LA ASOCIACIÓN NACIONAL de Trabajadores Sociales dice que la justicia social se basa en el concepto de que cada ser humano merece igualdad de oportunidades económicas, políticas y sociales. Algunos identifican la justicia social con tendencias o movimientos liberales que están muy lejos de Dios, la Iglesia y la religión institucional. Nada más lejos de la verdad.
Durante todo su ministerio, el Santo Padre Francisco se ha comprometido a predicar el mensaje de la igualdad. Y cuando habla de la justicia social, invita en primer lugar a volver al catecismo, a redescubrir los diez mandamientos y las bienaventuranzas. Su proyecto es sencillo: si se sigue a Cristo, se comprende que «pisotear la dignidad de
una persona es pecado grave».
¿Y cómo puede uno pisotear la dignidad de otro? Negándoles ciertos derechos fundamentales. En su discurso por el
quincuagésimo aniversario o aniversario de la Pacem In Terris, en octubre 2013, el Papa, comentando la famosa encíclica de San Juan XXIII, dijo: “Se debe también ofrecer a cada uno la posibilidad de acceder efectivamente
a los medios esenciales de subsistencia, el alimento, el agua, la casa, la atención sanitaria, la educación y la posibilidad de formar y sostener a una familia. Estos son los objetivos que tienen una prioridad inderogable en la acción nacional e internacional y miden su bondad. De ellos depende una paz duradera para todos. Y es importante también que tenga espacio esa rica gama de asociaciones y de cuerpos intermedios que, en la lógica de la subsidiariedad y en el espíritu de la solidaridad, persigan tales objetivos”.
Al hablar de la justicia social y su lugar en la Iglesia, es justo mencionar a una luchadora, activista y líder comunitaria que dedicó su vida al servicio de sus vecinos en Sunset Park, Ridgewood y Bushwick. Muchos de ellos se enfrentaron con la desigualdad en comunidades donde predominaban las familias inmigrantes y de bajos ingresos.
Yolanda Coca, que en paz descanse, sirvió a sus hermanos con compasión, esperanza y fuerza en una época en que
los marginados necesitaban una voz que pudiera luchar por ellos.
Nacida en la República Dominicana, Yolanda vino a Bushwick en 1981. Tomó clases de GED y trabajó en una factoría. Alrededor de 1989, esperando a su hijo a la puerta de la escuela, recibió un disparo en la pierna. Esta experiencia le hizo comprenderel peligro de su barrio. Es allí donde su lema “miedo es muerte” nació. Después de recuperarse, empezó a organizar a la comunidad para mejorar los servicios educacionales.
Gregory Louis, abogado y director adjunto de programas para el Brooklyn Legal Services Corporation A compartió la historia y legado de la Señora Coca. Trabajó muy cerca de ella y cuenta que decía a sus vecinos: “No podemos tener estos problemas de seguridad en frente de nuestras en frente de nuestras escuelas. Se comprometió a trabajar por su comunidad, con su comunidad. Tanto que en vez de jubilarse, dejó un trabajo fijo con otra organización, un salario y beneficios para servir a Bushwick”, dice Gregory.
Cuando los inquilinos se sentían acosados por un propietario, ella estaba allí luchando en el tribunal de vivienda hasta logar que la familia pudiera quedarse en su apartamento. Muchas veces luchó para que los propietarios hicieran reparaciones necesarias y esenciales para el bienestar de los inquilinos.
Cuando el valor de las viviendas en Bushwick comenzó a elevarse, algunos propietarios empezaron a desbaratar edificios con familias aún viviendo allí.
“Los amenazaban con llamar a la policía o a migración si no se iban. A veces contrataban a otros para que los acosaran, permitiendo el consumo de drogas en los edificios o el uso de martillos neumáticos durante el día para obligarlos a salir”, cuenta el abogado.
Gregory explica que “la clave del éxito de su trabajo es que Yolanda era creyente de la Iglesia Católica. Entendió la misión de la doctrina social y de eso nació su pasión de abogar por su barrio. Fue ejemplo para sus vecinos y voluntarios, especialmente aquellos que no tenían ni una gota de relación con la Iglesia. Ella veía a la congregación como su familia y en ese mismo espacio, con el permiso del sacerdote de su parroquia, informaba a los parroquianos sobre servicios y recursos que podían aliviar sus situaciones”.
Yolanda se ganó la confianza de ellos porque vieron su humildad y su deseo de ayudar al pueblo. “Su trabajo nunca fue un trabajo en realidad: era una misión”, añade Gregory. “El ministerio de una laica que estaba tan enamorada de Jesús y de la Iglesia, que hizo todo lo posible por vivir el Evangelio en las calles de Brooklyn y lo hizo hasta que el Señor la llamó a casa”.
En los últimos años, el cáncer regresó y Yolanda ya no podía luchar como antes, aunque todavía lo hacía por amor a Dios y la comunidad. Su trabajo y colaboración con el Centro Scalabrini para familias migrantes y Servicios Católicos de Migración ayudó a expandir los servicios y recursos disponibles a la comunidad.
Hoy la lucha sigue, aunque Dios ya llamó a esta misionera a su casa celestial en diciembre. Las dos organizaciones todavía representan a la comunidad y el espíritu de Yolanda, que inició este tipo de activismo en Bushwick, “es más necesario que nunca” dice Gregory. “Bushwick tiene que seguir siendo una comunidad de inmigrantes, de personas trabajadoras, con culturas vibrantes y con viviendas asequibles. : La única forma en que lo logramos es si seguimos con la batuta de ella.
Yolanda Coca, inmigrante de la Quisqueya, fue una gran activista social y comunitaria, pero ante todo fue una hija de Dios que dedicó su vida y labor al servicio de los marginados. Ella fue su voz cuando nadie los escuchaba. No lo hizo porque aspirara a ser activista social, sino porque sintió que ese era su llamado como cristiana.