NO ES NINGUNA SORPRESA que los asuntos y preocupaciones sobre la inmigración están en las noticias a diario y acaparan mucho en la mente de las personas. Como nación de inmigrantes, el tema se siente intensamente personal.
Como cristianos, estamos llamados a dar prioridad a los seres humanos, respetando la dignidad de nuestros hermanos y hermanas, no importa si nacieron en este país o no.
Un país tiene el derecho y la responsabilidad de asegurar sus fronteras e imponer leyes de inmigración justas, pero en ese proceso siempre tenemos que preguntarnos si estamos dando la bienvenida al forastero, como Cristo nos instruyó, y si los métodos y la retórica utilizados respetan la dignidad de los seres humanos al centro de estas interrogantes. Nuestro deber moral es siempre poner al ser humano en primer lugar, sin olvidar nunca el maravilloso obsequio que cada uno de nosotros es para el mundo, de la mano de nuestro creador. He conocido de algunas parroquias y comunidades en la Diócesis de Albany que están buscando recursos para ayudar a los inmigrantes.
Estoy muy conmovido por este gesto de generosidad y espíritu de solidaridad.
Afortunadamente, la entidad Catholic Charities ofrece servicios de necesidades básicas a través de sus despensas de alimentos, comedores comunitarios y albergues para todos, sin preguntar sobre el estatus migratorio.
Asimismo, estos programas no preguntan acerca de la afiliación religiosa o estilo de vida, así que no debe haber ningún miedo o reserva cuando se trata de usar o referir personas a estos servicios.
Catholic Charities también opera un pequeño programa de asistencia legal de inmigración para ayudar a los inmigrantes documentados de bajos ingresos, a solicitar a integrantes de su familia, solicitar la ciudadanía y recibir referidos apropiados para otros servicios necesarios.
Este programa es financiado por donaciones de Catholic Charities y la organización Bishop’s Appeal, y busca “dar la bienvenida al forastero” proporcionando asistencia profesional a inmigrantes y refugiados con procesos que podrían ser demasiado costosos de otra forma.
En última instancia, no podemos permitir que el miedo y la desconfianza puedan más que la compasión por nuestros hermanos y hermanas, o nuestra obligación de ayudar a las personas en necesidad.
No hace mucho tiempo, los católicos fueron blanco del sentimiento anti-inmigración, al igual que muchos otros grupos de inmigrantes que ahora forman el rico tejido de la cultura estadounidense. No hay que pasar por alto que muchos inmigrantes en la actualidad también son hermanos y hermanas católicos.
La Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos (www.usccb.org) y la Red Legal Católica de Inmigración, Inc. (www.cliniclegal.org) ofrecen algunos buenos recursos e información como punto de partida sobre este tema.
Para aquellos que quieran hacer más, hay muchas oportunidades en nuestras comunidades locales para forjar una cultura de bienvenida, incluyendo brindar tutoría a estudiantes de inglés como segundo idioma (ESL), ayudar en las clases locales de ciudadanía, o ayudar en un centro comunitario.
Espero que a través de nuestras parroquias, organizaciones de servicio y de nuestras familias católicas e individuos por igual, los nuevos inmigrantes se sientan bienvenidos y amados, y experimenten lo mejor que nuestro país y nuestra fe católica tienen para ofrecer —ese sentido de pertenencia que todos anhelamos y merecemos.