En el día de la fiesta de Padre Pío, el 23 de septiembre, viajé por carretera a Boston, a sólo 222 millas y casi 4 horas de Brooklyn. Iba a venerar las reliquias del hombre de Pietrelcina, Italia, conocido en todo el mundo por su capacidad de sanar a otros, profesar, estar en dos sitios a la vez y por recibir las llagas de Cristo.
El arzobispo de Boston, el cardenal Sean O’Malley, OFM Cap., pidió la vista de las reliquias, que estuvieron expuestas a la veneración de los fieles entre el 21 de septiembre hasta el 23 de septiembre. Era la primera vez que el corazón de Pío salía de Italia. Los devotos de la costa este iban a tener la bendición de rezar ante de la reliquia de primera clase del sacerdote capuchino.
Protegido, los fieles se acercaron en procesión al altar de la Catedral de la Santa Cruz, donde estaba la reliquia en un urna de vidrio con una cinta roja, como si estuvieran en medio de la celebración de la Santa Eucaristía. Frente altar estaba parado un guardia de la reliquia sosteniendo la urna (que guardaba el corazón del
Padre Pio) para que los devotos pudieran besar, rezar o tocarlo con una estampilla de oración, rosario o otro artículo religioso. Muchos así lo hicieron durante la vigilia. Yo también regresé a casa con unas reliquias de tercera clase —estampillas de oración de Padre Pío que tocaron la reliquia de primera clase— para familia y amigos devotos de Perucho, el apodo dado a Padre Pio por sus amigos más cercanos.
Pero quería compartir algo interesante que sucedió después de esto. Hice el durante el viaje con mi esposo, su sobrino y la novia del sobrino. El sobrino tenía varias preguntas sobre la santidad, las reliquias y la veneración. El joven, cristiano pero no católico, quería saber cuál era la diferencia entre veneración de un santo o una reliquia y la adoración. No tengo duda de que a ustedes, nuestros amigos en fe, les han hecho la misma pregunta. Era la oportunidad perfecta de evangelizar y clarificar conceptos equivocados de las enseñanzas de la Iglesia.
Sé que mucho de ustedes, si no todos, entiendan que los católicos no adoramos a los santos. En realidad miramos hacia ellos como amigos y intercesores ante nuestro Señor. También sabemos que venerar no significa adorar a una persona o un objeto, sino demostrar reverencia ante un artículo sagrado o en un espacio santo. Reconocemos que Dios es el único digno de nuestro alabanza y adoración. Sin embargo, nuestro Dios es un Dios tan amoroso que da al mundo la gracia de conocer a hombres y mujeres en la historia que han dedicado su vida al servicio de los demás por amor a Él. Así que, buscamos la guía de los santos, nuestros amigos del cielo, para que nos ayuden e intercedan por nosotros en nuestros momentos de angustia.
Durante su vida, el Padre Pío tuvo muchos dones, su voluntad era sufrir como Cristo para aliviar los pecados de la humanidad. Por 50 años vivó con las llagas de Cristo en sus manos, pies y costado, heridas que olían a rosas. Batalló guerras espirituales pero siempre se mantuvo fiel al Señor. Inspiró a muchos durante su vida y continúa inspirando hoy casi 50 años después que se durmió en la eternidad. Sigamos buscando la intercesión de nuestros amigos en el paraíso para que podamos vivir una vida llena de santidad y gracia y así acercarnos al corazón del Padre.