CON SILENCIO (SILENCE, 2016) Martin Scorsese ha cumplido finalmente su sueño de adaptar la novela homónima del autor católico japonés Shusaku Endo, que lo fascinara cuando la leyó hace casi 30 años.
En este drama de ficción histórica, ubicado a mediados del siglo XVII, los jóvenes misioneros jesuitas portugueses Rodrigues y Garupe viajan a Japón, donde los cristianos sufren una encarnizada persecución. Quieren investigar el paradero de su mentor, el padre Ferreira, con quien se había perdido todo contacto, y de quien han llegado noticias de que ha apostatado y vive cómodamente como ciudadano japonés.
En Japón son recibidos con regocijo por una pequeña comunidad de campesinos cristianos que se han mantenido fieles a pesar de la represión. Se reúnen clandestinamente para orar y bautizan a sus hijos, pero añoran confesarse y celebrar la eucaristía. Después de acompañar un tiempo a los campesinos, ejerciendo ocultos su ministerio, los sacerdotes deciden continuar su búsqueda de Ferreira.
El largo brazo del poder represor, encarnado por el maligno inquisidor Inoue y su traductor, alcanzará finalmente a los campesinos que con tanto celo los acogieron, y a ellos mismos. En particular Rodrigues (Andrew Garfield, en una excelente actuación) será sometido a un maquiavélico, sistemático y brutal asedio para obligarlo a apostatar, cuyos resultados Scorsese presenta de un modo que ha suscitado interpretaciones muy diversas y aun contradictorias.
La cinta aborda con estremecedora intensidad dramática temas de gran complejidad, centrales para la fe cristiana: la duda como compañera inseparable de la fe; la fragilidad humana ante el sufrimiento y la muerte, por una parte, y la fidelidad inconmovible, capaz de arrostrar el martirio, por otra; los retos que implica la transmisión de la fe en un entorno cultural radicalmente diverso del propio; el aparente silencio de Dios –al que hace referencia el título– ante el sufrimiento de los oprimidos; la profunda hostilidad del poder contra el cristianismo, portador de un mensaje de liberación, son apenas algunas de las capas de contenido que se descubren en esta cinta excepcional.
Silencio deja en claro que la Misericordia y la Gracia de Dios alcanzan a todos sus hijos. Presentes y actuantes en la misteriosa pervivencia de la fe en lo más profundo del corazón de los presuntos apóstatas, como sugiere Scorsese en la secuencia final de la película, tocan también al pusilánime que, incapaz de plantar cara a las amenazas, regresa avergonzado buscando el perdón después de cada caída.
Su manifestación más plena está, sin embargo, en esos campesinos paupérrimos, de fe tan sencilla que parecen valorar más las mediaciones materiales que lo que ellas simbolizan, pero son capaces de dar un vibrante e inspirador testimonio de firmeza ante el martirio. Una cita del Evangelio viene a la mente con insistencia: «Yo te alabo, Padre… porque has ocultado estas cosas a los sabios y a los entendidos, y se las has manifestado a los sencillos» (Lc 10, 21).