Opinión

El llanto silencioso de los niños no nacidos

El 23 de noviembre, 2015, el custodio de la parroquia del Santo Niño de Jesús, de Richmond Hill, escuchó el llanto imparable de un bebé. Dirigió sus pasos hacia el lugar de donde provenía el llanto y se encontró con la sorpresa de su vida. Un bebé recién nacido, todavía con su cordón umbilical, estaba allí, en el pesebre, levantando sus manitos clamando y reclamando amor y protección.

En medio de este drama doloroso, este bebé ejerció su derecho natural de llorar al nacer. Su madre biológica permitió que viviera para que otra madre le dé la vida y el amor que quizás ella, por diferentes circunstancias, no le puede dar. No podemos decir lo mismo de millones de vocecitas que han sido apagadas en el vientre de sus madres a través del aborto inducido.

A una mujer que se había hecho un aborto la escuché decir una vez con desasosiego: “Cada noche oigo el llanto de un bebé”. Ah, ¡cuánto llanto se ha ahogado en el tiempo y el espacio! Es el llanto silencioso de los niños no nacidos, que según las estimaciones, está llegando a los 60 millones desde el 22 de enero de 1973, cuando se legalizó el aborto en los Estados Unidos.

Es la influencia de la cultura de la muerte, como lo definió san Juan Pablo II en la encíclica El Evangelio de la vida, publicada el 25 de marzo de 1995. “Estamos frente a una realidad más amplia, que se puede considerar como una verdadera y auténtica estructura de pecado, caracterizada por la difusión de una cultura contraria a la solidaridad, que en muchos casos se configura como verdadera «cultura de muerte»”. (# 12)

“El hombre, desde el seno materno, pertenece a Dios que lo escruta y conoce todo, que lo forma y lo plasma con sus manos, que lo ve mientras es todavía un pequeño embrión informe y que en él entrevé el adulto de mañana, cuyos días están contados y cuya vocación está ya escrita en el «libro de la vida»” (Sal 139/138, 1:13-16).

Incluso cuando está todavía en el seno materno, —como testimonian numerosos textos bíblicos. “Me fue dirigida la palabra del Señor en estos términos: Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado: yo profeta de las naciones te constituí” (Jeremías 1: 4-5). El salmista, por su parte, se dirige de este modo al Señor: «En ti tengo mi apoyo desde el seno, tú mi porción desde las entrañas de mi madre” (Sal 71/70, 6; cf. Is 46, 3; Jb 10, 8-12; Sal 22/21, 10-11). También el evangelista Lucas —en el magnífico episodio del encuentro de las dos madres, Isabel y María, y de los hijos, Juan el Bautista y Jesús, ocultos todavía en el seno materno (cf. 1, 39-45)— señala cómo el niño advierte la venida del Niño y “exulta de alegría”. (no. 62)

Y para los que justifican el aborto sosteniendo que el fruto de la concepción, al menos hasta un cierto número de días, no puede ser todavía considerado una vida humana personal, san Juan Pablo II les recuerda una verdad científica: “Desde el momento en que el óvulo es fecundado, se inaugura una nueva vida que no es la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo. Jamás llegará a ser humano si no lo ha sido desde entonces. A esta evidencia de siempre… la genética moderna otorga una preciosa confirmación. Muestra que desde el primer instante se encuentra fijado el programa de lo que será ese viviente: una persona, un individuo con sus características ya bien determinadas” (#60).

La Instrucción General del Misal Romano (IGMR), no.373, designa el 22 de enero como un día especial de oración y penitencia, llamado el “Día de oración por la protección jurídica de los niños no nacidos en todas las diócesis de los Estados Unidos de América”. Se nos recomienda observar este día a través de las prácticas penitenciales de oración, ayuno y limosnas.

San Juan Pablo II nos pide amar y respetar la vida de cada hombre y de cada mujer y trabajar con constancia y valor, para que se instaure finalmente en nuestro tiempo, marcado por tantos signos de muerte, una cultura nueva de la vida, fruto de la cultura de la verdad y del amor (Evangelio de la Vida # 77).

¡Promovamos la cultura de la vida el 22 de enero y cada día del año!