LOS DISCURSOS DE ESTOS DÍAS y la prensa oficial cubana coinciden, increíblemente, con buena parte de las opiniones de opositores y activistas de la sociedad civil en la Isla y en la Diáspora: Nada va a cambiar en Cuba, todo es y será continuidad de lo mismo. Cuanto más, algunos argumentan que nadie es igual a otro, que hay suficientes ejemplos en el resto del mundo de líderes que viniendo del mismo partido o de la misma escuela de pensamiento, van abriendo gradualmente su país hacia la democracia y el progreso. Es asombrosa la coincidencia a pesar de la distancia desde todo punto de vista.
Por otro lado, hacer afirmaciones contundentes e inapelables es muy propio de nosotros los cubanos. Nos han introyectado el blanco y negro. Y el que no coincida con alguno de los dos extremos maniqueos, sea quien sea, es sencillamente descalificado: Fuera de la tribu la moderación, la gradualidad y el centrismo. Me refiero al del equilibrado e inclusivo, no al “centrismo” demonizado y caricaturizado que no existe más que en el deseo de quedarse solos, excluyendo a “todos los demás”.
Mientras, ya pasan los primeros días de esta nueva etapa, el común de los cubanos salen cada día a la calle a “resolver” y a “lucharla” para “ir tirando” y “sobrevivir”, significativamente indiferentes a lo que ocurre en las “alturas” y en el debate digital. Y es que la realidad se impone a los discursos. En efecto, la dura y tozuda realidad se encarga cada día, en cada instante, de abrirnos los ojos, sacarnos del sopor de la prensa, sacudirnos del ilusorio mundo de la ideología que intenta tranquilizar la angustia de la incertidumbre y la cotidianidad.
El insondable abismo entre el discurso y la realidad provoca una esquizofrenia existencial en los cubanos. En ocasiones nos sorprendemos montados en el canal onírico de lo que nos explican sobre lo que está pasando y lo que va a pasar. Y, casi simultáneamente, despertamos de ese embotamiento por el grito inconfundible de la realidad que vivimos.
En esta especie de amodorramiento que ha permitido que los cubanos soportemos por décadas este estilo de vida neurótico que nos va entreteniendo en discutir, entre igualmente excluidos, si habrá cambios o los hubo, si este será igual al otro o como es del común, “cada persona tiene su librito”. Y mientras, el tiempo pasa. Nuestra vida pasa, nuestra única estancia en este mundo transcurre pendiente del hilo inasible de la incertidumbre que unas veces se balancea hacia el pesimismo y otras hacia la esperanza… pero siempre, desde hace 60 años, ese fino péndulo, como el de Foucault, parece que tiene el mismo y único movimiento si lo miramos desde “dentro de la Tierra” como observadores que responden a la inercia.
Pero la obstinada realidad solo se puede observar, como el famoso experimente del físico francés, si logramos colocarnos en el “Polo Norte” de nuestras existencias, si nos esforzamos por no dejarnos atrapar por la inmediatez y “salirnos de la Tierra”, para poderla estudiar mejor sin dejar de regresar a poner los pies sobre ella y transformarla. Es decir, despertar de la modorra inercial, alejarnos del letargo de la demagogia. Entonces podremos “darnos cuenta” que hay “otro” movimiento, que la mirada cambia y el mundo nos presenta un movimiento contrario al que observamos cuando nos hundimos en la inercia cotidiana.
Mis lectores me podrían comprender por qué recurro a este pesado argumento de la física dinámica para intentar explicarme a mí mismo que aunque la gran mayoría intente convencerme que “todo seguirá igual”, mi instinto y mi experiencia de vida junto a la información limitada a la que he podido tener acceso, me sugieren que “eso” es un imposible desde el punto de vista de la ciencia y desde el punto de vista de la historia, de la política y de la filosofía. De lo contrario estaríamos en la caverna. Todo depende de nosotros, no del destino determinista.
Volviendo a la contundente realidad en que vivimos los cubanos, podríamos buscar un análisis menos subjetivo que matice ambas apreciaciones —los que dicen que todo sigue igual y los que decimos que algo puede cambiar progresivamente—, entre las que hay una diferencia y un punto de coincidencia. La diferencia podría ser la “distancia” y “la profundidad” desde donde analizamos la situación actual de Cuba. Y la coincidencia podría ser que ambas visiones explican ángulo diversos de la misma realidad: Es verdad que lo que se ve de cerca y en la superficie de los discursos y las televisiones indica que “nada cambiará” y también es verdad que si logramos “salirnos” de esa trampa de la inmediatez inercial y lo analizamos menos abrumados por la avalancha mediática, podríamos apreciar el otro ángulo de esta compleja situación: todo cambia inevitablemente. Nada es totalmente inercial, la energía se consume y los movimientos cambian, se gastan, se transforman. Nada es eterno. Nada ni nadie. Lo que pasa es que la angustia de que también nuestra única vida en esta tierra se nos va, nos provoca la urgencia del cambio inmediato y la aceleración de los procesos.
Alcemos la mirada, alejémonos del opio de la propaganda, miremos serenamente al mundo que nos rodea y podremos observar que la inocultable realidad de un país desvencijado y en permanente fuga de sus hijos más jóvenes y emprendedores, unido a la nueva correlación de fuerzas en la comunidad internacional, no se pueden arreglar ni reconstruir con continuidad… porque sencillamente “haciendo lo mismo no podemos esperar resultados diferentes”.
El mayor reto para cualquier persona que asuma en Cuba puestos de dirección o poder administrativo o político, sea cual sea su ideología, su cuota de poder real o su autonomía, es y será transformar la durísima realidad en que vivimos los cubanos. Y no se puede torcer el rumbo a esta tozuda realidad aunque gritemos, una y otra vez: continuidad.
No olvidemos que los más trascendentales cambios se susurran al oído. Y si los oídos son sordos… entonces le tocará a las piedras del camino de nuestra agreste realidad, convencer al sordo y al ciego que lo que hay que cambiar está a ras de tierra y no en las alturas soñolientas del discurso.
Tiempo al tiempo… y manos a la obra, sin inercias, que “hacer algo distinto para obtener diferentes resultados” es responsabilidad de todos, o volveremos a empezar con el péndulo de los caudillismos, sean del color que sean y con la edad y la ideología que tengan.
La realidad espera esa transformación a gritos desesperados. Pongamos, sosegadamente y sin alharacas, manos a la obra, cada cual en lo que le corresponda.
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Dagoberto Valdés fue fundador de la revista católica Vitral, del Centro de Formación Cívico-Religiosa de la Diócesis de Pinar del Río, y miembro de las pontificias comisiones para la Cultura y Justicia y Paz en sus cuatro décadas de apostolado seglar. En estos momentos es director del Centro de Estudios Convivencia y de la revista de dicha institución.