Cruz Teresa Rosero

Ecuador: el doloroso peregrinaje

Llegué a mi tierra de Manabí, Ecuador, dos semanas después del trágico terremoto del 16 de abril. El abrazo a mi madre y a cada ser querido fue largo y silencioso. Podía sentir el palpitar de sus corazones todavía aterrados por la dolorosa experiencia. Cuando por fin pudieron balbucear su sentir repetían: “¡Fue horrible, fue horrible, pero estamos vivos!”

Al reunirnos, cada uno contó su momento de terror, dónde estaba y qué estaba haciendo en el momento de la tragedia. Es como si el reloj se hubiera detenido en un espacio de 42 segundos que dividió la vida en un antes y un después. Su aprecio por la vida, su solidaridad con los demás, su fe y su esperanza de un mañana mejor han crecido.

Visité catorce ciudades y varios recintos de Manabí. Lo que vi, lo que palpé, lo que escuché me rompió el alma. En mi mente desfilan los escombros, las innumerables carpas de las familias que lo perdieron todo, las voces de muchos agradecidos por la vida y por las ayudas; pero con las miradas perdidas, como si trataran de digerir lo que les ha pasado, pidiéndole a Dios que la ayuda no termine, porque ahora necesitan dinero y trabajo para seguir adelante.

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Las misas ahora se celebran en parques frente a las iglesias dañadas. Foto Cruz-Teresa Rosero

En mi mente desfilan mis amadas iglesias. Las veo cuarteadas, esperando silenciosamente su reconstrucción. En este de Año de la Misericordia, en Manabí tres catedrales y una basílica fueron designadas con Puertas Santas. Todas han sido cerradas para evitar que las partes dañadas se desprendan y caigan encima de alguien. Pero también, en medio de este cuadro desolador veo a los fieles, unidos en el dolor y la esperanza, participando en las misas que ahora se celebran en los parques, frente a las iglesias dañadas.

No puedo olvidar a aquella madre que en plena carretera, bajo un sol ardiente, vende naranjas para mantener a sus hijos, que por casa hoy sólo tienen la tierra y lo poco que pudieron rescatar. No puedo olvidar a la pareja de ancianitos en Chone, que se salvaron de morir al derrumbarse su casa, y hoy están en un piso de tierra con calor, perros y mosquitos.

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“Visité catorce ciudades y varios recintos de Manabí”, afirma la autora. Foto: Cruz-Teresa Rosero

No puedo olvidar a Tarqui, Manta, donde no pude entrar porque el mal olor y los edificios caídos o por caerse lo hace demasiado peligroso. No puedo olvidar que Calceta perdió su alcaldía, su museo, su mercado y su biblioteca. No puedo olvidar la iglesia de Jama que perdió hasta su techo. No puedo olvidar que en casi todos estos lugares el agua escasea. No puedo dejar de llorar cuando miro el hospital de mi tierra de Chone que pronto será demolido. Su construcción duró diez años, su ruina, ¡42 segundos!

No puedo dejar de sentir la opresión en el corazón cuando resuenan en mi mente las voces de los pobres exclamando: “Hice mi casa con tanto esfuerzo y hoy la veo en escombros”. No puedo olvidar la noche que visité Playa Prieta donde una religiosa y cinco aspirantes perdieron la vida. Sentí el llanto en medio de los escombros pero al mismo tiempo respiré santidad.

Tampoco puedo olvidar el coraje y empeño del hombre y la mujer de mi tierra. Me parece escuchar la voz de aquel pescador de Jama que me dijo: “Nosotros nos animamos a nosotros mismos. ¡Vamos a salir adelante!” No puedo olvidar aquellas mujeres que en las carpas han acomodado cocinas portátiles  y cocinan para sus familias y compañeros de desgracia. No puedo olvidar a los sacerdotes que han dejado la comodidad de sus parroquias y celebran en hospitales móviles y en albergues.

No puedo olvidar la solidaridad de la gente de otras provincias de Ecuador y de todo el mundo que nos han dado la mano. Chone tiene a los Samaritans Purse de Estados Unidos prestando servicios médicos. Francia ha enviado plantas de agua. Estados Unidos envió inmediatamente una torre de control para que los aviones pudieran aterrizar en Manta. No puedo olvidar las oraciones del mundo a favor nuestro. No puedo olvidar a las personas que se han unido para ayudar a construir una tierra devastada.

¡No te olvido, Manabí! En tus playas hemos disfrutado, en tus iglesias hemos celebrado los pequeños y grandes eventos de nuestras vidas. En ti viven nuestros seres amados, y reposan los restos de los que se nos adelantaron. ¡Fuerza Manabí, fuerza Ecuador! Todo lo podemos en Cristo que nos fortalece.