WINDSOR TERRACE — Cuatro hombres valientes que han respondido al llamado de servir a Dios en el sacerdocio serán ordenados el sábado 5 de junio en una misa a las 11:00 a.m. en la Concatedral de San José que será también trasmitida en vivo. Todos los nuevos sacerdotes llegaron a Estados Unidos como inmigrantes: dos de República Dominicana y dos de Vietnam, y estarán sirviendo en la Diócesis de Brooklyn, que se conoce como la Diócesis de Inmigrantes. Aquí un vistazo a sus semblanzas.
PADRE ELVIN TORRES: Ser monaguillo lo ‘acercó más a Dios’
El padre Elvin Torres escuchó el llamado al sacerdocio cuando era un niño.
Todos estos años después, está completando sus estudios en el Seminario Nacional Papa St. Juan XXIII en Weston, Massachusetts, y preparándose para su ordenación el 5 de junio. Durante el año pasado, sirvió los fines de semana como diácono de transición en la Iglesia Santísimo Redentor (Most Holy Redeemer) en East Boston.
Nacido y criado en la República Dominicana, el padre Torres, de 36 años, recuerda ir a la iglesia todos los domingos con su familia y sentirse fascinado por los rituales de la misa.
Hubo un domingo en particular en su iglesia local, San Ignacio de Loyola, que conmovió su corazón.
“El sacerdote me impresionó mucho ese día. Sentí algo. Me intrigó su presencia, su reverencia y el amor que mostró por Jesucristo”, cuenta el padre Torres. “Tenía 7 u 8 años. Comencé a hacer muchas preguntas, porque estaba muy conmovido por su presencia. Estaba preguntando: ‘¿Por qué está vestido así?’. Me emocioné tanto, estaba ‘¡Guau!’”.
Sin embargo, se dio cuenta entonces de que era demasiado joven para comprender lo que se movía dentro de su corazón.
“Me conmovió y en ese momento sentí algo especial que no entendí”, recordó.
Tiempo después, el padre Torres se convirtió en monaguillo. “Estaba realmente involucrado en la parroquia. Sentí que eso me estaba acercando a Dios”, dice.
Durante su adolescencia y juventud también sentía deseo de vivir una vida secular. Una vez, un amigo se le acercó y le preguntó si quería ser sacerdote.
“Dije: ‘¡No, por supuesto que no!’”, recordó. “¿No puedes casarte? ¡Ni loco!'”
Pero en el fondo, “pensaba que tal vez Dios realmente me estaba llamando”, dijo.
Inicialmente se resistió a ese pensamiento y continuó viviendo una vida secular. En 2011, se licenció en Filosofía en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra de República Dominicana. En 2016, obtuvo un título en educación.
Por esa época conoció a una chica y salió con ella durante 18 meses.
“Pensé: ‘Déjame entrar en una relación para no tener que pensar en el sacerdocio’”, recuerda.
“Es una persona maravillosa, pero… pensé: ‘¿Qué es esto? Estoy feliz, pero me falta algo’”, dijo.
En secreto, comenzó a asistir a retiros los fines de semana en un seminario: “Nadie lo sabía. Solo mi mamá”.
Mientras tanto, el padre Torres se aproximaba a tomar una decisión acerca de ingresar al sacerdocio.
“Hablé con mi novia. Ella era una católica muy religiosa, y me dijo: ‘Si Dios te está llamando, no me interpondré en Su camino’”, recuerda.
En 2004, ingresó a un seminario en la República Dominicana, pero salió poco después, y decidió convertirse en maestro.
“La iglesia y el gobierno están estrechamente alineados en República Dominicana. Enseñé Formación humana y religiosa a alumnos de cuarto, quinto y sexto grado. Fue hermoso. Realmente me encantó”, dijo.
En ese momento, pensó: “No voy a pensar más en el seminario. Estoy ganando mucho dinero. Me siento feliz”.
Pero después de un año, llamó a un amigo sacerdote y expresó interés en asistir a un miniretiro. También obtuvo una visa para venir a EE.UU.
“Fue muy duro venir a otro país, enfrentarme a un idioma que no hablaba”, recuerda. “Estaba muy asustado. Dije: ‘Vamos Dios, ¿me estás llamando ahora a ser sacerdote?’”.
Sin embargo, el padre Torres no renunció a su trabajo docente. Para cubrirse las espaldas pidió una licencia, pensando: “Si esto no funciona, no voy a perder mi trabajo”.
