No quiero quejarme. Estar en la Habana esperando al Papa y conversando con gente tan impresionante de la Iglesia cubana es un privilegio enorme, y estos días son para recordar.
En el hotel, que tiene 25 pisos, sólo funcionan dos de los seis ascensores y la comida es mediocre, pero los cubanos son cálidos y acogedores, y esta no es una reseña de Trip Advisor.
Pero necesito desahogarme sobre el tema del internet.
En breve: no hay acceso generalizado. ¿3G? Olvídalo. La gente tiene que encontrar hot-spots —normalmente fuera de los hoteles, pero ahora hay también en la calle 23 en el barrio del Vedado— donde en la calle te puedes conecta usando tarjetas pre-pago del monopolio estatal ETECSA.
Las tarjetas ‘nauta’ de una hora salen en 2 pesos convertibles (CUC), algo así como 2.5 dólares, pero cuando vas a la oficina de ETECSA ya no hay. Luego te das cuenta por qué: los muchachos que te las revenden por 3 CUCs ya las compraron todas.
No importa. La tienes. Con una sensación parecida a comprar un billete de lotería —hay incluso una sección que se raspa—, introduces tus códigos larguísimos de usuario y la clave, y después de lo que parece una eternidad empiezas a navegar.
Pero las condiciones marítimas son muy inciertas. Puedes bajar los emails, pero no el contenido. Ciertas páginas son inaccesibles (las americanas más que las europeas). Por razones no obvias, el sistema de repente te echa y tienes que volver a introducir tus claves. O se pone tan lento —dependiendo de la cantidad de personas conectadas— que tu hora desaparece esperando a que las páginas web se carguen.
No hay suficiente ancho de banda. Siendo un recurso escaso, el acceso al internet es una desigualdad social cubana difícil de conciliar con los objetivos de la Revolución.
Los muy privilegiados son los extranjeros que viven y trabajan aquí. Por una cantidad de dinero enorme —400 dólares al mes— disfrutan de sus propias redes de internet rápido.
En mi hotel, que tiene red propia, el internet es bastante mejor —pero carísimo: 10 CUC la hora. (Sólo el comunismo es capaz de crear monopolios capitalistas tan explotadores).
La enorme pena de esto es que en Cuba hay tanta gente capaz y bien formada —fruto de la gran inversión que ha hecho la Revolución en educación gratuita— que si hubiera acceso masivo al internet, el país rápidamente despegaría, aun sin el levantamiento del bloqueo.
No es cuestión de falta de recursos. En países latinoamericanos más pobres que Cuba, el internet es mucho más barato y accesible. Y no hablemos de lo que invierte Cuba en deportes tan criollos como bádminton o hockey sobre césped, con el fin de aumentar su prestigio internacional.
La razón es obvia. Por la propia naturaleza pesimista del marxismo hay un terror a la pérdida de control. Y no hay nada más incontrolable que el acceso generalizado y masivo a la red.
El status quo permite la vigilancia. Todos los emails que se reciben y se envían desde Cuban pasan por los servidores del estado. No es cuestión de bloquearlos —aunque lo hacen a veces— sino de estar informados. El estado quiere saber.
Un religioso con muchos años en el país y quien, como de costumbre aquí, pide no ser identificado, me contó que una vez desde su comunidad se envió por email a sus superiores en Roma un informe que daba un resumen verdadero de las restricciones y retos de la vida religiosa en Cuba.
Tiempo después, recibieron un mensaje anónimo de las fuerzas de seguridad cubanas acusándolos de ingratitud y de haber abusado de la hospitalidad que se les había otorgado. El mensaje cuestionó específicamente lo que alegaban en el informe.
Por eso, cuando las comunidades católicas quieren comunicar cosas que pudieran ofender al gobierno, lo hacen por medio del nuncio.
Un corresponsal de una agencia de noticias aquí con quién almorcé —un biógrafo del Papa en vísperas de una visita papal recibe bastantes invitaciones a almorzar— me dijo: “Si estás paranoico, es probable que sea justificado”.
Él supone que todo lo que dice y escribe lo sabe el gobierno. “Aquí no hay vida privada”.
Cuba está cambiando. Se está abriendo. Está en el camino de la reforma.
Pero para seguir adelante hace falta otra revolución: invertir lo que el estado se gasta en vigilancia para crear una estructura viable de acceso masivo y barato al internet.
Para llegar a eso Cuba necesita sentirse segura. En eso la visita del papa Francisco, amigo tanto de Cuba como de los Estados Unidos, puede ayudar.
Mientras tanto, tengo que cuidarme de no caer en la paranoia. Ayer un taxista me llevó a Miramar a conseguir una línea telefónica local cubana, y luego a la Habana Vieja, donde me querían entrevistar CNN y Associated Press.
Contento de poder hacer llamadas baratas, hice varias. Al llegar de regreso, el taxista me dijo: “Bueno, Austen, estoy siempre fuera del hotel si Ud. me necesita.”
Asustado, le pregunté: “¿Cómo sabes mi nombre?”
El taxista me miró con cara de sorpresa.
“¡Pero si Ud. lo dijo cada vez que hizo una llamada!”
AUSTEN IVEREIGH, D. Phil. Escritor, periodista y presentador. Autor de la biografía El gran reformador: Francisco, retrato de un papa radical
Foto: CNS/Mal Langsdon, Reuters