Biblia

El pan maravilloso

“Con pan y vino se anda el camino”. Así describían antiguamente la importancia del pan en los viajes. Nosotros, peregrinos en la vida, ¿podemos decir lo mismo? Esta simple pregunta tiene una clara respuesta en la Biblia.

Ya en sus primeras páginas el Genesis nos presenta a Dios creando todo tipo de plantas como alimento para hombres y animales:

Dijo Dios: “Produzca la tierra hierbas, plantas que den semilla, y árboles frutales que por toda la tierra den fruto.

Luego, vemos al profeta Eliseo participando de la obra creadora de Dios. En una acción milagrosa alimenta a una gran muchedumbre. Así la describe el Texto Sagrado:

Un hombre en su saco traía veinte panes de cebada y de trigo que habían hecho con harina recién cosechada. Eliseo le dijo: “Dáselos a esos hombres para que coman”. Pero el sirviente le dijo: “No me alcanza para repartírselo a cien personas”. Replicó: “Dáselos y que coman”. Les sirvieron, comieron y les sobró tal como lo había dicho Yahvé.

Este acto y otros muchos reflejan la fe del pueblo judío en su Dios Creador. Su legislación ampliamente la reafirma y la sustenta. Dios es el Dueño y Señor de todo lo que existe. Para ello, la ley decía claramente:

Traerán de sus casas, para ofrecerlos, dos panes de dos décimas de flor de harina cocidos con levadura: éstas serán sus primicias para Yahvé.

Y en momentos de angustia siempre aparecía Dios Proveedor. Durante 40 años caminando por el desierto no se olvida de su pueblo y les da por alimento el maná. Nuestros antepasados comieron el maná en su peregrinar hacia la tierra prometida, según dice textualmente la Escritura:

Se les dio a comer “pan del cielo”.

Ya en el nuevo testamento los cuatro evangelios en plena unanimidad nos deleitan con el relato de la multiplicación de panes. Jesús, en su acción creadora, de siete panes da de comer a más de cuatro mil hombres. Con los estómagos llenos, el Señor les reprocha su falta de fe.

Trabajen, no por el alimento de un día, sino por el alimento que permanece y da vida eterna.

El evangelio de Juan aclara a sus discípulos en qué consiste esta comida tan especial. Así lo hizo con la samaritana, junto al pozo de Jacob, al hablarle del “agua viva”.

Mi Padre les da el verdadero pan del cielo, que da vida al mundo”. Ellos dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan”. Jesús les dijo: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí nunca tendrá hambre y el que cree en mí nunca tendrá sed”.

Y para evitar malentendidos, les vuelve a repetir:

Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi carne, y lo daré para la vida del mundo.

Así lo hizo en vísperas de su pasión, en la Ultima Cena, al decirles expresamente:

Tomen y coman; esto es mi cuerpo… Beban de ella: esto es mi sangre, la sangre de la Alianza.

La Iglesia Católica reconoce que en la Eucaristía Jesús está presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. En la misa celebramos el misterio del Cuerpo de Cristo presente en el pan de Vida.

¿Reconoces y agradeces el “pan vivo” del Señor?