Después de la gran crisis de la Iglesia, especialmente en los Estados Unidos, debido a las acusaciones de pedofilia y efebofilia, surgió una voz muy fuerte, no solo fuera sino también dentro de la Iglesia, que atribuía a la práctica del celibato el origen de este tipo de desordenes, y por lo tanto se propone la abolición de la disciplina del celibato como la solución no solo al problema de los abusos, sino también incluso a la crisis de las vocaciones.
Dicha tesis sostiene que la continencia sexual hace que algunos hombres, privados de la posibilidad de una vida sexual normal y madura, busquen experiencias secretas que podrían conducir a prácticas lamentables como el abuso de un menor.
¿Un problema de los célibes?
Si tomamos como cierta la tesis antes planteada, es posible concluir que el abuso sexual de menores sería un fenómeno casi exclusivo de los célibes como consecuencia necesaria de la abstinencia sexual.
Esta respuesta, además de ser simplista, no tiene base en la realidad, ya que las estadísticas afirman que la mayor cantidad de abuso sexual ocurre dentro de las familias, donde los depredadores no viven ninguna regla religiosa ni practican la castidad, como lo informan, por ejemplo, la Asociación Española de Pediatría, la ONG de lucha contra el abuso sexual infantil El Mundo de los ASI, el portal de noticias mexicano La Vanguardia, o las estadísticas publicadas por el Gobierno Argentino. Además de otros contextos no confesionales como clubes deportivos, escuelas públicas, los Boys Scout, los centros de detención de inmigrantes así como reconocidas ONG’s que tenían como misión ayudar a víctimas de catástrofes (Oxfam y World Vision por ejemplo) han sido acusados por fenómenos de esta naturaleza.
Por otro lado, la atracción sexual por menores impúberes y la incapacidad para controlar y sublimar los impulsos agresivos son indicadores de una precaria salud psicológica, lo que nos lleva a deducir que las causas no están en una práctica externa sino en una realidad más profunda.
El contexto histórico de la crisis
Centrándonos principalmente en la situación sufrida por la Iglesia, hay un hecho que no podemos ignorar: las acusaciones de abuso sexual cometidas por sacerdotes en los Estados Unidos, por ejemplo, generalmente se refieren a delitos ocurridos entre finales de los años ‘50 y principios de los ‘80.
Sin desacreditar nuestra afirmación de que los abusadores sufren algún tipo de trastorno de orden psíquico-social, no podemos pasar por alto tres eventos históricos que afectaron a la sociedad de ese momento y a los católicos en particular: la revolución sexual de la década de 1960, el período de la posguerra y, en el caso de la Iglesia, también las interpretaciones equivocas del camino de reforma que se transitaba tanto en el periodo pre como post conciliar.
¿Esto significa que el Concilio Vaticano II haya sido un evento negativo en la vida de la Iglesia? Absolutamente no, pero tampoco podemos negar que las dificultades de comunicación, los movimientos abruptos que sufría la sociedad en general y las presiones, siempre presentes, para cambiar la moral católica, llevaron a muchas personas, laicos y sacerdotes, a interpretar las reformas y aperturas del Concilio como una señal de aprobación a cualquier tipo de experimentación con cambios, no solamente en el orden de lo disciplinar, sino también de lo teológico y moral. Como consecuencia, esto ha llevado a una gran crisis eclesial y al interno de la conciencia de los fieles en particular.
A este tiempo es aplicable la frase de Leonardo Da Vinci: “No estamos frente a una época de cambios sino ante un cambio de época,” y así lo era realmente y lo continúa siendo. Se trataba de un periodo de desconcierto, ciertamente no reconocido por la exaltación de la castidad y las virtudes morales, sino más bien por el contrario, un momento en que todos los valore se pusieron en crisis y los límites se convirtieron en casi imperceptibles a causa de una libertad mal entendida. Ya Benedicto XVI en el texto “La Iglesia y el abuso sexual” relata una serie de desafortunadas “experiencias innovadoras” relacionadas con la vida sexual, que se han realizado en algunos seminarios y en algunas diócesis.
