En mi reciente viaje a Ecuador, en la ciudad de Manta, le pregunté a un joven si conocía una farmacia cerca. Detuvo su paso rápido y me contestó muy amablemente: “He visto una un poco más allá, pero no conozco mucho porque no soy de aquí. Llegué hace unos días”. Me sorprendió su acento caribeño, y le pregunté de donde era. “Soy de Venezuela”, me contestó mientras ansiosamente apresuraba nuevamente su paso.
Al día siguiente, llegué a mi tierra natal de Chone, una ciudad pequeña. Cuando les conté a mi familia que había encontrado un venezolano, reaccionaron de inmediato, como si yo estuviera atrasada de noticias: “¡Aquí están por cientos en todos lados!”. Días después, el 27 de julio, leí en el periódico ecuatoriano El Universo que en Tulcán, ciudad que colinda con Colombia, en esa semana habían ingresado dos mil venezolanos por día; que “cientos atraviesan Colombia por vía terrestre, cargando enormes maletas intentando ingresar a territorio ecuatoriano, algunos para quedarse en Ecuador, y otros para proseguir su travesía hasta Perú y Chile”.
Katherin Nieves, de 25 años, que viajó durante 72 horas con varios amigos y familiares, dijo: “Allá ya no hay ni esperanza. Escasean los alimentos, no hay medicinas, la violencia está a su más alto nivel. Aunque amo mi patria, ya no se puede vivir allá” . Ella y su familia piensan radicarse en Cuenca, una de las ciudades principales de Ecuador, pues allí los esperan otros familiares que llegaron antes.
Otro periódico ecuatoriano, El Comercio, reportó en enero de 2017 que en los últimos cinco años entraron al Ecuador 476,132 venezolanos, de los cuales 38,087 no registraron su salida, según el Ministerio del Interior. La Asociación Civil de Venezolanos en Ecuador dice que sus compatriotas están principalmente en Quito, Guayaquil, Manta y Cuenca. Alfredo López, director ejecutivo, señala que el principal motivo para emigrar es la seguridad personal y luego el económico.
En mi tierra de Chone tuve la oportunidad de entrevistar a un venezolano que me pidió no revelar su nombre ya que fue parte de la asamblea nacional venezolana durante ocho años. En diciembre del 2015 lo identificaron como uno de los 164 opositores que trabajaban en la asamblea y fue despedido. Llegó a Ecuador hace un año, ha recorrido varias ciudades buscando oportunidades y se ha radicado en esta ciudad manabita ya que su esposa a quien conoció en Venezuela hace veinte años , es oriunda de Calceta, otra ciudad pequeña cercana a Chone.
Habla con mucha tristeza de la tierra que él describe como la que fuera la “Venezuela saudita”, y hoy es la “Cubazuela”. “¿Por qué Ecuador, si los ecuatorianos se quejan de falta de trabajo y de crisis políticas?”, le pregunté. Me dio tres razones:
1) Geográficamente, Venezuela se parece a Ecuador;
2) La moneda ecuatoriana es el dólar;
3) Se respira paz. El venezolano viene de una experiencia de violencia, y lo primero que necesita es calmar su mente y su corazón.
Sin embargo, para la mayoría de los venezolanos, me dijo, Ecuador es un “trampolín”. Piensan seguir al Perú o a Chile; y su sueño mayor, llegar a los Estados Unidos. Mantiene su fe, pero cada día tiene menos esperanza. Opina que al presidente Maduro lo sostiene en el poder el resentimiento sembrado en la clase obrera: “Eres pobre por culpa de los ricos”; y el negociado con el narcotráfico. ¿Piensa volver? “No, es un riesgo que no puedo tomar.” Su padre, un hombre mayor, quien quedó en Venezuela y a quien le envía dinero, le pide que no se le ocurra volver.
“Le deseo lo mejor, hermano venezolano, a usted y a sus compatriotas”, le dije conmovida al despedirme. “Mi corazón inmigrante entiende muy bien su dolor, soledad, y sus sueños de superación. Estará en mis oraciones”.