EL DOMINGO 21 de mayo del 2017 el papa Francisco anunció en Roma la elección de cinco nuevos cardenales para la Iglesia universal. Entre ellos figuraba para nuestra sorpresa el nombre de monseñor Gregorio Rosa Chávez, obispo auxiliar de San Salvador y quien desde 1982 ha ocupado ese cargo.
Ciertamente su cercanía y amistad con el beato monseñor Oscar Arnulfo Romero, su lealtad y coherencia con la memoria del mártir, lo llevaron a perder la confianza de ciertos sectores que obstruyeron su nombramiento como arzobispo metropolitano a la muerte del sucesor de Romero, monseñor Arturo Rivera Damas, en 1994.
Para muchos —incluyendo este servidor—, el capelo de monseñor Rosa Chávez es un homenaje merecido a ese obispo bueno y humilde que ha continuado sirviendo generosamente a la Iglesia salvadoreña sin buscar recompensas o títulos. Ahora, en una demostración de libertad espiritual y pastoral del papa Francisco, vuelve a recordarnos que la acción del Espíritu Santo nos sorprende y nos motiva a valorar y apreciar una línea pastoral y eclesial que no dudó en asumir el martirio por amor a Dios y a su pueblo.
Que se escoja al obispo auxiliar pasando por alto al ordinario de la arquidiócesis puede sorprender a algunos pero con ella Francisco vuelve a confirmar en la fe a la Iglesia peregrina de El Salvador. Al mismo tiempo, reconoce así los esfuerzos de toda una vida de un hombre excepcional que, habiendo nacido en una zona remota y atrasada del país como lo es el departamento de Morazán, ha sido fiel intérprete del Concilio Vaticano II y de la Conferencia Episcopal Latinoamericana de Medellín que adaptó para el continente ese espíritu de renovación pastoral que supuso el Concilio.
“Dios tarda pero no olvida”, dice nuestra gente. Después de haber sufrido indiferencia y desaires, monseñor Rosa Chávez recibe ese título de manos del Papa latinoamericano. En otro gesto típico de humildad, monseñor Rosa Chávez dedicó esa distinción que recibe la Iglesia salvadoreña a la memoria de Monseñor Romero quien supo convocar e invitar los mejores sentimientos de solidaridad y justicia para los pobres y marginados.
Al compartir con alegría este acontecimiento, me enorgullece saber que es otro gesto profético para reivindicar a una Iglesia que —como en la época de las catacumbas— acompañó a su pueblo masacrado. Sabemos que desde el cielo el beato Oscar Romero sigue presente en medio de su pueblo y entre los hombres y mujeres de buena voluntad y en la persona del padre Goyito, ahora Cardenal Rosa Chávez.
Que está buena nueva para la Iglesia latinoamericana y salvadoreña nos motive a buscar la ansiada paz no solo para El Salvador sino también para todo nuestro continente.