 años entre jubileos ordinarios y programó el siguiente para 1350.
La promulgación de los 50 años sólo duró dos ciclos. Tras los jubileos de 1400 y 1450, el Papa Pablo II decidió en 1470 que todo cristiano debía poder celebrar al menos un jubileo ordinario en su vida y cambió el periodo a 25 años a partir de 1475.
El próximo año se celebrará el 27º jubileo ordinario, que tiene lugar tras el periodo establecido de 25 años. También pueden celebrarse jubileos extraordinarios, que son proclamados por el Papa por un acontecimiento destacado, y el último tuvo lugar en 2015.
Cada jubileo, según la profesora de Estudios Americanos e Historia de Notre Dame, Kathleen Sprows Cummings, es «siempre antiguo y siempre nuevo», lo que significa que ciertos aspectos de la celebración forman parte de la tradición y otros son exclusivos de la época.
Por ejemplo, desde 1500, los ritos de apertura y cierre de la Puerta Santa -una entrada ceremonial a las cuatro basílicas papales de Roma que sólo se abre durante un año jubilar- y la promulgación de una bula papal el año anterior al jubileo son cosas que tradicionalmente tienen lugar. También suele programarse una canonización importante.
Para el jubileo ordinario de 2025 se espera la canonización del beato Carlo Acutis. Por el contrario, algunos aspectos singulares de los jubileos ordinarios suelen estar relacionados con la época. Cummings señaló que el jubileo ordinario de 1950, que siguió al final de la Segunda Guerra Mundial y tuvo lugar durante la Guerra Fría, incluyó muchas oraciones por la paz.
Además, señaló que 1950 fue significativo porque por primera vez hubo viajes aéreos de pasajeros, por lo que muchos, estadounidenses en particular, «se sintieron por primera vez parte importante del jubileo».
El jubileo ordinario del año 2000 también fue una celebración única, ya que fue el primer Año Santo que también marcó el cambio de milenio desde el primer jubileo de 1300. También se consideró significativo porque era el 2000 aniversario del nacimiento de Cristo. Independientemente de la fecha, Cummings subrayó el significado de un Año Santo.
«Es una oportunidad para que la gente llegue a Roma a renovarse en su fe personal», dijo Cummings, «pero también para que la Iglesia actúe corporalmente para renovar la Iglesia en el mundo».
John Lavenburg