Pero no solo la Iglesia se veía afectada por la crisis de este cambio epocal, ya que encontramos otros testigos que nos muestran como la sociedad completa se sumergía en una espesa niebla. Por ejemplo, este es el tiempo en el que nace en los Estados Unidos la asociación pro pedofilia NAMBLA, o en Alemania surgían los centros de experimentos sexuales con niños guiados por la izquierda germánica tal y como lo relata el reportaje realizado por Jan Fleischauer y Wiebke Hollersen para la revista alemana Der Spiegel, como ser el centro extraescolar Rote Freiheit, la Escuela Odenwald, el Kinderladen o los llamados Pedo groups.
Entonces ¿los abusos son un problema interno de la Iglesia Católica? Cierto que no, la Iglesia lamentablemente fue parte de este problema por ser parte de una sociedad en crisis y por lo que debe hoy asumir su responsabilidad tal y como lo debieran hacer todos los agentes que componen la entera sociedad. Por lo tanto, ¿es la abolición del celibato la solución mágica? Pensar esto sería como cerrar las ventanas con la pretensión que la noche llegue más rápido.
Una perla preciosa que debemos custodiar
San Pablo VI, conocido también como el Papa del Concilio, a pesar de no “ignorar las objeciones en contra”,[1] no titubeo en describir al celibato sacerdotal como “una perla preciosa que la Iglesia custodia desde siempre,”[2] e iluminar a la Iglesia que caminaba un tiempo marcado por las sombras, a través de su encíclica Sacerdotalis Caelibatus, donde ya nos enseñaba que “la castidad es el resultado de una laboriosa conquista y de una afirmación cotidiana”,[3] ya que la ordenación sacerdotal no es algo mágico que “lo haga todo fácil y que ponga al neo presbítero definitivamente al seguro contra toda tentación o peligro”,[4] por lo que se hace necesario ciertamente un camino de formación humana y cristiana. Por otra parte retenía imprescindible que quien escoge la vida célibe tenga un auténtico reconocimiento de su instinto sexual y afectividad, para evitar “ciertamente consecuencias dañosas para el equilibrio físico o psicológico”.[5]
El santo Papa, como creyente, no ignora los auxilios de la Gracia Divina, capaz de elevar la naturaleza, pero siempre bajo la condición de que la elección a dicho estado de vida se haga con humana y cristiana prudencia y con responsabilidad,[6] y puesto que el sacerdocio es un ministerio instituido por Cristo para servicio de su cuerpo místico que es la Iglesia, por tanto, es también a la Iglesia quien tiene la responsabilidad del discernimiento y selección de los candidatos que considere aptos para este estado de vida, es decir, a aquéllos a los que Dios ha concedido, juntamente con las otras señales de la vocación eclesiástica, también el carisma del celibato,[7] y excluir a quienes presenten dificultades de naturaleza física, psíquica o moral para tal vocación, [8] para poder luego iniciar un camino de formación capaz de “coordinar armoniosamente el plano de la gracia y el plano de la naturaleza en sujetos cuyas condiciones reales y efectiva capacidad sean conocidas con claridad”.[9]
¿Dos Papas y dos doctrinas?
Es conocido que la confrontación y la polémica son instrumentos para crear las noticias, por lo tanto no es extraño que muchas veces se aborde los argumentos de la Iglesia desde la polarización, ahora particularmente mediante la contraposición de los “Dos Papas”, historia que no solo nos la vendieron a través de una “simpática” película de ficción sino también manipulando la presentación del libro que escribió el cardenal Prefecto de la Congregación del Culto Divino y la Doctrina de los Sacramentos, Robert Sarah, con la contribución de un texto de Benedicto XVI. El tema del libro es justamente una parte importante de nuestra reflexión: El celibato.
En este punto me gustaría recordar por una parte que el Cardenal Robert Sarah, formado en la Instituto Bíblico conducido por los Jesuitas en Roma, fue nombrado Prefecto justamente por el papa Francisco en el 2014. En ese mismo año el Santo Padre agradeció públicamente a Benedicto XVI por permanecer en el Vaticano, porque era como “tener al abuelito sabio en casa”.
