Columna del editor

El genocidio contra los cristianos del Medio Oriente

En marzo de 1902, Herbert Bridgman, un colaborador de Robert Peary, el descubridor del Polo Norte—, dio una charla en el McCaddin Hall, un teatro de la calle Berry en Williamsburg, sobre “Los progresos de Peary en la conquista del Polo Norte”. El mes pasado, como aquella noche de hace más de un siglo, más de cien personas llenaron el McCaddin Hall para escuchar un testimonio sobre una misión difícil en un lugar remoto. No se trataba ahora de una expedición polar. El McCaddin Hall es hoy la sede de la histórica parroquia de los Santos Pedro y Pablo. La hermana María de Guadalupe Rodrigo, del Instituto de las Servidoras del Señor y la Virgen de Matará, esa noche hablaría sobre su experiencia como misionera en Siria.

La hermana Guadalupe ha estado cuatro años en Alepo y ha vivido los horrores de la guerra con la comunidad cristiana de esa ciudad. Trabaja allí con otras religiosas dirigiendo una residencia estudiantil para chicas de la universidad. Su historia es el relato del exterminio de los cristianos en el Medio Oriente a manos del Daesh (o ISIS, como también se conoce al Estado Islámico).

Esa noche de principios de mayo, mostró a los asistentes fotos de muchachas que vivían en la residencia y han muerto bajo las bombas; la foto de un chico que iba todos los días a misa a la Catedral de Alepo y un día dejó de ir porque había sido secuestrado; la foto de una mujer cristiana atada a una columna para que todos los que pasen por allí la golpearan hasta que ella aceptara convertirse al Islam o muriera a causa de las golpizas.

Cuenta también que cada cristiano de Alepo tiene siempre a mano una pequeña mochila o maleta con los documentos de viaje, una muda de ropa, algo de comida. Saben que si el Estado Islámico logra tomar Alepo los cristianos serán asesinados en masa inmediatamente, así que tienen que estar siempre listos para escapar. Una mañana recibieron la noticia de que los del Estado Islámico habían logrado entrar en la ciudad. Fueron todos —religiosas y sacerdotes y chicas de la residencia—, a buscar su mochila de emergencias. La hermana Guadalupe vio que una de las chicas se demoraba: estaba recogiendo sus notas de clase. Le dijo: “¿Y de veras estás preocupada por tus notas de clase ahora?” La chica le respondió: “Si nos salvamos de ésta, tengo examen el lunes, y las necesito para estudiar”.

catholic.org

La noticia resultó ser falsa, pero la anécdota es un resumen de la vida en Alepo, entre el examen del lunes y la muerte más horrible que puede llegar hoy mismo. Los cristianos de Alepo se van a la cama cada noche sin saber si amanecerá para ellos o su casa quedará destruida por un misil en medio de la madrugada. Y se levantan cada día sin saber si no será ése el día de pagar con su vida su fe en el Crucificado.

Y dijo también la hermana Guadalupe que no debemos tener lástima de los cristianos de Alepo. Viven su fe con alegría, posan sonrientes para las fotos de Facebook, hacen bodas magníficas en iglesias que han quedado sin techo bajo la “lluvia” de los misiles. La guerra les ha hecho evidente que todo es transitorio: la casa, el carro, la ciudad, los amigos, la familia, el cuerpo mismo. Todo puede ser borrado por un misil que cae desde el cielo. En medio del horror, sólo se puede salvar el alma. Y eso es lo único que importa.

Ella habla de la cercanía, la cotidianidad de la muerte, sin dramatismo, casi sin dolor. En su testimonio se nota a veces la añoranza del martirio. Nació en Argentina y aceptó voluntariamente ir a Siria. Llegó poco antes de comenzar la guerra. Al estallar el conflicto sus superiores le ofrecieron trasladarla a otro país. Ella insistió en quedarse junto a esos cristianos que viven cada día al borde del martirio.

Su testimonio es un recordatorio de la persecución en que viven los cristianos en muchas partes del mundo. En varias zonas del planeta se está llevando a cabo un genocidio cuyo objetivo es expulsarlos o exterminarlos. Es desoladora la indiferencia de la prensa y más desoladora aún es la indiferencia de muchos cristianos de Occidente, que parecen no saber lo que ocurre.

Los cristianos de Siria y del Medio Oriente necesitan nuestra ayuda. Necesitan que recemos por ellos, que hagamos conciencia de lo que pasa, que enviemos ayuda, que presionemos a nuestros líderes para que se opongan a la matanza. La hermana Guadalupe nos recomendó visitar la página de Facebook SOS Cristianos en Siria para buscar más información sobre la tragedia, así como para enviar ayuda.