En la actualidad, la educación enfrenta serios desafíos. Muchos padres, sin una orientación clara, caen en dos extremos perjudiciales: el permisivismo excesivo, que atrofia el carácter de los niños y los convierte en adultos inmaduros y emocionalmente dependientes de la aprobación ajena, o la severidad extrema, que suele generar individuos inseguros y temerosos. Ante este panorama, surge una pregunta esencial para muchos padres católicos que desean el bien de sus hijos: ¿cómo educara los hijos de manera equilibrada, promoviendo su autonomía sin descuidar la disciplina y los valores esenciales de la fe católica?
Dios en su infinita providencia sobre el género humano, no deja a sus hijos ciegos en una tarea de la que depende en gran parte la salvación de las almas. Es por eso que siempre, aun en los momentos más oscuros de este mundo, cuando la fe y la caridad parecen desfallecer en la sociedad, a través de una persona, Dios ilumina el camino a sus hijos. No tengo dudas que Don Bosco ha sido en esto una luz, no solo para los educadores institucionales en las escuelas, sino también, para que los padres de familia puedan tener un método más o menos estructurado, por el que guiarse en la ardua tarea de crecer sus hijos.
El Sistema preventivo de Don Bosco no ha pasado de moda ni ha dejado de funcionar puesto que está basado en la Revelación y en el actuar del Divino Maestro, Jesucristo, con la humanidad. No es el objeto de este breve articulo exponer las maravillas detalladas de este sistema educativo. Sin embargo, digamos que los pilares en los que se fundamenta tal sistema pueden y deben ser aplicados en la educación hogareña. En una conversación con el ministro italiano de asuntos internos, Don Bosco expresaba con claridad como se lleva a cabo esta educación. Pienso que las palabras del gran educador de la juventud, podrían y en verdad, deberían ser aplicadas en la educación que damos en nuestras casas:
Vuestra Excelencia, decía el santo, no ignora que existen dos sistemas de educación: uno llamado sistema represivo y otro sistema preventivo. El primero busca educar al hombre por la fuerza, reprimiéndolo y castigándolo cuando viola la ley, cuando comete una falta; el segundo busca educarlo con dulzura, ayudándolo a observar la ley por propia voluntad y proporcionándole los medios más adecuados y eficaces para este fin. Y este es precisamente el sistema que empleamos aquí.
Ante todo, nos esforzamos por inculcar en el corazón de los jóvenes el santo temor de Dios, inspirarles el amor a la virtud y el horror al vicio, por medio de la enseñanza del catecismo y de una instrucción moral apropiada. Se les guía y apoya en el camino del bien con advertencias oportunas y benevolentes, especialmente mediante la práctica de la piedad y la religión. Además, se les rodea, en la medida de lo posible, de una asistencia afectuosa en los momentos de ocio, en la escuela, en el trabajo; los asistentes los animan con palabras de bondad y, cuando parecen olvidar sus deberes, se les recuerda de manera amable y con buenos consejos. En una palabra, se emplean todos los recursos que sugiere la caridad cristiana, de manera que el bien se haga por convicción y el mal se evite por la acción de la conciencia, iluminada y sostenida por la religión.
— Sin duda, este es el método más adecuado para educar a seres razonables; pero, ¿tiene éxito con todos?
— En noventa de cada cien casos, este sistema produce un efecto consolador; y en los otros diez, ejerce una influencia tan benéfica que los vuelve menos obstinados y menos peligrosos, de modo que rara vez necesito expulsar a un joven verdaderamente indomable e incorregible. En este Oratorio, al igual que en el de Porta Nuova y en el de Vanchiglia, llegan —y en ocasiones son traídos— jóvenes que, ya sea por mal carácter, por rebeldía o incluso por malicia, habían sido el tormento de sus padres y maestros, y en pocas semanas, de lobos, por así decirlo, se transforman en corderos.
¿Naturalmente la primera pregunta que surge es, como estoy educando mis hijos? ¿Que método estoy aplicando? Lo importante es no engañarnos a nosotros mismos.
Digámoslo claramente. Aplicar el método de Don Bosco es extremadamente sacrificado para los padres. No es fácil. Sin embargo, recordemos que es imposible producir buenos frutos sin sacrificios. Recuerdo siempre las palabras del Padre Buela que repetía a sus misioneros que, sin cruz, sin sacrificios no hay frutos. La Cruz fecunda todo lo que toca. Esto es especialmente verdad al hablar de la educación de los hijos y los padres deben tenerlo presente. Es una cruz, pero ella da fecundidad puesto que los frutos de una buena educación se amasan en el sacrificio, en la sangre, y en la cruz de los padres.
