San Alfonso María de Ligorio, obispo, doctor de la Iglesia y fundador de los Redentoristas, es sin duda la voz más autorizada en la teología moral de la Iglesia. Su profunda preocupación por la salvación de las almas lo llevó a escribir numerosas obras dirigidas tanto a pastores como a fieles laicos, siempre con un lenguaje claro y pastoral. Entre sus enseñanzas más firmes se encuentra la que trata sobre la obligación grave que tienen los padres de educar cristianamente a sus hijos, especialmente en la virtud.
En uno de sus textos más pastorales, San Alfonso no vacila en afirmar que “los padres que descuidan la educación cristiana de sus hijos cometen un pecado gravísimo delante de Dios”. Con gran claridad, advierte que muchos padres serán juzgados no solo por sus pecados personales, sino por la ruina espiritual de sus hijos, si esta fue causada por su negligencia en la formación moral y religiosa del hogar.
En esta entrada presentaremos estas enseñanzas con mayor profundidad. En la primera parte, veremos lo que San Alfonso enseña sobre la obligación de los padres de educar a sus hijos en la virtud. Y en la segunda parte, abordaremos los medios concretos que el santo propone para cumplir fielmente este deber, ofreciendo así una guía clara para quienes desean formar cristianamente a sus hijos en el mundo actual. Veamos entonces las enseñanzas del santo sobre este importante asunto.
El santo comienza recordando una verdad un poco incomoda para muchos cristianos: “El Evangelio nos dice que un buen árbol no produce mal fruto, y que un árbol malo no puede producir fruto bueno. Lo que aprendemos de esto, es que un buen padre cría hijos buenos. Pero que si los padres son débiles, ¿cómo pueden ser sus hijos virtuosos? ¿Acaso, dice Nuestro Señor, en el mismo Evangelio, se recogen uvas de los espinos, e higos de los abrojos? (San Mateo 7:16). Así es imposible, o de hecho muy difícil, encontrar hijos virtuosos, quienes hayan sido criados por padres inmorales. Padres, estad atentos a este sermón, de gran importancia para la salvación eterna de vosotros y de vuestros hijos. Estad atentos, jóvenes, hombres y mujeres que no habéis elegido aún vuestro estado de vida. Si deseáis casaros, aprended las obligaciones que se adquieren en la observancia de la formación de vuestros hijos, y aprended también, que si vosotros no las llenáis, traeréis sobre vosotros y sobre vuestros hijos la condenación”
En seguida san Alfonso entra de lleno en la materia que quiere presentar a los padres de forma clara: “Un padre tiene dos obligaciones para con sus hijos; está obligado a proveerlos de sus necesidades corporales y de educarles en la virtud. No es necesario extendernos sobre la primera obligación, más que existen algunos padres que son más crueles que las más feroces bestias salvajes; aquellos que malgastan toda su fortuna o bienes en comer, beber y placeres y permiten que sus hijos mueran de hambre. Pero, discutamos sobre la formación que es la materia de nuestro artículo.
Ciertamente que la futura buena o mala conducta de un hijo depende si se ha criado bien o pobremente. La naturaleza por sí misma enseña a cada padre atender la educación de su descendencia. Dios le da hijos a los padres, no para que pueden asistir a la familia, sino para que crezcan en el temor de Dios, y sean conducidos en el camino de la salvación eterna. “Tenemos, dice San Juan Crisóstomo, un gran depósito en los niños, atendámosles con gran cuidado”. Los hijos no han sido otorgados a los padres como un regalo, del que se pueda disponer a placer. Los hijos han sido confiados, por esta confianza, si se pierden por negligencia, los padres deberán rendir cuentas a Dios”.
El santo recuerda que la salvación eterna de los padres depende de lo que hicieron por la salvación eterna de sus hijos, de forma especial, por la educación que le brindaron: “Un gran Padre de la Iglesia dijo, que en el día del juicio, los padres tendrán que rendir cuentas por todos los pecados de sus hijos. Así que aquel que enseña a su hijo a vivir en el bien, tendrá una feliz y tranquila muerte. El que instruye a su hijo… cuando llegue la muerte no sentirá pena, porque deja a los suyos un defensor frente a sus enemigos. (Eclesiástico 30, 3, 5) Y podrá salvar su alma por medio de sus hijos, es decir, por la formación virtuosa que les dio. (La mujer)«Se salvará mediante su maternidad» (1Tim. 2:15)
Por otro lado, una difícil y triste muerte tendrán aquellos quienes solamente trabajaron para incrementar sus posesiones o multiplicar los honores familiares, o aquellos quienes vieron solo por dejar a sus hijos comodidad y placeres y no les procuraron valores morales. San Pablo dice que aquellos padres son peores que infieles. Quien no se preocupa de lo suyo, principalmente de los de su casa, ha renegado de la Fe, y es peor que un infiel. (1Tim. 5: 8). Aunque los padres lleven una vida de piedad y continua oración, y comunión diaria, se condenan si por negligencia descuidan la educación de sus hijos”. San Alfonso hace hincapié en la educación moral de los hijos como un deber esencial. Un descuido en esto es de una gravedad extrema que puede comprometer nuestra salvación. Una omisión en este sentido deberá ser confesada y reparada en la mayor medida posible, buscando resarcir el daño causado por medio de los consejos, el ejemplo y la oración por los hijos, para que alcancemos el perdón de Dios por tan grave daño.
Finalmente, San Alfonso demuestra cuales son las consecuencias de una negligencia en la educación moral y virtuosa de los hijos: “Si todos los padres cumplieran con su deber de vigilar la formación de sus hijos, tendríamos muy pocos crímenes. Por la mala educación que los padres dan a su descendencia, causan que sus hijos, dice San Juan Crisóstomo, caigan en graves vicios; y los entregan así al verdugo. Así sucedió en un pueblo: un padre quien fuera la causa de todas las irregularidades de su hijo, fue justamente castigado por sus crímenes con gran severidad, más aún que sus hijos. Gran infortunio es para los hijos tener padres viciosos, incapaces de inculcar en sus hijos el temor a Dios. Aquellos que ven a sus hijos con malas compañías y en riñas, y en lugar de corregirles y castigarles, les toman compasión y dicen: “¿Qué puedo hacer? Son jóvenes, esperemos que cuando maduren se alejen de ello”. ¡Qué palabras tan débiles, qué educación tan cruel! ¿En verdad, esperan que cuando los hijos maduren lleguen a ser santos? Escuchad lo que Salomón dice: Mostrad al niño el camino que debe seguir, y se mantendrá en él aun en la vejez. (Prov. 22:6) Sus huesos, dice el santo Job, se llenarán con los vicios de su juventud, y dormirán con él en el polvo. (Job.20:11) Cuando una persona joven ha vivido con malos hábitos, los llevará a la tumba. Las impurezas, blasfemias y odios, a los que se acostumbró en su juventud, lo acompañarán hasta la tumba, y dormirán con él hasta que sus huesos sean reducidos a cenizas. Corrige a tu hijo mientras haya esperanza; sino, tu serás el responsable de su muerte (Prov. 19:18) Es muy sencillo, cuando son pequeños, entrenar a los hijos en la virtud, pero cuando llegan a la madurez, es igual de difícil corregirles, si han aprendido los hábitos del vicio”.
¡Ojalá que como padres de familia entendamos la grave obligación que tenemos de educar nuestros hijos en los caminos del Señor!
En nuestra próxima entrada mostraremos los medios concretos que el santo da a los padres de familia para poder cumplir con este deber de forma satisfactoria.