¿Han escuchado de la frase “de la granja a la mesa”? Es una expresión más conocida en inglés: farm-to-table. Significa que la comida que tenemos en el plato viene directamente de una granja o finca. Eso pasa generalmente con la comida de los restaurantes: no pasan por el supermercado o la bodega. El dueño del restaurante o el chef tienen un arreglo directo con el dueño de la granja o el distribuidor.
Algunos llaman “marqueta verde” al sitio donde uno puede comprar todos sus vegetables, frutas y otros alimentos orgánicos directamente de las personas que los cosechan. Con el aumento de la consciencia respecto al efecto de los fertilizantes, son más las personas que lo piensan dos veces antes que compran alimentos para su familia. Como consecuencia, la industria de la comida orgánica está floreciendo pero, ¿a qué costo?
Sí, los nuestros alimentos orgánicos tienen un costo, y no hablo del costo en dólares que pagamos a quienes producen los alimentos con el sudor de su frente. Hay una realidad que muchos consumidores olvidan o ignoran, y que existe en la industria orgánica al igual que en la industria agrícola en general. Me refiero a los trabajadores agrícolas, que en su mayoría son inmigrantes. En el estado de Nueva York, como en el resto del país, estos trabajadores son el motor que mueve la fábrica, un modo de producción que muchos consideran como una esclavitud moderna.
Esclavitud moderna, así es. Hoy en nuestro querido estado hay más de 100.000 trabajadores agrícolas que sufren injusticias laborales, morales y éticas que van contra la dignidad del humano. Según el Departamento del Trabajo del estado, se recomienda que los contratistas de trabajadores agrícolas ofrezcan vivienda con agua potable, calefacción adecuada, servicios sanitarios y cuartos limpios donde dormir, etc.
Parece algo normal, pero muchas veces estas condiciones no existen. Además, hoy en día los trabajadores están excluidos de muchas de los leyes que establecen normas de protección, como pago por tiempo extra y contribuciones del empleador al fondo de compensación de los trabajadores. Tampoco disfrutan de derechos esenciales como días de descanso, organización de sindicatos y negociación colectiva.
Hoy en día, en 2016, más de cincuenta años después del movimiento dirigido por el activista César Chávez en California, los trabajadores agrícolas sufren las mismas injusticias. Las leyes laborales del estado de California no llegan hasta la Gran Manzana. Poreso,del15demayoal1de junio los trabajadores agrícolas junto a las organizaciones que los apoyan y muchos líderes comunitarios —tanto políticos como religiosos— se unieron en una marcha para apoyar los trabajadores y reclamar una nueva ley que erradique ésta y otros iniquidades.
La Marcha de Justicia para Trabajadores Agrícolas partió del pueblo de Smithtown, en Nueva York, y terminó en el Capitolio, pasando por la Arquidiócesis de Nueva York, la Diócesis de Brooklyn y la Diócesis de Rockville Centre, donde los participantes se reunieron con sus legisladores locales para demandar justicia y apoyo legislativo.
La nueva ley S.1291 Espaillat/A.4762 Nolan, conocida como The Farmworkers Fair Labor Practices Act, propone establecer la joranda de 8 horas para los trabajadores agrícolas, pago por tiempo de trabajo extra, un día de descanso cada semana, el derecho a sindicarse y a la negociación colectiva, viviendas que cumplan las normas básicas del código sanitario (agua potable, edificios estructuralmente seguros, luz y ventilación adecuadas, etc.).
El objetivo es restablecer la dignidad humana de estos trabajadores, cuya contribución es esencial para el estado de Nueva York y para nuestras familias. La próxima vez que compremos productos cosechados, pensemos en las manos que los han traído a nuestras mesas. Podemos apoyar los trabajadores también defendiendo sus derechos junto a nuestros legisladores locales también. Unidos podremos defender mejor la dignidad de nuestros hermanos.