UN NIÑO INDIO DE CINCO AÑOS, en su empeño por ayudar a su familia, se extravía y va a parar a Calcuta, a 1000
millas de su pequeña aldea, cuyo nombre ni siquiera sabe pronunciar de modo reconocible. Después de sobrevivir durante meses en las calles de una megalópolis caótica y hostil, es recluido en un orfanato, de donde es adoptado por un matrimonio australiano.
Tras veinticinco años de perfecta adaptación a su muy confortable entorno de adopción, el encuentro casual con la golosina favorita de su niñez india es el detonante que pone en crisis su personalidad de joven profesional australiano de clase media y despierta en él una profunda nostalgia que lo lanza a la búsqueda afanosa de su
familia original.
Lo más sorprendente de la trama fascinante de esta película es que Un camino a casa —distribuida en los Estados
Unidos con su título original Lion— es la adaptación cinematográfica de A Long Way Home, la autobiografía de Saroo Brierly, quien realmente vivió esta odisea. Mientras corren los créditos finales, se nos muestran fotografías de los verdaderos protagonistas durante su sorprendente itinerario vital, incluyendo el conmovedor encuentro entre
ambas madres. Decididamente, la vida logra a veces superar a la ficción.
Un camino a casa es, sin embargo, mucho más que un relato biográfico. Su primera parte es una vibrante denuncia
del desamparo en que viven demasiados niños en los países y regiones más pobres del mundo. Solo en la India, se nos informa también en los créditos finales, desaparecen cada año 80000 niños. A diferencia de la historia de Saroo, las de la inmensa mayoría de ellos no tienen finales felices, y en la película se nos invita a hacer lo que esté a nuestro alcance para ayudar.
Además, para quienes acostumbramos a sobrevalorar la comodidad y la abundancia material, hay un mensaje inspirador en la profunda nostalgia de Saroo por aquellos años de su primera infancia, vividos en condiciones de extrema pobreza. Solo el amor de la familia logra crear ese ámbito de pura felicidad, que nos hace quienes somos
y que ya nada puede borrar.
Desde su estreno en el Festival Cinematográfico Internacional de Toronto en septiembre de 2016, Lion ha sido muy
bien recibida tanto por la crítica como por el público. Ha cosechado 31 premios y 75 nominaciones, entre ellas seis
nominaciones al Oscar, incluidas las de mejor película y mejor actor de reparto.
Rodada a un costo estimado de 12 millones de dólares, a principios de abril ya había recaudado, solo en Estados Unidos, más de 50 millones.
Ojalá que el éxito extraordinario de este, su primer largometraje, anime al realizador Garth Davies a seguir realizando películas así, en las que desde las primeras imágenes, hasta la explicación de la razón de ser del título, al final, sean ocasión de enriquecimiento espiritual.