Don Bosco tenía claro que los pilares de su sistema eran tresEl Sistema Preventivo está «basado enteramente en la razón, la religión y la bondad amorosa» (Regla, 89). Estos son los tres ingredientes que debemos usar para obtener los frutos de virtud que buscamos en nuestros hijos.
En primer lugar, la razón: Don Bosco pide al educador un amor equilibrado, abierto, racional. “Déjate guiar siempre por la razón, no por la pasión”. (MB X, 1.023.) La verdadera educación nada tiene de sentimentalismo exacerbado, o de amor irracional. Por eso educar de forma racional implica el dominio de sí mismo en los padres que evita prohibiciones o mandatos e irracionales o sentimentales. Si pensamos por un instante, la sobreprotección a los hijos suele ser fruto de un miedo irracional en los padres, especialmente en las madres como también es irracional el padre que perdiendo los estribos, corrige a sus hijos con violencia o gritos.
Al hablar de su Sistema, el Santo recuerda como son los niños y los jóvenes que fácilmente se olvidan de sus obligaciones y que precisan entonces de un acompañamiento amorosa y racional para recordársela, para lo cual es indispensable que los padres estén presentes:
[el niño], avisado según este sistema, no queda avergonzado por las faltas cometidas, como acaece cuando se las refieren al superior. No se enfada por la corrección que le hacen ni por el castigo con que le amenazan o que tal vez le imponen. Porque éste va acompañado siempre de un aviso amistoso y preventivo, que lo hace razonable y termina, ordinariamente, por ganarle de tal manera el corazón, que él mismo comprende la necesidad del castigo y casi lo desea.
El Santo continua con una fina observación psicológica, muchas veces olvidada por los padres, que juzgan que toda indisciplina de sus hijos en casa es fruto de maldad o del desprecio de la autoridad. Muy por el contrario, la verdad es que “la razón fundamental es la ligereza juvenil por la cual fácilmente se olvidan los chicos de las reglas disciplinarias y de los castigos con que van sancionadas”.
Educar a nuestros hijos con razón, es indispensable. La obediencia puede ser alcanzada de dos maneras: por la imposición de la autoridad, similar a lo que sucede en un cuartel, o por medio de una obediencia amorosa y razonable, en la que el niño, movido por el amor y el respeto, elige libremente el camino del bien. El verdadero objetivo de la educación cristiana no es simplemente mantener el orden en la casa, sino formar individuos auténticamente libres, capaces de escoger el bien por sí mismos, no por obligación, sino por convicción. Para ello es necesario el pilar de la razón junto con el segundo, la Religión.
La Religión es un elemento esencial en la educación y es el segundo pilar. Parece superfluo hablar de ello a padres católicos que buscan el bien de sus hijos, sin embargo, es cierto que en muchos lugares se presenta una falsa religión en el hogar.
El verdadero catolicismo no se encuentra en una educación religiosa basada en puras exterioridades como son las vestimentas y las formas, sino que ella tiene por objeto lograr en el alma del niño un amor incondicional a las tres cosas blancas que don Bosco repetía hasta el cansancio: La Eucaristía, La Virgen Santísima y el Papa.
Amor incondicional a la Eucaristía, la santa Misa, la liturgia católica con su belleza y trascendencia, sus signos, su música, sus ritos. Todo ello hace que el alma del niño y del joven deseen unirse cada vez más al sacramento, para lo cual, la practica frecuente de la confesión es necesaria.
El amor a la santísima Virgen, la confianza en su protección maternal, el amor a su pureza y santidad, y la consideración de su amor de Madre incondicional.
El amor al Papa, el amor a la catolicidad, a sus enseñanzas sin jamás permitirse criticas bañadas de modernidad o anti-modernidad, preconcilio o postconcilio. La Iglesia católica es Una antes y después.
Para ello es necesario que los padres den ejemplo de todo ello, en la oración y el estudio en familia. Entonces nuestro trabajo y esfuerzo en la educación de los hijos será bañado por la gracia de Dios que hará que nuestros pobres e ineficaces esfuerzos en la criación de nuestros hijos, se vuelvan por esta gracia, fructíferos y eficaces, dándonos la dicha de ver a nuestros hijos entre los que desprecian y no se dejan seducir por este mundo que pasa.
