LOS ÚLTIMOS OCHO MIL AÑOS la historia humana se ha desarrollado entre conflictos. Las grandes civilizaciones han surgido de una guerra y han concluido con otra. Los ingredientes de estas guerras siempre han sido los mismos: búsqueda de fuentes de alimentación, alianzas, pactos, poder, grandezas, imposiciones de maneras de pensar y de vivir…
Las guerras de los últimos dos mil años tienen un ingrediente más: la religión. Si afirmamos que detrás de todo hombre grande hay una mujer, también podría decirse que detrás de cada gran guerra, hay una tradición religiosa.
En estos momentos estamos viviendo y sufriendo la Tercera Guerra Mundial. Para disimularla y que no cunda el pánico la hemos disfrazado diciendo que se trata de la Guerra contra el Terrorismo, la Guerra contra los enemigos de la Libertad, la Guerra contra Al Qaeda, la Guerra contra el Ejército Islámico. En realidad es una guerra entre dos modelos de sociedad, tradición y convivencia, la tradición judeocristiana versus la tradición musulmana.
Hace una decena de años se reunieron en Nápoles representantes de las principales religiones del planeta para analizar la violencia en el mundo actual. La primera afirmación de su declaración es contundente:
“Podemos decir con más fuerza que ayer que quien usa el nombre de Dios para odiar al otro, para cometer actos de violencia, para hacer la guerra, blasfema contra el nombre de Dios… La violencia es la oscura compañera cotidiana de demasiados hombres y mujeres de nuestro planeta…”
En la citada Asamblea de Religiones se llegó a la conclusión de que la solución a los conflictos pasa siempre por el diálogo. “Entrando en lo profundo de nuestras tradiciones religiosas, hemos redescubierto cómo, sin diálogo, no hay esperanza, y uno queda condenado al miedo al otro. El diálogo no anula las diferencias. El diálogo enriquece la vida y deshace el pesimismo que lleva a ver en el otro una amenaza. El diálogo no es la ilusión de los débiles, sino la sabiduría de los fuertes que saben confiar en la fuerza débil de la oración: la oración cambia el mundo y el destino de la humanidad. El diálogo no debilita la identidad de nadie, sino que mueve a cada uno a ver lo mejor del otro. Nada se pierde con el diálogo, todo es posible con el diálogo”.
En un mundo globalizado nos hemos dejado gobernar por instituciones que no gobiernan, como las Naciones Unidas. Nos hemos dejado entretener por unos medios de comunicación, que nos han intoxicado. Nos hemos inventado armas de destrucción masiva cuando lo que masivamente hemos destruido ha sido nuestros valores de convivencia y respeto. En definitiva, nos han engañado miserablemente.
Nos toca ahora construir el nuevo milenio con unos nuevos valores y confianzas; con diálogo, respeto, confianza y oración. Pero si no hay un deseo sincero de paz y de diálogo seguirá siendo cierto aquello de que detrás de toda gran religión hay una gran guerra.
Ojalá que, en el año recién comenzado nos eduquemos y preparemos para el diálogo sincero, abierto y respetuoso. Ojalá que olvidemos el viejo aforisma romano: Si vis pacem, para bellum (Si quieres la paz, prepárate para la guerra).