María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas ésta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? (Lucas 1:39-43)
Muchas veces he leído este relato, pero por alguna razón no me había sido revelado hasta ahora el poder tan especial que existe en la Visitación. Quizás sea porque ahora en estos momentos me encuentro lejos de mi familia: no tenerles cerca cambia muchas cosas. Ahora cada visita tiene un aspecto diferente, no solo es escuchar la voz, pero además ver sus rostros. Éstos son los dos aspectos de la Visitación: oír la voz, y también ver el rostro. Si faltara uno de ellos la visita no estaría completa.
El gozo del encuentro, o sea, el gozo de ver el rostro, ¿has pensado en eso? Con razón en la Biblia leemos muchas que el pueblo de Israel le dice a Dios: “No escondas tu rostro de mí”. Saber que Dios nos
mira nos asegura que Él cuida de nosotros. Hablando con la esposa de un diácono de la diócesis, me contaba cuando sus hijos iban al parque, les decía: “No se alejen mucho de mí, si no pueden ver mi rostro se han retirado demasiado”. Sus hijos se detenían de vez en cuando en medio de sus juegos y le preguntaban: “Mamá, ¿puedes verme a esta distancia? Mientras ella podía verlos estaban protegidos. Cuánto podemos aprender y recibir de este ejemplo.
Isabel oyó la voz y la criatura saltó en su vientre, pero también pudo contemplar el rostro de María. Tanto fue su gozo que tuvo que exclamar: ¡¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?!
Es la Visitación de la Madre de Dios, y ella lleva en su vientre la causa de nuestro gozo: su rostro nos muestra la sonrisa de Dios. Debemos recordar que su Visitación no cesó o terminó con Isabel: ella sigue visitándonos, ella sigue llevándonos a los pies de Cristo, nos sigue sumergiendo en el misterio de la Visitación.
El gozo que experimentamos después de una Visitación es un gozo que no olvidamos y que nos marca profundamente. Cuántas personas tristes, solas y enfermas han sido olvidadas y tiradas a un lado.
Me parece que nos hemos vueltos poco sensibles y nos basta con solo enviar un texto. Nos quedamos estancados, aun sabiendo que ya podemos usar FaceTime, Periscope, Skype, y nos perdemos la Visitación
Este Año de la Misericordia nos lleva a otra dimensión de la Visitación: “Estuve enfermo, y me visitaron; estuve en la cárcel, y vinieron a verme”. (Mt 25:26b) ¿Conoces alguien enfermo o preso? ¿Lo has visitado? ¿Cuándo fue la última vez que saliste a su encuentro? ¿Cuándo fue la última vez que dedicaste tiempo para visitarlos?
Cuánto necesitamos ser amados, recordados, pero aún más visitados. No basta con simplemente recibir un correo o mensaje: la Visitación nos lleva al gozo del encuentro.
Seamos como nuestra Madre, que parte sin demora a las montañas porque entiende la urgencia de la visita. Ella sale de inmediato porque entiende el poder de la Visitación. ¿Has pensado en el efecto de tu visita? ¿Te has detenido a meditar en el poder de la Visitación? A menudo pensamos: “Si voy onoaveramimamá,¿qué importancia tiene? O a lo mejor utilizamos como excusa la
distancia o la falta de tiempo. No hemos comprendido en su totalidad lo que sucede cuando visitamos al enfermo, al preso o a nuestra familia.
Hoy podemos imitar a nuestra Madre y salir de prisa, con urgencia, pero aún más, con amor. Cuando visitamos estamos en esencia llevando y comunicando el gozo y la misericordia de Dios.
No subestimes el poder de la Visitación: quizás tu visita no hará que los vientres brinquen de gozo, pero te aseguro que los corazones se llenarán de amor. Créelo.