Don Bosco afirmaba claramente que este era el secreto de su Sistema:
“La religión y la razón son las dos fuentes de todo mi sistema de educación. El educador debe persuadirse de que todos, o casi todos, estos queridos jóvenes poseen una inteligencia natural para reconocer el bien que se les hace personalmente y que, al mismo tiempo, están dotados de un corazón sensible, fácilmente abierto a la gratitud.
Cuando, con la ayuda del Señor, logren hacer penetrar en sus almas los principales misterios de nuestra santa religión, que, con infinita caridad, nos recuerda el inmenso amor que Dios ha concedido a la humanidad; cuando consigan hacer vibrar en sus corazones el acorde de la gratitud, que deben ofrecer en retribución por el bien que Él tan generosamente nos ha otorgado; cuando, finalmente, a través de la luz de la razón, se convenzan de que la verdadera gratitud al Señor debe expresarse en el cumplimiento de su voluntad, en el respeto a sus preceptos, especialmente aquellos que inculcan la observancia de nuestros deberes mutuos, crean que gran parte del trabajo de la educación ya está hecho.
La religión, en este sistema, desempeña el papel del freno, puesto en la boca del ardiente corcel para dominarlo y guiarlo; la razón, entonces, cumple la función de la brida, que, al presionar el freno, produce el efecto deseado. La verdadera religión, la religión sincera, que rige las acciones de la juventud; la razón, que aplica con claridad estos sagrados dictámenes como norma de todas sus acciones: aquí está resumido en dos palabras el sistema que aplico y cuyo gran secreto usted desea conocer”.
Finalmente, el amor como tercer pilar, y el alma de toda la verdadera educación. El amor al que nos referimos es el amor sobrenatural a los hijos que actúa como el motor de toda la obra educativa en casa. “La práctica de este sistema se basa completamente en las palabras de San Pablo, que dice: Caritas benigna est… Omnia suffert, omnia sperat, omnia sustinet. La caridad es benigna y paciente; todo lo sufre, todo lo espera y todo lo soporta. Por lo tanto, concluye, solamente el cristiano puede aplicar con éxito el sistema preventivo” (Regla, 90). Y la razón es evidente: solo él está animado por el amor sobrenatural. El amor sobrenatural a los hijos se contrapone muchas veces al amor natural que por ellos sentimos. Amor sobrenaturalmente a los hijos es busca el bien eterno para ellos y por morir por ellos como Cristo que nos amó, dio la vida por nosotros. El verdadero amor es entonces paciente, y todo lo sufre, todo lo espera todo lo soporta por el bien eterno de los hijos.
Sin embargo, para que la obra educativa de nuestros hijos sea eficaz y dando el fruto que esperamos es importante recordar un consejo de san Juan Bosco: no basta amarlos natural y sobrenaturalmente, “…Falta lo mejor. Que los jóvenes no sean solamente amados, sino que se den cuenta de que se les ama: Que al ser amados en las cosas que les agradan, participando en sus inclinaciones, aprendan a ver el amor también en aquellas cosas que les agradan poco, como son la disciplina, el estudio, la mortificación de sí mismos y que aprendan a obrar con generosidad y entrega”. (MB XVII, 110.)
De allí que el santo afirme “Procura hacerte amar, entonces serás obedecido con toda facilidad…Los superiores amen lo que agrada a los jóvenes, y los jóvenes amarán lo que agrada a los superiores”. Gastar nuestro tiempo con nuestros hijos, interesarnos por lo que a ellos les interesa es una clave para el éxito educativo.
Hasta aquí, queda claro que no es fácil este sistema, pero por ello mismo se ha mostrado eficaz en producir grandes santos para la Iglesia. Don Bosco siempre decia: “La educación es cosa del corazón”, y es en el corazón de los padres animados por la gracia divina donde comienza el verdadero proceso de formación de los niños.
Ojalá que estas breves líneas puedan ayudarnos a formar a nuestros hijos y lograr que ellos sean luz que ilumina este siglo atormentado. Que Don Bosco nos ayude en esta misión que Dios nos ha dado.
Emanuel Martelli
Neuropsicopedagogo