Unos 400 jóvenes de la Diócesis de Brooklyn, muchos de ellos hispanos, acaban de regresar de Polonia, donde participaron en la Jornada Mundial de la Juventud. Allí fueron a compartir la alegría de su juventud y de la fe con chicos y chicas de todo el mundo.
Y en los días de ese encuentro, los jóvenes de Brooklyn fueron a visitar el campo de concentración de Auschwitz.
Recordé mi propia visita a ese lugar del horror hace muchos años, cuando era tan joven como ellos. En Auschwitz sentí miedo de ser humano. Ante el mal absoluto, sentí vértigo al pensar que aquella industria de la muerte había sido construida por seres humanos.
Ves toneladas y toneladas de ropa de bebitos y párvulos que fueron asesinados allí mismo. Ves las cámaras de gas, donde cientos de miles murieron asfixiados por el Zyklon-B, y ves los crematorios donde sus restos fueron reducidos a cenizas multitudinarias. Y recuerdas que el humo de sus huesos nublaba el cielo de Cracovia.
Te espanta el mero hecho de ser humano, de saber que en ti también está esa capacidad para el mal, como lo estuvo en los administradores de Auschwitz, que en la noche iban a casa y cenaban con sus esposas y sus hijos. Lo piensas y te espantas.
Y en medio de ese espanto ves la celda donde murió el padre Maximiliano Kolbe, que se ofreció a morir por un desconocido. Y el recuerdo de su sacrificio de algún modo redime al ser humano en Auschwitz.
Visitar Auschwitz en el Año de la Misericordia, en medio de una celebración mundial de la juventud y de la fe, es contemplar los extremos del espectro humano. Es pensar que, de cierta manera, cada una de nuestras acciones nos aproxima a uno de esos extremos.
El 26 de julio, en el segundo día de la Jornada, el sacerdote Jacques Hamel, de 85 años, fue asesinado mientras celebraba la misa en su parroquia de Saint-Étienne-du- Rouvray, cerca de Ruan, enFrancia.ElArzobispo de Ruan, que estaba en Cracovia, regresó a Francia para celebrar la misa por el padre Jacques Hamel.
Los asesinos del padre Jacques Hamel, dos jóvenes musulmanes partidarios del ISIS, lo hicieron arrodillarse ante el altar y lo degollaron mientras gritaban “Alá es grande”.
Era un recordatorio sangriento de que, como al padre Jacques Hamel, cada día hay cristianos degollados en el mundo por su fe. Y cada día hay bombardeos y atentados que matan con exacta indiferencia a cristianos, musulmanes o ateos.
El camino hacia los horrores de Auschwitz sigue abierto; como también sigue vivo entre nosotros el testimonio de amor extremo de Maximiliano Kolbe.