Vale la pena leer cómo afronta este tema el sitio oficial de noticias del Vaticano recordándonos que fue el mismo Benedicto XVI a través de la Constitución apostólica Anglicanorum Coetibus dedicada a los anglicanos que piden la comunión con la Iglesia católica, quien prevé “admitir caso por caso al Orden sagrado del presbiterio también a los hombres casados, según los criterios objetivos aprobados por la Santa Sede.” Mientras que reafirma otras tantas veces que Bergoglio, tanto como cardenal de Buenos Aires como luego de ser elegido Papa, argumentó a favor de esta disciplina eclesial. Por ejemplo, en el libro conversación con el rabino Abraham Skorka, había explicado que estaba a favor de mantener el celibato “con todos los pros y los contras que conlleva, porque son diez siglos de experiencias positivas más que de errores. La tradición tiene un peso y una validez” o en diálogo con los periodistas en el vuelo de regreso de Panamá, el Papa había recordado que en la Iglesia católica oriental era posible la opción del celibato o del matrimonio antes del diaconado, pero había añadido, a propósito de la Iglesia latina: “Me viene a la mente esa frase de San Pablo VI: ‘Prefiero dar mi vida antes que cambiar la ley del celibato’. Me ha venido a la mente y quiero decirla, porque es una frase valiente, en un momento más difícil que éste… Personalmente, pienso que el celibato es un don para la Iglesia… Yo no estoy de acuerdo en permitir el celibato opcional, no”. [10]
Antes de dejarnos seducir por las historias de héroes y villanos, sería conveniente acercarnos a las fuentes, tratando de tener una comprensión verdadera de la realidad y no permanecer fijos en opiniones, muchas veces tendenciosas, que pueden terminar por llevarnos a tomar decisiones apresuradas y en la mayoría de los casos equívocas.
Hechos, no palabras
Finalmente, y regresando al tema que hemos planteado al inicio, creo que antes de dejarnos convencer con polémicas ficticias, tenemos que mirar los hechos. No solo para darnos cuenta que el abuso sexual no es un fenómeno exclusivo de la Iglesia, sino también para ver cuánto hizo la Iglesia para cambiar esta situación, (Planes de formación permanente, publicación de lista de agresores sexuales, comisiones de protección de menores, etc…) y cuanto hacemos nosotros como Iglesia, como sociedad y como personas individuales para crear un mundo más seguro.
Ya hemos reflexionado sobre cómo puede terminar la historia cuando decidimos recortar en lugar de reforzar, ¿no será más oportuno probar con la opción contraria en esta ocasión? Pienso que será mejor, esta vez, redoblar la apuesta ofreciendo a los cristianos y a todos los que se sienten que caminan a oscuras una alternativa verdaderamente diferente y desafiante con una identidad definida.
Tenemos que advertir que no existen soluciones mágicas, no es el celibato la gran solución a los problemas de la Iglesia, ni morales, ni vocacionales, sino más bien, debemos aceptar que esta crisis nos ha puesto a todos de cara a una carencia profunda que se expresa de diversas maneras: Nos falta autenticidad. Estoy seguro que si fuéramos más auténticos, estas crisis podrían evitarse. Auténtico cuando pienso en una vocación, auténtico para reconocer mis límites y los del otro, aunque me duela, auténtico para pedir ayuda cuando sé que no puedo hacerlo solo, auténtico para denunciar y no callar, autentico para publicar lo que todos deben saber, pero también para defenderlo con fuerza. Sí, también para defender, porque este llamado a “ponerse del lado de las víctimas” que han sido repetidos por nuestros papas, no es simplemente estar siempre y ciegamente de la parte del presunto abusado, sino también, a veces, del presunto culpable que, a decir de la ley, es un presunto inocente. Termino con una frase del Evangelio: “Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres”. [11]
[1] Pablo VI, Encíclica Sacerdotalis Caelibatus, 24 de Junio de 1967, n. 12.
[2] Ibid. n.1.
[3] Ibid.
[4] Ibid. n. 73.
[5] Ibid.
[6] Cf. Pablo VI, Encíclica Sacerdotalis Caelibatus, 24 de Junio de 1967, n. 51.
[7] Cf. Ibid. n. 62.
[8] Cf. Ibid. n. 64
[9]Cf. Ibid. n. 63.
[10]https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2020-01/contribucion-celibato-sacerdotal-obediencia-filial-al-papa.html
[11] Jn 8,31-32