Vino a los Estados Unidos y estudió inglés durante 11 meses en el American Language Communications Center en Manhattan. En 2016, el padre Torres llegó a la Diócesis de Brooklyn, temeroso de que no lo aceptaran en el seminario, pero estaba decidido a intentarlo.
“Apenas podía hablar inglés”, recordó. “Pero dije: ‘si Dios me está llamando, tengo que responderle’”.
En 2017 ingresó en el Seminario Papa San Juan XXIII.
“Ir allí ha sido la experiencia más grande de mi vida”, dice el padre Torres. “Comenzó como una escuela pero se convirtió en una familia”.
Él predice que el día de su ordenación “Seguro será muy emotivo. Allí estarán mis padres y mi hermano. A quienes no he visto en dos años”.
En cuanto a su rol como sacerdote: “Estaré feliz de trabajar con la gente, acompañarlos será una experiencia increíble”.
PADRE JOSEPH HUNG SY TRAN: El viaje de un deportista en busca del Espíritu Santo
El padre Joseph Hung Sy Tran se describe a sí mismo como un atleta versátil que disfruta practicando una variedad de deportes.
“Mis amigos me llaman el deportista”, dice. “Realmente amo todos los deportes: fútbol, tenis, bádminton, voleibol, ping pong, caminar y correr”.
Si bien su espíritu competitivo persiste, no hay competencia cuando se trata de su máxima prioridad: ser sacerdote y servir a Dios.
Algo que está a punto de lograr. Será ordenado sacerdote el 5 de junio en la Concatedral de San José, el cumplimiento de un sueño que ha albergado desde que era un niño de 12 años en su Vietnam natal.
El padre Tran, de 38 años, que llegó a los Estados Unidos hace tres años, durante el año pasado sirvió como diácono de transición en la iglesia Santa Ágata, en Sunset Park.
“Realmente disfruté de mi asignación aquí en Santa Ágata”, dice.
La vida del padre Tran en la parroquia ha sido muy ocupada. Entre sus deberes se encuentran ayudar con la programación de reuniones, preparar tres homilías por semana y servir como asesor de varios grupos parroquiales, incluidos los monaguillos, el coro y el ministerio de formación en la fe.
“Hay más de 30 grupos en esta comunidad parroquial”, explicó.
El padre Tran ha establecido unos vínculos tan estrechos con la comunidad de la iglesia que es una apuesta segura que los feligreses de Santa Águeda estarán entre acudiran a la Concatedral de San José el día de la ordenación.
“Me preguntaron cuántas personas pueden venir a la ordenación”, comentó.
Nacido y criado en Vietnam Central, el padre Tran proviene de una familia numerosa. Es el varón de más edad de 10 hermanos.
Desde que tenía 6 años iba a la iglesia con su familia todos los días, y para esto debían levantarse a las 4 de la madrugada.
“Todos nos quedábamos tranquilos en la misa”, recuerda. “Pero es muy difícil ir a la iglesia tan temprano en la mañana”.
A los 6 años, la importancia de la Iglesia no era algo que entendiera fácilmente.
“Al principio, prefería jugar fuera de la iglesia. Pero finalmente, me empezó a gustar estar dentro del templo”, dijo.
Al padre Tran también le atrajeron otros aspectos del catolicismo, en particular su enfoque en ayudar a los demás. Cuando era adolescente, él y sus hermanos pasaban su tiempo libre haciendo trabajo voluntario para organizaciones benéficas. Su afecto por la iglesia creció exponencialmente cuando se convirtió en monaguillo.
“Fui monaguillo durante mucho tiempo, unos 14 años. Me sentí muy a gusto. De ahí surgió el deseo de ser sacerdote. Tenía 12 años. Ese era mi sueño”, recordó.
Habló sobre este llamado al sacerdocio con sus padres, quienes no solo lo apoyaron, sino que también lo ayudaron.
“Mi papá realmente me apoyó. Me llevó a algunas parroquias para hablar con los párrocos. Quería que estuviera mucho más familiarizado con los sacerdotes”, dijo el padre Tran.
Sus hermanos también estaban completamente a bordo.
“Me animaron. Tengo tres tíos que son sacerdotes. Mis hermanos y hermanas me dijeron: ‘Deberías ser como ellos’”, recuerda.
Con su familia firmemente de su parte, el padre Tran comenzó sus estudios para el sacerdocio en su diócesis de origen en Vietnam.
