*por Julia Bruzzese
El 24 de septiembre de 2015 es un día que nunca olvidaré. Fue un día que me trajo mucho amor y esperanza en un momento de mi vida en el que necesitaba desesperadamente fuerzas. Tenía 12 años y luchaba contra una enfermedad debilitante. En cuestión de meses, había pasado de ser bailarina, atleta y estudiante brillante a necesitar una silla de ruedas. El seguro me negaba el tratamiento médico para mi diagnóstico de Lyme y enfermedades transmitidas por garrapatas, y mi salud se deterioraba. Mi familia y yo nos sentíamos solos e indefensos. Entonces, recibí una llamada de mi antigua directora de la Academia Católica St. Bernadette en Dyker Heights. Me dijo que estaba tratando de conseguirme entradas para ver al Papa Francisco en la pista del aeropuerto JFK al día siguiente. Por primera vez desde que enfermé, sentí un destello de esperanza. Esa noche, rezamos por esa increíble oportunidad.
A la mañana siguiente, recibimos la noticia de que toda mi familia podía asistir. Lo consideramos una suerte. Nos dirigimos emocionados al aeropuerto. Después de esperar durante horas en la pista bajo un sol abrasador, nos dijeron que probablemente no podríamos conocer al papa Francisco. Me conformaba con verlo desde lejos.
Por fin aterrizó su avión y bajó por la escalera. Para mi sorpresa, se dirigió directamente hacia mí. De repente, el papa Francisco estaba delante de mí. Lo primero que se me ocurrió fue pedirle un milagro. Me sonrió y me puso la mano en la cabeza para bendecirme. En ese breve instante, sentí el amor de Dios. Sin decir una palabra y con una sola bendición, reforzó mi confianza en Dios en un momento en el que mi fe se estaba poniendo a prueba. Le dio esperanza a una familia que se sentía rodeada por la oscuridad. El papa finalmente se alejó y, al instante, fui bombardeada por las cámaras de televisión.
Muchas personas me vieron en las noticias ese día. Hubo una hermosa muestra de amor y apoyo por parte de personas de todo el mundo. Pasamos de estar solos a tener recaudaciones de fondos, a que generosos donantes cubrieran el tratamiento y a que innumerables pacientes con la enfermedad de Lyme compartieran sus historias con nosotros. Desde entonces, muchas personas me han preguntado si obtuve el milagro que pedí. Aunque no empecé a caminar, creo que el papa me trajo un milagro, definido por la esperanza en la desesperación, el amor en el abandono, el triunfo en la adversidad y el propósito entre los olvidados. Ese día trajo innumerables milagros. No estaría donde estoy ahora ni sería quien soy hoy sin las oraciones, el amor y la fe que el papa Francisco me trajo aquella soleada tarde de 2015.