EN LA CULTURA CONTEMPORÁNEA en la que vivimos o existimos, una y otra vez se nos invita, se nos anima a crear, resolver o diseñar. Existe un empeño en hacer con nuestras fuerzas e inteligencia aquello que sólo Dios puede hacer con su infinita sabiduría y poder.
Lo vemos en los anuncios de televisión, en la radio y en los carteles de propaganda que hay en cada calle. No puedes dar un solo paso sin que alguien te invite a lograr tus sueños: ser millonario, diseñar tu propia vida o la manera de darte a conocer. Todos se empeñan en construir plataformas, es más, hay libros con estos títulos que te ofrecen la estrategia para construir tu propia plataforma, todo con tal de no escuchar a Dios y mucho menos obedecerle.
Bien lo dice San Pablo en la Primera Carta a los Romanos, 1:21-23:
Pues, aunque han conocido a Dios, no lo han honrado como a Dios ni le han dado gracias. Al contrario, han terminado pensando puras tonterías, y su necia mente se ha quedado a oscuras. Decían que eran sabios, pero se hicieron tontos; porque han cambiado la gloria del Dios inmortal por imágenes del hombre mortal, y hasta por imágenes de aves, cuadrúpedos y reptiles.
Es definitivamente tomar el camino más fácil cuando la gente insiste en construir sus propios podios, sus programas o sus proyectos de vida para reinventarse o diseñarse. Se esfuerzan para lograr “el gran cambio” que necesita en su vida, pero no en obedecer y honrar a Dios como él se merece… Algo tiene que cambiar. ¿No crees?
Hoy escuché a una persona invitar a otra a desarrollar su propia identidad… Hmmm, me pareció interesante. Desarrollar tu identidad suena bien, pero ¿cómo? Este tipo de retórica nos invita a engañarnos a nosotros mismos, tiene como objetivo hacernos creer que nosotros, con nuestros propio esfuerzo o nuestro talento, somos capaces de tal cosa. El verbo desarrollar, que tanto se usa, tiene varias definiciones:
1. Hacer crecer.
2. Explicar con detalle o amplitud.
3. Realizar todas las operaciones que hay que seguir en un cálculo matemático para llegar a la solución.
En este último sentido, sería posible usar el verbo “desarrollar” en su sentido matemático, sociológico o económico, pero cuando aplicamos este concepto a nuestra identidad, ¿cómo podríamos desarrollarla? ¿Cuál sería la fórmula? ¿Cuál sería el punto de partida u origen?
Cada vez más vemos esta repetida y enfática obsesión de realizarnos y conocernos fuera de Dios, como si tal cosa fuese posible. Un profesor de matemáticas podría alguna vez tratar de resolver un problema sin el uso de fórmulas y lógica. Sin embargo, sería tonto de su parte insistir en hacerlo: por más que trate volvería a utilizar fórmulas y lógica, porque sin ellos no sería capaz de resolver el problema.
Tu identidad está en tu Creador. El n para el cual fuiste creado sólo lo descubrirás en tu Padre que te ama y quiere lo mejor para ti. Él tiene la fórmula que necesitas, podrías tratar de hacerlo por cuenta propia y quizás logres avanzar, pero llegarás al punto donde todo se paralizará y no habrá fuerzas o inteligencia humana capaz de resolver el dilema de tu identidad. Te darás cuenta lo que ya tantos han con rmado… Señor, a dónde iremos si sólo Tú tienes palabras de vida eterna. Créelo.