Cuba es un país pequeño que, con suerte, hubiera recibido una visita papal en medio siglo, desde que los papas viajan. Sin embargo, en 17 años, la Isla del Caribe y su Iglesia se aprestan a recibir al tercer Sumo Pontífice de la Iglesia Católica.
Toda visita de un Vicario de Cristo suscita altas expectativas y muchos interrogantes. También Cuba, en la actual coyuntura histórica, levanta incertidumbres y esperanzas. Estos dos elementos unidos hacen de la visita del papa Francisco a Cuba este mes un hecho transcendental.
Será, sin dudas una visita pastoral. El asunto está en los contenidos que la Santa Sede y, sobre todo, la Iglesia local incluyen en el concepto pastoral. Creo que el papa Francisco está dando más de los vulnerables y de las periferias que de los poderosos y centros de poder. Entonces el carácter pastoral no se reduciría al contenido cultual sino a las tres dimensiones de la misión de la Iglesia: cultual, profética y servicial. Si esto fuere aplicado a Cuba en este momento:
—Esperamos que el Papa dedique gestos y mensajes a las necesidades reales y cotidianas del pueblo cubano como son, entre otras, la falta de libertad política y participación democrática; la falta de libertad de expresión, asociación y reunión; la falta de libertad religiosa que no es solo libertad de “permisos” para hacer cosas, sino libertad de conciencia, alma y acción para que la Iglesia y sus laicos puedan desarrollar su vocación en todos los ambientes de la vida personal, familiar y social. El daño antropológico de los cubanos debe ser curado.
—Esperamos que ese mensaje pastoral de Francisco se encarne y comprometa con los que pasan hambre, les falta vivienda, los que sufren la falta de productividad de la tierra y de abandono de la agricultura, la falta de cuidado del medio ambiente y de un cultivo de valores y virtudes cívicas. La Iglesia debe y puede aportar su misión educativa en la formación ética, cívica y religiosa. El analfabetismo ético y cívico debe ser superado.
—Esperamos, en fin, que el Papa pueda encontrarse no solo con las autoridades, sino también con las periferias y los vulnerables: los encarcelados, los ancianos desamparados, los enfermos del alma y del cuerpo, los que habitan en albergues “temporales” y en los barrios marginales, los disidentes perseguidos y reprimidos, los representantes de la creciente sociedad civil cubana. El tejido cívico debe ser reconstruido.
En fin, esperamos que el Santo Padre anime a su Iglesia y a todos los cubanos a asumirtestimonio y predicando un pastoreo más cercano a las necesidades del pueblo de Dios, más encarnado y comprometido, sus propias responsabilidades cívicas, políticas y religiosas para que ahora que se restablecieron las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, cerrando el último capítulo de la guerra fría, los cubanos y cubanas podamos ser los protagonistas de nuestra propia historia, que significa no esperar de afuera y de arriba lo que debemos hacer dentro y desde abajo en esta sufrida y hermosa Isla del Caribe.
El alma de Cuba necesita ser reconstruida.
Dagoberto Valdés Hernández es un ingeniero agrónomo laico católico. Vive y trabaja en Cuba. Fundó y dirigió el Centro de Estudios de la Diócesis de Pinar del Río y la revista Vitral. Actualmente es director del Centro de Estudios y de la revista independiente Convivencia (www.convivenciacuba.es).