El pasado viernes 20 de octubre monseñor Roberto O. González Nieves, arzobispo de San Juan, Puerto Rico, concedió una entrevista exclusiva a Nuestra Voz. Visitamos al Arzobispo en su oficina, un sencillo salón al centro del cual hay dos mesas avecinadas para formar una sola.
Quienes conocen al Arzobispo de San Juan saben bien de su profundo amor por Puerto Rico y por su pueblo. A un mes del paso del devastador huracán María, el rostro de Mons. González muestra la huella del dolor y el cansancio que el último mes le ha traído.
Cuando le preguntamos sobre el mayor reto que enfrenta la Iglesia en Puerto Rico nos responde:
La Iglesia tiene una misión fundamental: alimentar el alma de la persona humana. Y esta tragedia, este monstruoso, horrible huracán, además de toda la devastación material que causó, ha traumatizado el espíritu, el alma de nuestro pueblo. Y nuestra principal tarea es alimentar esa alma de modo que no caigamos en la desesperación, la confusión y la depresión. [Tenemos que] escuchar a la gente, rezar con nuestra gente y caminar con nuestros pueblo en este momento de sufrimiento dramático, sobrecogedor.
Hay 305,000 personas que han perdido sus hogares en are 305,000 Puerto Rico. Personas desamparadas, familias sin hogar. Un mes después del huracán 85% de la población de esta Isla no tiene electricidad, alrededor de un 35% carece de agua potable, lo que nos remite a nuestra segunda misión más importante como Iglesia en este momento: Tenemos que alimentar no solo el alma, sino también el cuerpo.
De esa acuciante prioridad habla Mons. González con pasión, cómo se reciben y distribuyen los alimentos, cómo se han unido todos en el esfuerzo, cuántos generadores han logrado repartir. Y nos cuenta que un par de días antes el presidente de la asociación judía lo había llamado para decirle que tenía dos generadores para entregarle. Y que ya él a su vez los había entregado a personas necesitadas.
Pero en medio de estos esfuerzos, le comento, habrá muchas personas que le pregunten cómo es posible que Dios, siendo bueno, permita estas cosas. El Arzobispo reflexiona un momento antes de responder.
Estamos llamados a ser good stewards de la Creación, y aunque este tipo de desastres han existido por miles de años —huracanes, terremotos, diferentes tipos de tragedias— en nuestra época se han hecho más frecuentes y más intensos. Y hoy hablamos del calentamiento global, del cambio climático… situaciones que habrían podido evitarse si hubiésemos sido better stewards de la Creación.
Aquí hemos tenido huracanes desde hace muchos siglos, [pero] en los últimos 20 o 30 años han cobrado mayor intensidad. Y los científicos nos dicen que mucho de esto se hubiese podido evitar. Así que creo que, en primer lugar, debemos recordar que nuestro Creador no ha dado el mandato, digamos, de ser good stewards de la Creación.
Monseñor González es un hombre de hablar pausado, sopesa cada palabra, observa a su interlocutor fijamente, como para cerciorarse que su mensaje ha sido recibido. Pero cuando le pregunté por sus “esperanzas y temores” sobre el futuro de Puerto Rixo, su respuesta fue inmediata:
En primer lugar, yo no tengo temores sobre el futuro. Me siento confiado con respecto al futuro de Puerto Rico, porque he visto cómo nuestro pueblo se ha unido después del huracán. Hay tantas señales de esperanza, tantas señales de unidad… Obviamente, ha habido algunos nubarrones en el horizonte, gente que se aprovecha de los demás aumentando los precios de los productos básicos. Eso es algo absolutamente inmoral e inaceptable. Pero eso es solo un pequeño porcentaje de la población. La gente se ha unido, y para mí esa es una señal de cómo vamos a trabajar ahora.
Me imagino que mientras iban por la ciudad no se encontraron ni un solo semáforo que funcionara. Es increíble: todos esos carros en la carretera, sin un solo semáforo, avanzando casi mejor que cuando teníamos semáforos. Es como un símbolo de la necesidad que tenemos de unirnos. Hemos sido un país muy polarizado. Y ojalá que esto nos ayude a mirar más allá de ciertas ideologías. Las ideologías son necesarias en cierto sentido, porque las ideas son importantes. Pero cuando las ideologías crean divisiones innecesarias, pueden ser tan destructivas como un huracán. De modo tengo la esperanza de que en este nuevo capítulo seamos capaces de priorizar nuestros valores de una manera más constructiva.
Antes de despedirnos, le pedimos al Arzobispo que enviara un mensaje a los puertorriqueños y a todos los hispanos de nuestra Diócesis. Y esto fue lo que nos dijo:
Me da mucha alegría enviar un mensaje a todos los hispanos que se encuentran en la Diócesis de Brooklyn y de manera especial a nuestra querida diáspora puertorriqueña, a nuestros compatriotas que se encuentran en Brooklyn, en Nueva York, en los Estados Unidos, y agradecerles de todo corazón su solidaridad, tantas ayudas que han llegado, que están llegando de parte de ustedes. Brooklyn fue donde primero llegaron los puertorriqueños a Nueva York allá para el año 1870. Los primeros boricuas llegaron por Ellis Island y entraron a Brooklyn. Hay unas raíces muy profundas que nos unen con nuestros hermanos y hermanas boricuas y también con nuestros hermanos y hermanas de Cuba, de América Latina, de España. Allá se da una dinámica muy interesante porque hay una diversidad latina, pero una diversidad que no impide un trabajo de unidad entre todos los latinos e hispanos.
Pues aquí se agradece de todo corazón su solidaridad. ¡Y los esperamos! No se queden por allá. Los necesitamos por acá ahora para reconstruir esta tierra, esta patria que compartimos con ustedes.
La entrevista había terminado, pero antes de despedirnos, Mons. González nos dijo que nos quería entrega algo. Sobre su mesa había dos montones de tarjetas con el texto en inglés y en español. Se sentó y nos dedicó, de su puño y letra, una tarjeta a cada uno de los presentes, y me dio una para monseñor DiMarzio, obispo de Brooklyn, y otra para monseñor Octavio Cisneros, el obispo auxiliar de Brooklyn. Era la Oración de la serenidad. En medio de la tormenta y de los sufrimientos, Mons. González nos revelaba el misterio de la paz con que pronuncia cada una de sus respuestas: la serenidad que viene de la fe.