En mi biografía del papa Francisco, El gran reformador, describo cómo el entonces arzobispo coadjutor de Buenos Aires viajó a Cuba en enero del 1998 para participar en la épica visita de san Juan Pablo II.
Pero nunca estuvo.
Nunca pude confirmarlo —mis emails al arzobispado en la Habana cuando escribía el libro a principios del año pasado no recibieron respuesta—, pero gente cercana al papa Francisco en Buenos Aires creía que sí había estado, y parecía cierto, pues se había publicado un libro de Jorge Mario Bergoglio, a fines de ese año, con el título de Diálogos entre Juan Pablo II y Fidel Castro.
Hace unas semanas se reportaba que fuentes del arzobispado de La Habana habían negado que el Papa hubiese estado en Cuba, pero yo me basé en la afirmación de una persona de rango en la Conferencia Episcopal Cubana, el secretario adjunto monseñor José Félix Pérez, a quien yo había conocido en mi primera visita a la Isla en 2003.
Según esta entrevista con Mons. Pérez, Bergoglio sí había estado, pero no se había quedado con los otros obispos, sino en una casa de amigos.
Basándome en esto, el fin de semana pasado, camino a Cuba, salí en Twitter a contradecir al corresponsal latinoamericano del Washington Post, que había escrito contundentemente que no Bergoglio no había estado en Cuba.
Pero en su briefing el martes, el portavoz del Vaticano, el padre Lombardi, confirmó que efectivamente nunca vino, y tuve que pedir perdón a Nick Mirhoff.
Ayer Mons. Pérez me explicó que había basado su afirmación en el hecho de que Bergoglio aparecía en la lista de los obispos presentes durante la visita, pero no en la lista de los que se habían hospedado en la Casa del Clero. Por razones no claras, el arzobispo Bergoglio había cambiado de planes a última hora, pero nadie había quitado su nombre de la lista de los delegados.
Sin embargo, como demuestra el libro —un ensayo escueto pero intenso sobre los grandes temas de la visita de Juan Pablo II—, Bergoglio conoce muy bien el drama cubano.
“Él conoce esta realidad, la ha seguido desde hace años, aún antes de su pontificado”, confirma Mons. Pérez.
Para la generación de Bergoglio, Cuba y su revolución fueron el suceso dominante de la política latinoamericana de los sesenta, cuando él se formaba como jesuita en la Argentina. Si los ideales iniciales de la Revolución —soberanía política y económica, justicia social— inspiraron a tantos jóvenes latinoamericanos de la época, la desilusión también fue muy grande.
El momento en que Fidel Castro se declaró marxista fue “una catástrofe” para Bergoglio y su generación, me dijo Guzmán Carriquiry, secretario de la Comisión Pontificia para América Latina en Roma, y amigo de confianza del papa Francisco.
La exportación del modelo ‘foquista’, con su culto al martirio, la adopción del marxismo-leninismo y la caída de Cuba en la órbita soviética —todo esto produjo una desilusión muy grande en los católicos jóvenes como Jorge Mario Bergoglio, como también la hostilidad desbordada de los Estados Unidos y sus intentos de socavar y derrocar la Revolución a través del bloqueo.
El intento precoz de Cuba de establecer un orden más justo terminó cayendo en una polarización diabólica y maniquea —capitalismo-comunismo, Cuba-EE.UU., democracia-totalitarismo— que por muchos años y hasta hoy ha envenado no sólo las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, sino también entre Estados Unidos y América Latina.
“La tragedia de Cuba es ser vanguardia, en el sentido preciso en que sólo es liberación de un fragmento de América Latina, y ese fragmento pequeño y erguido no puede sostener una política totalmente independiente”, escribió Alberto Methol Ferré, un uruguayo nacionalista cuyas ideas influenciaban mucho a Bergoglio. “Cuba más que nadie, urge el planteo de la cuestión nacional latinoamericana,” añadió en su ensayo “La revolución verde oliva”.
Otra tragedia fue la polarización Iglesia-Revolución. “La Revolución llegó demasiado antes, y el Concilio [Vaticano II] demasiado después”, dice Gustavo Andújar, director del Centro Félix Varela. “Si la Revolución hubiera acontecido después de Concilio, la historia hubiera sido diferente. Hubiera más espacio para el diálogo”.
Por eso, a la sombra del derrumbe del Muro de Berlín, la visita de san Juan Pablo II le parecía tan significativa al flamante arzobispo de Buenos Aires: porque permitió la apertura de un diálogo hasta entonces inexistente.
Sobre su peregrinaje por Cuba, escribió Bergoglio: “Juan Pablo II ha transmitido su mensaje, pero además ha escuchado, ha querido escuchar al pueblo, ha querido escuchar a Fidel Castro, a los trabajadores, a los estudiantes … En definitiva, ha querido escuchar la verdad de Cuba, como forma de acercamiento y comprensión de su realidad”.
La visita del papa Francisco sirve para reforzar ese camino de diálogo, igual que la de Benedicto XVI en 2012, un año después de las conversaciones entre el Cardenal Jaime Ortega y Raúl Castro que condujeron a la liberación de los presos conocidos como “los 75”.
El diálogo ha ayudado a que se revise la visión que muchos en el gobierno tenían de la Iglesia. Además de prejuicios ideológicos, la Revolución tenía una concepción equivocada de la Iglesia en parte por la experiencia de Fidel Castro, que de niño fue educado en un colegio jesuita privilegiado y nunca tuvo vida de parroquia.
“El ambiente católico en el que se crió Fidel era un ambiente de niños ricos y el esquema de la revolución ha sido siempre que la Iglesia es de los ricos”, dice Andújar. “No, la Iglesia en Cuba siempre tuvo una vida de parroquia que ellos no conocieron”.
El acercamiento en los últimos años ha sido muy notable —y se ha llegado a una nueva etapa con las declaraciones de Raúl Castro en mayo sobre su admiración por el papa Francisco.
Pero existen también fuertes resistencias, y dentro del gobierno hay muchos a quienes les incomoda la creciente influencia de la Iglesia.
“No hay una sola postura al respecto”, me dijo Mons. Pérez. “Yo pienso que puede haber estamentos institucionales oficiales clave que tienen mayor comprensión y apertura, y doy por hecho que hay otros con mucha fuerza y poder a los que nada de esto les agrada”.
Por esto es tan necesaria esta visita papal. Francisco viene como misionero de la misericordia —el lema oficial de la visita—, pero también como amigo y hermano latinoamericano.
Los cubanos lo alaban por su sencillez y bondad, y se sienten agradecidos por el acercamiento Cuba-EEUU.
Y a diferencia de los papas anteriores —figuras lejanas— los cubanos conocen bastante a Francisco, habiendo seguido con interés su visita a los países andinos en julio y escuchándolo directamente en su propia lengua. “Seguro que va a haber una conexión afectiva entre el pueblo y el Papa”, dice Mons. Pérez.
Por su parte, el papa Francisco llega no sólo muy bien informado, sino con una pasión por ver una Cuba soberana, libre, próspera y solidaria —un faro regional, que podría ser la clave de un nuevo futuro para América Latina, desbloqueando en vez de polarizando.
El sábado será la primera vez del papa Francisco en Cuba. Pero en su imaginación y sus oraciones, ya pisó tierra cubana muchas veces.
AUSTEN IVEREIGH, D. Phil. Escritor, periodista y presentador. Autor de la biografía El gran reformador: Francisco, retrato de un papa radical.