Derecho y vida

“A ustedes los llamo amigos”

Estarán de acuerdo conmigo en que una vida sin amigos es un tremendo vacío y un terrible desastre. Siempre necesitamos a esa persona con quien hablar, que te ofrezca una mano en la dificultad, a quien confiar secretos, con quien pasar buenos ratos, compartir planes… Así, la vida es más agradable. Tener buenos amigos es una gran fortuna en la vida. Es más, diría que más que fortuna es bendición.

La vida cristiana tiene un aspecto relacional muy marcado. Esta realidad se fundamenta en el comportamiento de Jesús mismo manifestándose verdaderamente humano. Él llama a sus discípulos sus amigos (Jn. 15,15). Entre ellos, tiene algunos predilectos como los hermanos Lázaro, Marta y María con quienes pasaba bastante tiempo en su casa en Betania. En alguna de las parábolas de bodas, él llama a sus discípulos los amigos del esposo (Mt. 9, 15). Jesús quiere que sus amigos celebren siempre y que no ayunen cuando el esposo todavía esté presente.

La amistad con Jesús nos inspira a vivir una verdadera vida cristiana. El trato amistoso con Él nos hace expertos conocedores de aquello que le agrada o desagrada, porque los verdaderos amigos se conocen hasta la intimidad. Pasando ratos juntos, un amigo llega a conocer perfectamente los gustos del otro. Cuando se quiere agradarlo pues se hace todo para satisfacer las preferencias y conseguir lo que fascinan a nuestro compañero. Para evitar enfados y enojos que ponen en peligro la amistad o incluso el riesgo de perderla, uno se empeña en ser muy cauteloso y respetuoso con lo que desagrada al amigo.

Jesús quiere entrelazar nuestras vidas con la de Él con lazos fraternos. Una vez iniciada esa relación, nuestras prácticas religiosas cobrarán más sentido e importancia. Algo lógico porque todo se hace con la motivación propia de los buenos camaradas. Las prácticas religiosas no entrelazadas con un lazo amistoso serían como piedras preciosas sueltas que no forman un collar.

Vamos a aplicar lo antes dicho a la tarea de la evangelización. Está la interrogante abierta del por qué los niños de la catequesis después de la primera comunión o de la confirmación dejan de venir a la Iglesia. Reconozco que es una pregunta abrumadora y que no tiene una respuesta sencilla. Quisiera proponer esta idea. Diría que nuestro esfuerzo catequético debería enfocarse en la pedagogía de iniciar a nuestros niños en una relación amistosa con Jesús. La doctrina es importante, sin duda, en cuanto sirve para forjar y robustecer esa relación amistosa. Se debería enfatizar en la idea de que a uno le dé gusto ir a la iglesia porque allí está su amigo bueno, porque los verdaderos amigos buscan tiempo para reunirse. ¡Cuántas risas, cuentos, cariño y esparcimiento al lado de un amigo!

Siempre con una cierta dosis de responsabilidad, los amigos no piensan en el precio de la amistad cuando se trata de un amigo querido. Jesús amó a sus amigos así: “Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos” (Jn. 15,13). Pues, la amistad hace nacer la generosidad. A uno no le da pena gastar tiempo y dinero por sus amigos. Será esta la razón por la que los amigos de Jesús son realmente generosos con su tiempo, pasando ratos de oración y dadivosos con su tesoro para dar lo mejor al amigo querido.

Gran suerte es tener buenos amigos, no tenerlos es trágico. Y cuando se tiene un amigazo en Jesús, la amistad se convierte en una bendición inigualable.

———————————

Mons. Jonas Achacoso es canonista y autor de “Due Process in Church Administration. Canonical Norms and Standards”, Pamplona 2018. Es Vicario Judicial Adjunto de la Diócesis de Brooklyn, juez del Tribunal de la Diócesis de Brooklyn, y Vicario parroquial de la iglesia Reina de los Ángeles, en Sunnyside, Queens; además de delegado de los Movimientos Eclesiales de la Diócesis de Brooklyn y Queens.  Su columna Derecho y vida puede leerse en la edición mensual de Nuestra Voz.