CIUDAD DEL VATICANO (Por Carol Glatz/CNS)—. Mientras los ricos se hacen más ricos, la miseria y los gritos de los pobres se ignoran todos los días, dijo el papa Francisco.
“El cristiano no puede estar con los brazos cruzados, indiferente”, ni con los brazos levantados en resignación, dijo el papa durante su homilía del 18 de noviembre, la Jornada Mundial de los Pobres.
“El creyente extiende su mano, como lo hace Jesús con él”, libre y amorosamente, ofreciendo ayuda a los pobres y a todos los necesitados, dijo el papa durante la Misa en la Basílica de San Pedro. Unos 6,000 pobres fueron los invitados especiales y asistieron a la Misa. Voluntarios y otros que ayudan a comunidades necesitadas también estuvieron presentes.
Después de la Misa y el Ángelus el papa se reunió con unos 1,500 pobres en la sala de audiencias del Vaticano para un almuerzo de varios platos. Muchos grupos parroquiales, escolares y voluntarios de toda Roma también ofrecieron varios servicios y comidas para los pobres ese día.
Dios siempre escucha los gritos de los necesitados, dijo el papa durante la homilía de la Misa, “¿y nosotros? ¿Tenemos ojos para ver, oídos para escuchar, manos extendidas para ayudar?”.
El papa Francisco instó a todos a orar por la gracia de oír los gritos de todos los pobres: “el grito ahogado de los niños que no pueden venir a la luz, de los pequeños que sufren hambre, de chicos acostumbrados al estruendo de las bombas en lugar del alegre alboroto de los juegos”.
Que la gente pueda escuchar el grito del anciano abandonado, el grito de los que carecen de todo apoyo, de los refugiados y el grito de poblaciones enteras que carecen de grandes recursos naturales, él dijo.
Refiriéndose a la historia del Evangelio del pobre que mendigaba sobras, el papa Francisco dijo que muchas personas hoy día son como Lázaro y “lloran, mientras que unos pocos epulones banquetean con lo que en justicia corresponde a todos”.
Él dijo que todos los días el grito de los pobres se hace más fuerte pero es cada día más ignorado. Sus gritos son “sofocados por el estruendo de unos pocos ricos, que son cada vez menos, pero más ricos”, él dijo.
El papa reflexionó sobre el relato de san Mateo de lo que Jesús hizo después de que alimentó a miles con solo cinco panes y dos peces. El pasaje (Mateo 14: 22-32) explica que en vez de regocijarse en la gloria de haber alimentado a tanta gente, Jesús sube a la montaña a orar.
“Él nos enseña el valor de dejar: dejar el éxito que hincha el corazón y la tranquilidad que adormece el alma”, dijo el papa.
Luego, Jesús baja de la montaña y regresa con la gente que todavía lo necesita, él dijo.
“Subir hacia Dios y bajar hacia los hermanos, aquí está la ruta que Jesús nos señala”, apartarnos de una vida de comodidad y dejar atrás los placeres, las glorias y las posesiones superficiales pasajeras, dijo el papa.
Jesús libera a la gente de las cosas que no importan para que puedan aceptar los verdaderos tesoros de la vida: Dios y el prójimo, él añadió.
El papa dijo que otro suceso en el pasaje, según san Mateo, es cómo la tormenta y los vientos se detuvieron cuando Jesús se subió al barco llevando a sus discípulos atemorizados.
El secreto de navegar por la vida y sus tormentas pasajeras, dijo el papa, es invitar a Jesús a bordo. Hay que darle a él el timón de la vida porque él es quien da vida, esperanza, sanación y libra del miedo.
Lo tercero que Jesús hace es extenderle su mano a Pedro, quien en su miedo y duda se está hundiendo en el agua.
Todos quieren la vida verdadera y necesitan que la mano del Señor los salve del mal, dijo el papa.
“Este es el comienzo de la fe: vaciarnos de la orgullosa convicción de creernos buenos, capaces, autónomos y reconocer que necesitamos la salvación”, él dijo. “La fe crece en este clima, un clima al que nos adaptamos estando con quienes no se suben al pedestal, sino que tienen necesidad y piden ayuda”.
“Por esta razón, vivir la fe en contacto con los necesitados es importante para todos nosotros”, dijo el papa. “No es una opción sociológica, no es la moda de un pontificado, es una exigencia teológica”, reconocer la pobreza espiritual de uno y que todos los demás, especialmente de los pobres, están suplicando la salvación.
“Despiértanos, Señor, de la calma ociosa, de la tranquila quietud de nuestros puertos seguros. Desátanos de los amarres de la autorreferencialidad que lastran la vida, libéranos de la búsqueda de nuestros éxitos. Enséñanos, Señor, a saber ´dejar´, para orientar nuestra vida en la misma dirección de la tuya: hacia Dios y hacia el prójimo”, él dijo.
El papa estableció la Jornada Mundial de los Pobres para animar a toda la iglesia a ver a los necesitados y para que los pobres sepan que sus gritos no han pasado desapercibidos, dijo el papa en su mensaje de este año.
Grupos de la ONU calculan que en el mundo hay unos 700 millones de personas que no pueden satisfacer sus necesidades básicas y que el 10 por ciento de la población mundial vive en extrema pobreza.