El terremoto que asoló mi tierra de Manabí, Ecuador, dejó muy pocas iglesias en las que los fieles puedan entrar y postrarse a los pies del Santísimo. Mi visita, a tres meses del terremoto, fue un peregrinaje de dolor, gozo y esperanza a la vez.
En Canoa subimos una pequeña cima buscando la Iglesia. Con el corazón latiéndome fuertemente, le dije a mi hermana: “¡Para aquí, aquí estaba! ¡La demolieron!” Bajé del carro, me paré en el extenso terreno vacío, contemplé el mar infinito, y clamé: “Señor, esta tierra, esta Iglesia es tuya. Provee los medios para volver a restaurarla.”
Caminé unos pasos y encontré una carpa con un altar improvisado y bancas para los fieles. Habían puesto allí varias imágenes de la iglesia, que increíblemente quedaron intactas. Las figuras de San Pedro, San Pablo y San Francisco hablan: “La Iglesia permanece aún en medio de los escombros”.
La siguiente parada fue Pedernales. Igual que Canoa, las palmeras, playa y mar invitan al viajero a quedarse. Sin embargo, al lado opuesto se contempla con dolor una ciudad devastada. Los muchos terrenos vacíos recuerdan al visitante que allí había casas, hoteles y restaurantes. La destruida Iglesia, exhibe un letrero grande que dice: “La Iglesia está siendo reconstruida por TIA ̈ (Tiendas Industriales Asociadas). Elevé una oración de agradecimiento. Divisé y caminé hacia una gran carpa, con su altar y sus bancas. Religiosas y laicos trabajan juntos tratando de sostener y nutrir la fe de los aterrados moradores de esta ciudad, epicentro del terremoto.
En Crucita también han puesto altar rodeado de bancas bajo carpas. Una imagen de Cristo cargando la cruz resalta en el medio acompañando a este pueblo de pescadores. Continuamos a Bahía. Mi corazón dio un brinco de alegría porque esta Iglesia está de pie. El templo anterior fue destruido por el terremoto de 1997, y el nuevo lo construyeron con bases antisísmicas. Por eso sobrevivió.
La siguiente parada fue Jaramijó. Su Iglesia contempla el mar a través de ventanas y paredes y techos derrumbados. Una carpa con bancas y un altar esperan a su pueblo, una gran parte viviendo en albergues.
Llegamos a Portoviejo. Aquí más de 100 personas perdieron la vida bajo el peso de los derrumbes. La Catedral sigue en pie, pero su Puerta Santa está cerrada. Se notan los estragos del terremoto. Sin embargo, una puerta lateral permite el acceso a su interior en las horas de la Santa Misa.
Chone es la ciudad donde nací, y donde vive mi madre y la mayoría de mi familia. Allí está otra de las catedrales, también con su Puerta Santa cerrada. Las celebraciones en el parque han sido un gran instrumento de evangelización.
Nuestra fe se ha fortalecido y nos ha dado la plena convicción de que nosotros somos la Iglesia, y que podemos celebrar bajo una carpa, con sol o con lluvia. Lo mismo podemos decir de las Iglesias de Manta, Calceta, Tosagua, y otras ciudades y recintos que están pasando por las mismas circunstancias.
“¡Oh Jesús de la Buena Esperanza, ten piedad de tu pueblo, Señor!”, entonaron en una imponente procesión miles de personas en las fiestas patronales de Chone. “¡Oh María, madre, mía, o consuelo del mortal, amparadnos y guiadnos a la patria celestial”, entonan diariamente los hijos mirando con esperanza hacia un futuro mejor.