La primera vez que visité San Diego, Los Ángeles, y otras ciudades de California, Estados Unidos, me maravillé al leer por todas partes nombres de pueblos, puentes y carreteras en español, y ¡de santos!
La historia ha sido fiel conservando los nombres y legados de fe que dejaron los misioneros españoles que evangelizaron durante el siglo XVIII a los indígenas de Alta California Alta, que es hoy parte de Estados Unidos, y Baja California, que sigue perteneciendo a México. Originalmente los misioneros eran jesuitas, pero al ser expulsados los jesuitas por orden de la corona española, por motivos políticos, llegaron a reemplazarlos dieciséis misioneros franciscanos encabezados por fray Junípero Serra. Fundaron veinte y una misiones. De ellas, las nueve primeras fueron producto de la inspiración, pasión y dirección del sacerdote Junípero. La primera misión nació en San Diego, en 1769, con una solemne Eucaristía. Allí alzaron una gran cruz, construyeron la iglesia alrededor de una plaza, y al toque de campanas invitaron a los amerindios a congregarse.
Junípero Serra y sus colaboradores siguieron la línea de acción establecida durante su estancia en la Sierra Gorda de Querétaro, México. Al escoger un lugar levantaban una capilla, unas cabañas para los frailes y un pequeño fuerte para protegerse de posibles ataques. Acogían a los indígenas que se aproximaban movidos por la curiosidad y, una vez ganada su confianza, los invitaban a establecerse cerca de la misión. Al mismo tiempo que los catequizaban, les enseñaban agricultura, ganadería y albañilería, y les proporcionaban semillas y animales. Las mujeres recibían adiestramiento en cocina y confección de tejidos.
Fray Junípero nació en Mallorca, España, de Antonio Serra y Margarita Ferrer. Su nombre de bautismo era Miguel José. Sus padres eran analfabetos, pero enviaron a su hijo a estudiar con los franciscanos. A los 16 años se hizo fraile y cambió su nombre por el de Junípero. Continuó sus estudios y llegó a ocupar la cátedra de teología escotista en la Universidad de Palma de Mallorca.
En 1749, siguiendo el llamado de Dios a misionar en América, abandonó la cátedra, abrazó a sus padres ancianos con el dolor del que sabe que no volverá, y partió con veinte misioneros franciscanos. Después de una travesía de 99 días, llegaron al Virreinato de la Nueva España, nombre colonial de México, donde se dedicó a evangelizar a los indígenas.
Falleció el 28 de agosto de 1784 en la Misión de San Carlos Borromeo de Carmelo, en Monterrey, California, fundada por él en 1770, y donde tuvo su sede central. Sus restos descansan en la basílica de esta misión. El 25 de septiembre de 1988, San Juan Pablo II, que había visitado su tumba, lo beatificó solemnemente en Roma. Dijo que fray Junípero y sus misioneros tenían la convicción de que “el Evangelio es un asunto de vida y de salvación, y que esta convicción los sostenía “frente a cualquier vicisitud, desazón y oposición.”
Es el único español que tiene una estatua en el Salón Nacional de las Estatuas en el Capitolio, donde está el poder legislativo de los Estados Unidos, y donde están representados los personajes más ilustres de esta nación. En 2013, en el 300 aniversario del nacimiento de fray Junípero, los Príncipes de Asturias visitaron y dejaron una ofrenda floral en su tumba. Su amigo y biógrafo, el padre Francisco Palou, dijo de él: “No se apagará su memoria, porque las obras que hizo cuando vivía han de quedar estampadas entre los habitantes de la Nueva California”.
En septiembre de 2015 será canonizado por el Papa Francisco, por lo que será el segundo santo nativo de las Islas Baleares, después de santa Catalina Tomás. Será una “canonización equivalente”, es decir, sin la necesidad de aprobar un milagro debido a la probada veneración popular.