En los primeros días de enero, se publicó la noticia de que el papa emérito Benedicto XVI y el Cardenal Robert Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, publicarían un libro sobre el celibato sacerdotal titulado “Desde lo más profundo de nuestros corazones”. Ignatius Press publicó la versión en francés el pasado 15 de enero, mientras que en inglés se publicará el 20 de febrero.
El anuncio de la publicación del libro, así como varios fragmentos publicados en la prensa francesa, han tenido gran resonancia en los medios y ha animado numerosos debates entre comentaristas del mundo católico. Incluso algunos críticos de la publicación han dudado de que el papa emérito tuviese la salud y la energía necesarias para una empresa intelectual de este tipo.
Unos días después del anuncio, Mons. Georg Gänswein, secretario personal de Benedicto XVI, declaró a la prensa que el papa emérito había pedido que se retirara su nombre de la portada del libro, así como en el prólogo y epílogo. Aunque en ese mismo comunicado, Mons. Gänswein confirmó que Benedicto XVI había escrito la sección del libro que se le atribuye.
Rápidamente, en la blogosfera y los medios católicos comenzaron a aparecer artículos y comentarios, tanto favorables como críticos. En favor del libro, algunos señalaron que la defensa del celibato sacerdotal que presentan el papa emérito y el cardenal Sarah realmente debía interpretarse como una muestra de apoyo a la posición del papa Francisco sobre el tema. Otros observadores, por su parte, consideran que la contribución del cardenal Sarah al libro expresaba una clara oposición a hacer excepciones a la norma del celibato sacerdotal, algo que San Juan Pablo II y Benedicto XVI ya habían aceptado, como en el caso de los sacerdotes anglicanos casados que se han convertido al catolicismo y ejercen su ministerio en la Iglesia Católica.
Ambos argumentos son válidos, pero a la vez incompletos. Ambos obvian aristas del debate que deberían ser evidentes. Por ejemplo, es
cierto que el papa Francisco dijo en una entrevista: “Prefiero dar la vida antes que cambiar la ley del celibato”. Sin embargo, en la misma entrevista dijo que estaría dispuesto a considerar la ordenación de hombres casados en zonas del mundo con gran escasez de sacerdotes. Aunque es cierto que los dos predecesores del actual pontífice hicieron excepciones a la regla del celibato en la iglesia latina, las recientes propuestas sinodales van claramente más allá.
El Sínodo de los Obispos, tras un largo período de preparación y debates, hace propuestas concretas al Santo Padre, pero es este quien decide cuales adoptar y cómo implementarlas. Por supuesto, sobre cualquier tema, pero especialmente sobre la decisión de cambiar la regla del celibato sacerdotal, abundan opiniones diferentes. Por eso el intercambio de argumentos e ideas no es solo legítimo, sino necesario.
El debate actual va más allá del libro, las diferentes perspectivas sobre el celibato sacerdotal, las propuestas del Sínodo del Amazonas o cualquier opinión personal sobre el papa emérito o el papa Francisco. Lo que se debate en realidad es la relación entre la libertad de opinión de los católicos y la autoridad papal; y sobre todo el papel que debe jugar un papa emérito en la vida de la Iglesia.
Al anunciar su intención de renunciar, hace ya casi cinco años, el papa Benedicto XVI aseguró que se retiraría a una vida de oración y silencio, y que deseaba mantenerse “invisible para el mundo”. Sin embargo, en los últimos años, en tres ocasiones sus escritos han ocupado el centro de atención del mundo católico. La primera de ellas, ocurrió en contra de su voluntad. En 2016, Mons. Dario Vigano, entonces prefecto de la Secretaría para la Comunicación, fue acusado de alterar y publicar una carta privada de Benedicto XVI para mostrar los párrafos en que el papa emérito manifestaba su apoyo al papa Francisco, pero ocultando la parte de esta en la que se negaba a prologar una colección de estudios sobre la teología del papa Francisco.
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En la primavera de 2019, el papa emérito publicó un texto de 6000 palabras sobre la crisis de abusos sexuales clericales. Algunos comentaristas vieron el documento como una interpretación distinta —que, por tanto, proponía soluciones distintas— a las propuestas por el papa Francisco. Finalmente, la publicación de “Desde lo más profundo de nuestros corazones” ha vuelto a colocar el nombre del papa emérito en primera plana.
Aunque es prudente reconocer que Benedicto XVI es uno de los más importantes teólogos católicos del último siglo, y que su santidad personal y su amor por la iglesia son legendarios, la salud de la iglesia depende de la manera en la que respondamos a las siguientes disyuntivas: ¿Debe la Iglesia privarse de sus reflexiones y conocimientos sobre los temas que nos afectan por temor a que se produzca una crisis de autoridad papal? O, de manera más directa y simple: ¿debe un papa emérito intervenir en los debates cotidianos de la vida de la Iglesia?
Todos sabemos cuál es la responsabilidad del Sumo Pontífice: mantener y conservar la unidad de la Iglesia, pero el rol de un papa emérito no está bien definido, pues es la primera vez que un papa activo debe convivir armónicamente con uno retirado. Sin embargo, es importante definir su rol porque probablemente en el futuro tendremos otros —y esta no es una situación desconocida para la iglesia, ya que es lo que sucede con todos los obispos eméritos.
En el caso de Benedicto XVI, por su influencia y autoridad, hemos visto que cuando otros usan —o manipulan— sus escritos con el propósito de apoyar o criticar al papa Francisco, sus intervenciones se convierten en fuente de discordia más que de unidad.
El papa es Francisco, y no hay otro. Incluso un hombre tan brillante y santo como Benedicto XVI no puede controlar las manipulaciones o lecturas diversas de sus opiniones. Podríamos decir que incluso las palabras de apoyo del papa emérito al Sumo Pontífice podrían no ser beneficiosas a la larga, pues tras expresar apoyo por algo en específico, cualquier silencio posterior podría interpretarse como una crítica por omisión. La experiencia de estos cinco años nos indica que el mayor beneficio que puede hacerle un papa emérito a la Iglesia es cumplir la promesa que hizo Benedicto XVI al anunciar su retiro, y “hacerse invisible para el mundo”.