(Homilía predicada por monseñor Nicholas DiMarzio en la víspera del Día de la Migración, que se celebró el pasado 18 de noviembre).
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS EN CRISTO:
Este fin de semana en la Diócesis vamos a celebrar la misa anual del Día de la Migración en la Concatedral de San José. Nuestra celebración de este año coincide con el lanzamiento de la campaña de Caritas Internationalis, con el apoyo de nuestro Santo Padre, el papa Francisco, llamado “Compartiendo el viaje”.
Esta campaña, que durará dos años, tiene como objetivo ayudar a los católicos de todo el mundo a comprender la difícil situación de los inmigrantes y los refugiados en la actualidad. Nos pide que escuchemos sus historias como migrantes, ya que su objetivo es animar a las personas a solidarizarse con ellos y escuchar sus historias para así sensibilizarnos con su situación.
Al mismo tiempo, sería beneficioso que entendiéramos nuestras propias historias de inmigrantes, incluso si fue una experiencia que vivieron generaciones anteriores de nuestra familia. Cada uno de nosotros ha llegado a Estados Unidos desde otro lugar. Conocer las historias de los inmigrantes de nuestras propias familias podría ser de gran ayuda para comprender las historias de los demás.
En mi caso, por ejemplo, tuve la fortuna de haber conocido a mis cuatro abuelos; los cuatro emigraron de Italia a Estados Unidos. Conozco personalmente sus historias, lo que sufrieron, las dificultades que pasaron para adaptarse a la vida aquí. Cada uno de mis abuelos venía de una parte diferente del sur de Italia, se conocieron en Newark, New Jersey, y allí se casaron. Cada uno tenía una historia única que, al contarla a sus descendientes, contribuyó a la comprensión de la difícil situación de los recién llegados a nuestra nación.
Esta campaña nos recuerda que al conocer nuestro pasado y los problemas de los demás, debemos abrir nuestros brazos para recibirlos y reconocerlos como compañeros de viaje en el camino de la vida. Para algunos, el viaje comienza en lugares muy lejanos, para otros el viaje parece más cercano a sus lugares de nacimiento. Sin embargo, todos estamos en un viaje porque este mundo no será nuestra eterna morada. Por el contrario, la historia de la migración de cada uno de nosotros es importante para todos.
La campaña “Compartiendo el viaje” nos recuerda que, una vez que entendemos la situación, debemos actuar. Solo así podremos entender la historia de nuestros nuevos vecinos y refugiados. El debate sobre este tema da mucha tela que cortar. Como mencioné en el pasado, enfrentamos una crisis en nuestra ciudad de Nueva York con respecto a los que están acogidos al Estatus de Protección Temporal (TPS, por sus siglas en inglés), que es una sección de la ley de inmigración de EE. UU. que permite a las personas que provienen de áreas que atraviesan disturbios civiles o desastres naturales, permanecer en los Estados Unidos por cierto período. Desafortunadamente, la ley nunca tuvo provisiones sobre cómo juzgar las situaciones que permiten un retorno seguro.
La administración actual ha declarado seguras para el retorno áreas que, durante un viaje reciente realizado por miembros de nuestra Conferencia Episcopal, no eran realmente seguras; áreas como Haití, donde todavía se siente la devastación después del terremoto, donde hay escasez de vivienda y el desempleo aún prevalece; o áreas en países como El Salvador y Honduras, donde la violencia civil aún está a la orden del día.
Debemos informarles a nuestros funcionarios electos que apoyamos el permiso para que estos residentes por mucho tiempo, y ahora legales, permanezcan en EE.UU. Un informe reciente compilado por el Centro de Estudios de Migración nos recuerda que estas personas tienen casas con hipotecas e hijos nacidos en Estados Unidos que están bien integrados en nuestra sociedad. No sirve de nada obligarlos a regresar a áreas aún inestables.
Si miramos en nuestra propia Oficina Católica de Migración, a diario recibimos inmigrantes y refugiados aquí en EE. UU. Reconocemos que el destino de nuestros antepasados se repite ahora en estos recién llegados. La Iglesia está mucho mejor organizada que en el pasado para tenderles una mano. Busquemos en nuestro propio pasado elementos que nos ayuden a crear un futuro mejor para quienes nos han seguido en el viaje de la migración, procedentes de todas partes del mundo.
Nuestra propia celebración reúne a los 29 apostolados de inmigrantes que tenemos en Brooklyn y Queens. Cada apostolado está dirigido por un sacerdote o diácono, asistido por un comité asesor. Nuestra misa anual del Día de la Migración nos da la oportunidad de orar juntos. Este año, nos uniremos a la campaña “Compartiendo el viaje” rezando y comprometiéndonos a actuar en nombre de aquellos que siguen llegando a Estados Unidos.
Demos gracias por las bendiciones que hemos recibido en esta nación, que siempre ha sido un faro de esperanza para tantas personas en el pasado. Sería una tragedia si atenuáramos la luz de oportunidad y libertad para los inmigrantes y refugiados que llegan hoy a nuestras costas. Ellos también remaron mar adentro, esperando un futuro mejor. Los que lo logramos gracias a la valentía de nuestros antepasados debemos estar listos y dispuestos a recibir a los recién llegados como hubiésemos deseado que nuestros propios antepasados fueran bienvenidos. Quizás no fue un recibimiento tan agradable como hubiéramos deseado. Únanse a mí este fin de semana para dar gracias por nuestra gran nación y por los recién llegados que día a día le aportan su laboriosidad y su esencia.