SOUTH WILLIAMSBURG – Johnny Chavez creció en las duras calles de South Williamsburg hace 20 años, se mezcló con una banda callejera y se convirtió en traficante de heroína cuando era estudiante de segundo de bachillerato. Pero, por suerte para él, fue detenido por robo a los 17 años.
Espere, ¿por suerte?
Sí. Cuando cuenta su historia, Chávez relata que el arresto “lo cambió todo para mí. Me hizo enderezarme. Salí de las calles”.
Chávez, que ahora tiene 38 años, no sólo dejó atrás su antigua vida, sino que encontró una nueva: como seguidor del Camino Neocatecumenal, un movimiento espiritual dentro de la Iglesia católica que hace hincapié en la formación permanente en la fe.
Asiste fielmente a misa en la parroquia de San Pedro y San Pablo-Epifanía de Williamsburg Sur todas las semanas y es un catequista que visita otras iglesias de la diócesis de Brooklyn para promover la formación en la fe.
En otras palabras, es un delincuente callejero reformado que encontró a Jesús. “Hay una solución para tu vida y Cristo es esa solución”, explicó.
Chávez, ahora felizmente casado y padre de ocho hijos, mira hacia atrás a su malgastada juventud con cierto pesar. Por ello, dedica gran parte de su tiempo a hablar con los jóvenes para convencerles de que no se metan en líos.
“Lo primero que digo es que naciste para ser libre. Y cuando entras en una banda, o cuando vendes drogas, te conviertes en un esclavo”, dijo. “Si entras en una banda, nunca vas a ser feliz”.
Nacido en Ecuador en 1985, llegó a Estados Unidos con sus padres a la edad de 5 años. La familia se instaló en Williamsburg, pero sus padres se divorciaron cuando él era adolescente. “Fue una experiencia traumática para mí. Sentía que nadie me quería”, recuerda. Se sentía sin rumbo y solo.
Chávez encontró consuelo en las calles, involucrándose en actividades de bandas (no quiso dar el nombre de la banda, alegando que sigue operando en Williamsburg) y estableciéndose en una vida de delincuencia. Aunque nunca se inició formalmente en la banda, participó en muchas actividades ilegales.
“Empecé a hacer cosas que la calle me invitaba a hacer”, explicó.
Entre otras cosas, participó en el robo de tiendas del barrio. A los 15 años, empezó a vender heroína. Por aquel entonces, era un estudiante de segundo año que jugaba al fútbol en el instituto Grand Street Educational Campus de Bushwick. “Quería ganar dinero. Además, algunos de mis amigos lo hacían”, recuerda.
Aunque vendía heroína, nunca se drogó. “Me gustaba estar al mando. Cuando vendes heroína, en cierto modo diriges el asunto”, dijo, y añadió que nunca lo atraparon traficando.
Sin embargo, el largo brazo de la ley sí alcanzó a Chávez cuando era un joven de 17 años que cursaba el último año de instituto. Fue detenido por robo. “Éramos un grupo”, explicó. “Y había una pistola de por medio. Todos fuimos acusados de un delito grave por esa posesión de arma”.
Recordó lo que sintió al ser fichado. “Estaba muerto de miedo”, admitió. Pasó cuatro días en la cárcel esperando su cita con el tribunal. “Cuando estás en una celda de la cárcel con un montón de gente, ocurren cosas locas”, añadió.
“La detención me ayudó porque me asustó. Estaba muy involucrado en el fútbol. Y por aquel entonces, me ofrecieron una beca para jugar en la Universidad de Long Island. Y cuando me detuvieron, todo quedó en el aire”, recordó, añadiendo que sentía que su futuro se escapaba.
Lo que le salvó, dijo, fue el hecho de que era la primera vez que delinquía. Su familia contrató a un abogado que consiguió mantenerlo fuera de la cárcel. Un año después, cuando cumplió los 18, su caso fue archivado.
“Fue un punto de inflexión para mí y lo tomé como una lección que Dios me estaba dando”, añadió.
Chávez fue a la Universidad de Long Island, donde jugó al fútbol y se licenció en educación. Consiguió un trabajo como profesor de salud en su antiguo instituto.
Pero Dios no había terminado de darle la vuelta a su vida. Con poco más de 20 años, estaba saliendo con la que ahora es su esposa, una mujer a la que conocía desde que eran adolescentes. “Había conocido a Keila pero yo era un desastre. Todavía guardaba rencor a mis padres por su divorcio y me sentía vacío por dentro”, dijo.
Eduardo Mendoza, un tío al que estaba muy unido, le hizo una pregunta sencilla. “Me dijo: ‘¿Qué quieres de esa chica? Y cuando me hizo esa pregunta, me la hice a mí mismo”, dijo Chávez.
Mendoza, que es padrino de Chávez, le pidió que lo acompañara a una celebración eucarística del Camino Neocatecumenal en San Pedro y San Pablo-Epifanía. Fue una experiencia reveladora.
“Lo que me sorprendió fue que la gente estaba sentada en círculo frente a frente. Yo estaba acostumbrado a sentarme en un banco mirando al frente”, recordó. Tras las lecturas, los participantes hablaron por turnos de sus vidas. La charla fue sincera.
“La gente hablaba libremente de problemas reales con cruda honestidad, diciendo cosas como: ‘Volví a las drogas’. Y nadie les juzgaba. Me sentí como: ‘Este es mi sitio’. Desde entonces formo parte del Camino Neocatecumenal”.
Con su fe renovada, Chávez invitó a su novia a unirse al Camino Neocatecumenal, invitación que ella aceptó. La pareja se casó en 2008 y son los orgullosos padres de ocho hijos.
Cuando echa la vista atrás a su vida hasta ahora, se siente afortunado. “Jesús entró en mi vida cuando más lo necesitaba. Y ahora tengo una buena vida gracias a él”, afirma.
Paula Katinas