En los viejos relojes de pared solía aparecer el dicho latino “tempus fugit” (el tiempo huye), queriéndonos indicar la relatividad del tiempo y de las cosas. El comienzo de un nuevo año lleva al ser humano a reexaminar las circunstancias de su existencia y a dar un grito de vida y de alegría.
En torno al solsticio de invierno (21 de diciembre) tenemos una serie de fiestas de invierno llamadas Hiemales, las cuales en determinadas culturas han sido consideradas como fiestas de comienzo de año. Cabe citar entre ellas las Saturnales y las Lupercales romanas, las cuales a su vez son herencia de las Dionisiacas griegas, asumidas en su casi totalidad en los carnavales, esas fiestas de máscaras y disfraces, de inversión y hasta de subversión del orden habitual, que pretenden significar el cambio y novedad que trae el nuevo año.
Desde el Renacimiento se piensa que el carnaval es hijo de las Saturnales y Lupercales romanas con mezcla de las Dionisíacas griegas, celebraciones todas ellas de principios de año. En la ciudad de Roma se celebraba el 5 de marzo la fiesta de la diosa Isis. Entre los actos propios de esta fiesta uno era el lanzamiento de un barco al agua llamado Currus Navalis. Algunos antropólogos creen ver en esta fiesta la raíz de la palabra carnaval .
Una de las características del carnaval va a ser la ruptura con el orden social establecido. Se van a permitir grandes libertades. Con máscara o sin ella, el pueblo realiza toda una serie de actos que, en circunstancias normales, no realizarían. Es, en definitiva, trastocar por un día el orden social. El volver a ser un poco “salvajes”.
Para poder comprender el carnaval debemos verlo a la luz del cristianismo. En las sucesivas etapas en que la fe cristiana divide el tiempo, aparecen los llamados tiempos litúrgicos. En estos tiempos se celebran diversos aspectos del mensaje de Cristo y de la salvación de los creyentes.
El más importante es la Pascua, recuerdo y actualización de la Resurrección de Cristo. Como preparación a ese hecho, los cristianos celebran y viven la Cuaresma, tiempo de cinco semanas durante las cuales se abstienen de toda celebración festiva. Es tiempo de austeridad, de reflexión, de penitencia. De abstención de carne —las Carnestolendas. De aquí que podamos ver la conexión entre el carnaval y la Cuaresma. Son la antítesis el uno de la otra.
En nuestra cultura latinoamericana esta fiesta va a ocupar un lugar importante. Significa mantener viva la luz de la vida y de la alegría. Nos viene a la memoria, siempre que hablamos de carnaval, el nombre de Río, borrachera de vida, de alegría, de toda la exuberancia de nuestra América. Después de Río, New Orleans, con su gran componente afroamericano.
Termino estas notas sobre el carnaval, la fiesta de la vida, tomándole prestadas las palabras a uno de nuestros grandes escritores, Antonio Machado, quien afirmaba: “El pueblo, siempre que se regocija, hace carnaval. De modo que lo carnavalesco, que es lo específicamente popular de toda fiesta, no lleva trazas de acabarse. La esencia de lo carnavalesco no es ponerse careta, sino quitarse la cara. Y no hay nadie tan avenido con la suya que no aspire a estrenar otra alguna vez”.