Vino a los Estados Unidos para continuar su educación y estudió en Holy Apostles College and Seminary en Cromwell, Connecticut, y teología en Notre Dame Seminary Graduate School en Nueva Orleans. El padre Tran espera con ansias su próxima ordenación.
“Me siento muy feliz y muy emocionado”, dice. “Vengo a servir, no a ser servido”.
PADRE CHIN NGUYEN: Cómo los niños de la calle inspiraron su sueño del sacerdocio
El padre Chin Nguyen recuerda el momento exacto en que se le ocurrió por primera vez la idea de convertirse en sacerdote.
“Estaba en séptimo grado y vi a un grupo de niños jugando en la calle”, recuerda. “En mi mente, dije: ‘Voy a ser sacerdote para decir misa por estos niños’. Ese fue un pensamiento en mi mente”.
Ese encuentro tuvo lugar en Vietnam, donde nació y se crió. Sintió pena por los jóvenes porque estaban en un barrio donde no había iglesias. Pensó que si se hacía sacerdote, podría celebrar la misa y de alguna manera atraer a esos niños a la iglesia.
“Fue un pensamiento simple. Que como vino a mí, se fue”, dice.
Afortunadamente, el pensamiento persistió y él actuó en consecuencia. El padre Nguyen, ahora de 34 años, será ordenado sacerdote el 5 de junio en la Concatedral de San José.
El padre Nguyen nació en el extremo norte de Vietnam, pero pasó mucho tiempo en el sur, donde había más iglesias católicas y mejores escuelas.
“Desde que tenía 7 años, me enviaron al sur por el bien de mi educación. Pasé la mayor parte de mis años en el sur”, dijo.
A partir de esa temprana edad, asistía a misa todos los días, generalmente temprano en la mañana. Lo que fomentó en él un sentido de disciplina, advierte.
Vietnam es un país gobernado por el Partido Comunista, pero tiene una presencia católica: aproximadamente 7 millones de personas de una población total de 94 millones de habitantes. En el país hay 27 diócesis católicas, lo que la convierte en la quinta población católica más grande de Asia después de Filipinas, India, China e Indonesia.
El padre Nguyen se convirtió en monaguillo cuando estaba en sexto grado.
“Me acercó más al altar y a Dios”, dice.
En 2010 tuvo la oportunidad de venir a Estados Unidos, y cuando llegó a la ciudad de Nueva York tomó clases de inglés. Más tarde se matriculó en la Universidad de St. John en Queens para estudiar filosofía y, ya en ese momento estaba decidido a convertirse en sacerdote.
Más tarde ingresó al Seminario y Colegio St. Joseph en Yonkers, donde ahora está completando sus estudios.
Hizo muchos amigos en el seminario —todos los seminaristas se apoyan mutuamente, dice—, y espera que algunos de ellos asistan a la misa de su ordenación.
El año pasado fue ordenado diácono de transición, el último paso antes del sacerdocio, y ha estado sirviendo en la iglesia de Nuestra Señora del Monte Carmelo en Astoria.
Además de servir en misas, pronunciar homilías y realizar otras tareas, su año en Nuestra Señora del Monte Carmelo le dio la oportunidad de hacer una de sus cosas favoritas: hablar con los niños.
Todos los viernes visita las aulas y se reúne con estudiantes de segundo grado. “Encontré alegría allí. Me ha traído alegría y felicidad”, dijo.
En cierto modo, el padre Nguyen ha completado el círculo. Su primer indicio de convertirse en sacerdote se le ocurrió viendo jugar a los niños en la calle hace tantos años. Ahora, pasa su tiempo hablando con ellos.
Pero la pandemia interfirió con otras partes de su misión.
“Debido a la pandemia, no tuve muchas oportunidades de visitar hospitales y hogares de ancianos”, se lamenta.
Con el levantamiento de las restricciones, espera comenzar a visitar lugares donde pueda brindar consuelo y el amor de Dios a los pacientes.
El padre Nguyen espera con ansias el día de su ordenación: “Seguro que sentiré felicidad. He estado añorando este día”.
PADRE ROBINSON OLIVARES: Una gran batalla entre lo secular y lo sagrado
El padre Robinson Olivares admite que su camino hacia el sacerdocio no fue un camino fácil para él, sino un trayecto lleno de baches.
“Hubo una batalla dentro de mi corazón”, dijo con franqueza al estar dividido entre querer una vida secular con sus posibilidades de matrimonio e hijos y escuchar un llamado a convertirse en sacerdote.
