En la Audiencia General de este miércoles, el Papa Francisco concluyó el ciclo de catequesis sobre el libro de los Hechos de los Apóstoles. El Pontífice asume el tema del último viaje de San Pablo a Roma, el corazón del Imperio, para mostrar “el dinamismo de la Palabra de Dios, una Palabra imparable que quiere correr para comunicar la salvación a todos.”
La vida de los hombres es la ruta por donde viaja el Evangelio
Con el ejemplo de la vida de San Pablo, el Papa Francisco nos ayuda a descubrir como el Evangelio viaja y se expande a través de la misma vida ordinaria de los hombres cuando esta se vive en la fe, de este modo la existencia humana se convierte “en un espacio de tránsito para la salvación de Dios” capaz de “transformar situaciones y abrir nuevos caminos.”
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La Palabra no está encadenada
Pablo incluso es capaz de valerse de su situación desafortunada de haber sido arrestado para poder llegar y predicar en Roma el Evangelio de la Salvación. “Pablo no tiene libertad para moverse pero es libre hablar porque la Palabra no está encadenada: es una Palabra lista para ser sembrada con todas las manos por el Apóstol. Pablo lo hace con toda franqueza y sin impedimentos” afirma el Santo Padre.
La Iglesia como una casa abierta
El Papa pone el acento en el valor de la “acogida” como un elemento fundamental en la vida de la Iglesia para que esta pueda cumplir eficazmente su misión. La acogida de los cristianos a San Pablo “le infunde coraje y sa cálida hospitalidad sugiere cuánto se esperaba y deseaba su llegada.” Por otra parte también la apertura y acogida “a todos los corazones en búsqueda”. El papa presenta una imagen de la Iglesia como “una casa abierta” capaz de “celebrar con pasión la salvación de las naciones que se muestran sensibles a Dios y capaces de Escucha la Palabra del Evangelio de la vida” y que, “aunque perseguida, incomprendida y encadenada, nunca se cansa de dar la bienvenida a cada hombre y mujer con un corazón maternal para anunciarles el amor del Padre que se hizo visible en Jesús.”
La catequesis terminó con un augurio de que el Espíritu revive en cada uno de nosotros el llamado a ser evangelizadores valientes y alegres.