Con la ayuda de Dios, eligió este último y espera su ordenación el 5 de junio en la Concatedral de San José.
“Estoy muy agradecido con el Señor por su llamado”, dijo, y agregó que también está agradecido de haber finalmente respondido.
El padre Olivares, de 48 años, pasó su año como diácono de transición para la Diócesis de Brooklyn sirviendo en la Iglesia de Nuestra Señora del Bendito Sacramento en Bayside.
Estudió para el sacerdocio en el Seminario Nacional Papa San Juan XXIII en Weston, Massachusetts.
Cuando se refiere a su decisión de convertirse en sacerdote lo llama “un proceso gradual”.
“Quería casarme desde que era pequeño. Mis padres van a cumplir 56 años de matrimonio en julio. Realmente me inspiró. Quería tener una familia”, dijo.
Pasó 20 años como especialista en Tecnología Informativa (IT), trabajando como ingeniero de apoyo técnico al servicio de clientes en los sectores de atención médica, entretenimiento, consultoría empresarial, educación y finanzas.
Eso incluyó un período en Kaplan Inc., una empresa de preparación de exámenes y desarrollo profesional, donde ganó un buen salario y disfrutó de un gran éxito. En ese momento, estaba en una relación.
Pero Dios tenía otros planes para él.
El padre Olivares nació en República Dominicana y creció en Harlem en la década de 1980, y describe el vecindario de su infancia como “una zona de guerra infestada de drogas”. Su familia estaba profundamente involucrada en la parroquia local y, mirando hacia atrás, cree que eso lo mantuvo en el camino correcto.
“En casa, por supuesto, rezaba el rosario. Íbamos a misa todos los domingos”, recuerda.
A pesar de su éxito profesional, sentía que le faltaba algo.
“Sentía un vacío. Estaba ganando mucho dinero. Pensé que me gustaría tener a alguien especial en mi vida”, dijo. “Pero las cosas no tenían mucho sentido para mí. ¿Qué sentido tenía la vida? Estaba pasando por una crisis de identidad”.
Fue por esa época que un amigo lo invitó a un retiro carismático católico en el sur del Bronx, un evento que cambió su vida.
“Fue allí donde encontré al Señor de una manera hermosa”, dijo. “Sinceramente, siento que me amigó”.
El Padre Olivares se volvió más activo en la iglesia, encontrando un lugar especial en la pastoral juvenil y trabajando con los jóvenes durante los siguientes 18 años. Mientras servía en la iglesia, conoció a una chica con la que desarrolló una estrecha amistad que finalmente se convirtió en romance. Salieron durante cuatro años. La amaba, pero aún sentía que algo no estaba bien en su vida.
“Realmente la amaba, pero realmente amaba al Señor”, dijo.
En este tiempo vio otras señales de que la vida en el clero lo esperaba.
“La gente me decía al azar que sería un gran sacerdote”, dice el padre Olivares. “Me costó mucho siquiera pensar en ello. Tenía mucho miedo de la llamada. Sentí que era algo demasiado grande para mí”.
Pero sus amigos lo instaron a que prestara atención a las señales.
“El Señor me dio señales continuas”, recuerda. “Uno de mis amigos sacerdotes me dijo: ‘¿Quieres que el Señor baje para decírtelo directamente?’”.
Cuando tomó la decisión de ingresar al seminario, eligió uno en Miami porque pensó que era mejor dejar todo atrás y comenzar en un nuevo entorno. Disfrutó de su estadía en Florida, pero regresó a Nueva York y se inscribió en el Seminario y Colegio St. Joseph en Yonkers.
“Las cosas no salieron tan bien académicamente. Estudiar filosofía y teología cuando vienes de informática y tecnología es difícil. Tuve que luchar”, reconoció el padre Olivares. “Me reuní con el obispo auxiliar [Joseph] Massa, que me ayudó a buscar otro seminario que fuera mejor para mí”.
Decidió completar sus estudios en el Seminario Nacional Papa San Juan XXIII donde se adaptó mejor.
“No fue solo el aspecto académico. Creo que está mejor preparado para hombres mayores”, dijo.
El padre Olivares descubrió que su deseo de casarse, que había ejercido una atracción tan fuerte sobre él, había finalmente desaparecido.
Ahora, dice: “Tengo un tremendo sentimiento en mi corazón de que tomé la decisión correcta de ingresar al sacerdocio”.